Verba volant, scripta manent

sábado, 17 de julio de 2010

Errol Flynn y los gatos



El actor australiano Errol Flynn fué uno de los grandes actores del cine de aventuras clásico. Todos recordamos sus memorables actuaciones en filmes como Robin de los bosques, Capitán Blood o Murieron con las botas puestas. Ciertamente, su vida privada es si cabe más interesante todavía que muchos de sus filmes, llena de aventuras y excesos, especialmente en lo relacionado con el alcohol y, sobre todo, las mujeres. Al final, todo le ello le acabó pasando factura, con una muerte temprana con apenas 50 años. Mucho antes su carrera se había desmoronado: sus escándalos carcomieron su popularidad y su problemático comportamiento acabaron provocando que los grandes estudios le dieran la espalda. De hecho, sus problemas con el fisco norteamericano le llevaron a acabar huyendo del país en un pequeño yate de su propiedad.
Uno de sus mejores amigos era el gran director John Huston (cuya vida privada también tiene mucho que contar). En 1958 se hallaba preparando un nuevo proyecto, una película de aventuras que se iba a rodar en África titulada The Roots of Heaven (en España, Las raíces del cielo). Como Huston sabía que Flynn pasaba por un momento delicado en lo económico, le ofreció uno de los papeles protagonistas. No obstante, como conocía bien el carácter de su amigo y, temiendo que montase algún lío durante el rodaje, le impuso una serie de normas estrictas: comportarse como un profesional, nada de beber antes de terminar el rodaje de cada día, y sobre todo, nada de mujeres. Flynn aceptó sumisamente y el rodaje comenzó sin mas problema.
Lo cierto es que Flynn sorprendió a todos con su comportamiento: serio, disciplinado, trabajador. Incluso acostumbraba a retirarse pronto a su tienda (el rodaje tenía lugar en un campamento alejado de la civilización, en mitad de Chad). Huston estaba encantado. Cuenta en sus memorias cómo una vez terminado el rodaje del día, se encerraba en su tienda para resolver papeleo pendiente, revisar el guión o repasar el plan de rodaje del día siguiente, mientras oía de fondo los sonidos de la sabana africana y el maullido de los gatos del campamento.
Pero un día cayó en la cuenta. El oía maullidos cada noche, pero desde que había llegado, no había visto a un sólo gato en el campamento. ¿De dónde habían salido, entonces? Se puso a investigar hasta que dió con la respuesta. Flynn, genio y figura, había contratado a un tipo en el poblado más cercano para que le enviara chicas todas las noches a su tienda. Para no ser descubierto, las chicas tenían unas instrucciones muy precisas: llegar sin ser vistas al campamento, esconderse entre la maleza cerca de la tienda del actor y maullar unas cuantas veces para avisar de su presencia. Si Flynn estaba solo, iba a buscarla. Si estaba acompañado, esperaba hasta que no hubiera moros en la costa para ir a por la chica y llevársela a su tienda. Ni en esas condiciones el eterno crápula (que moriría de un infarto apenas un año después) pudo resistirse a sus impulsos. Huston lo cuenta en sus memorias, más divertido que cabreado.
Otro día contaré otra anécdota divertida protagonizada por Flynn, el director Raoul Walsh (otro de sus grandes amigos) y el cadáver de John Barrymore.

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