Verba volant, scripta manent

sábado, 19 de marzo de 2011

Julio César y los piratas

                                                    Cayo Julio César

Julio César en persona cuenta en varias cartas escritas a amigos y aliados una historia de juventud tremendamente reveladora acerca de su personalidad y carácter. Sucedió cuando él era un abogado veinteañero que aspiraba a hacer carrera en la política. Sus fuertes lazos, familiares e ideológicos, con el partido liberal, le granjearon el rencor de los conservadores. Por ello, decidió que sería prudente ausentarse un tiempo de Roma, y partió en un navío rumbo a Rodas, donde tenía pensado dedicarse a estudiar retórica. Pero durante la travesía un barco de piratas cilicios capturó su nave y a todos los que iban en ella. Como era habitual con los prisioneros de alto rango, los piratas decidieron exigir un rescate por César, que cifraron en veinte talentos. César, orgulloso, les replicó que era muy poco por alguien de su categoría, y que debían pedir al menos cincuenta, pero que en cuanto lo liberasen les perseguiría y los ahorcaría de los palos de su propia nave; esto divirtió mucho a los piratas. César envió a sus criados a Roma en busca del dinero (que, dado que sus finanzas no eran muy boyantes, tuvo que pedir prestado a amigos y clientes). Mientras, en la isla donde estaba retenido, César mataba el tiempo componiendo versos y escribiendo discursos que luego leía a sus captores, los cuales, gente inculta y bastante bruta, no solían entender nada, lo que enfurecía a César. Tras treinta y ocho días de cautividad, los piratas recibieron el dinero y liberaron a César, quien no perdió tiempo en dirigirse al puerto de Mileto, donde contrató barcos y hombres armados, a los que guió personalmente a la guarida pirata, capturando por sorpresa a los que hasta hacía poco eran sus captores, y los entregó a las autoridades romanas para que los ajusticiara.
Pero las autoridades estaban más interesadas en el botín capturado a los piratas y en la parte que les correspondía, y se limitaron a encerrar a los piratas en Pérgamo. Como César se impacientaba viendo que las autoridades no actuaban, se presentó en persona en la prisión con sus hombres, sacó a los piratas a la fuerza de sus celdas, les endosó un último discurso (cuyo resumen podría ser, más o menos, "ya os lo dije") y, tal y como había prometido, los ahorcó colgándolos de los palos de su propio barco.

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