Verba volant, scripta manent

sábado, 28 de enero de 2012

La conspiración de Cato Street

Ejecución de los conspiradores de Cato Street

Si hiciéramos una recopilación de los motines, golpes de estado, asonadas, conspiraciones y sublevaciones varias que han ocurrido sólo en Europa desde la Edad Media hasta nuestros días, seguramente necesitaríamos un grueso tomo sólo para enunciarlas (si lo extendiésemos al resto del mundo, necesitaríamos una enciclopedia entera). Algunos fueron multitudinarios y otros muy minoritarios, algunos famosos y otros prácticamente desconocidos, algunos muy bien planeados y otros... en fin, digamos sencillamente que "no tanto". Hoy voy a hablaros de una conspiración que encaja mejor en los segundos.
Sucedió en Gran Bretaña en 1820. Una época confusa y de cambios vertiginosos. La revolución francesa; el inicio de otra revolución, la industrial; las guerras napoleónicas, que habían acabado hacía poco. En fin, se vislumbraba la llegada de una nueva era y el final del antiguo régimen. Por todas partes surgían voces que pedían mayores libertades y profundos cambios sociales, impulsados por la burguesía, una nueva clase social que se iba enriqueciendo y aspiraba a ganar mayores cuotas del poder que hasta entonces monopolizaba la aristocracia. Pero el gobierno británico, controlado mayoritariamente por el partido conservador, se resistía ferozmente a permitir cambios en el orden social, llegando a los extremos de suspender derechos como el habeas corpus y limitar la libertad de prensa, para poner coto a esas nuevas teorías.
Entre las numerosas sociedades progresistas y radicales que surgían casi a diario estaba la llamada Sociedad de Filántropos Spenceanos, así llamada porque eran seguidores de las teorías de Thomas Spence, un abogado y profesor en cuyo ideario figuraban propuestas tales como la abolición de la aristocracia, la redistribución de la propiedad de la tierra, el sufragio universal, un sistema de protección para los desempleados o un acta de derechos de los niños. Esta sociedad estaba formada por unas decenas de miembros, casi todos pequeños comerciantes y artesanos, y su presidente era un tal Arthur Thistlewood, antiguo granjero y agrimensor de fuerte carácter. Sus reuniones tenían lugar en diversas tabernas londinenses.
El 29 de enero de 1820 fallecía el rey Jorge III, agravando la crisis política que vivía el país. Es entonces cuando a un grupo de Spenceanos, cada vez más radicalizados, se les ocurre la idea de asesinar al gobierno en pleno. Así, como suena. Su plan consistía en aprovechar una cena que el presidente del Consejo, lord Harrowby, ofrecería en su casa al resto del gabinete, incluído el primer ministro lord Liverpool. Un grupo de hombres entraría en la casa de lord Harrowby armados, y tras reducir a la guardia y a los criados, asesinarían a los miembros del gobierno. Y luego, como toque gore, planeaban decapitar los cadáveres y colgar las cabezas en el puente de Westminster. Con esta acción, pensaban que provocarían una insurrección general del pueblo británico que conseguiría, de una vez por todas, el ansiado cambio político y social. Thistlewood se puso manos a la obra y consiguió reclutar en poco tiempo hasta veintisiete hombres dispuestos a participar.
Lo que no sabían los Spenceanos era que uno de sus miembros, George Edwards, lugarteniente de Thistlewood y uno de los más entusiastas defensores del plan, era en realidad un agente de las autoridades que tenía a éstas al corriente de todo lo que planeaban. Y así, el 23 de febrero, un grupo de policías entró en un pequeño apartamento en Cato Street (una callejuela cerca de Edgware Road, en el barrio londinense de Marylebone) en el que se reunían los conspiradores y arrestó a la mayor parte de ellos. Thistlewood (que durante el tumulto mató a uno de los policías) y algunos más lograron huir, pero fueron capturados en los días siguientes.
Los conspiradores (conocidos ya como "los conspiradores de Cato Street") fueron juzgados y condenados por alta traición, acusados de numerosos delitos (básicamente, conspiración para asesinar a los miembros del gobierno, para subvertir la Constitución e incitar a la sublevación). Sus defensores trataron de culpar a Edwards de ser el principar instigador de la conspiración, pero no sirvió de nada. Dos de los involucrados en el complot accedieron a testificar contra sus compañeros a cambio de ser indultados. Diez de los detenidos fueron condenados a muerte, aunque a cinco de ellos se les conmutó la pena por la de destierro de por vida a Australia. Los otros cinco (incluído Thistlewood) fueron ahorcados y posteriormente decapitados en la prisión de Newgate, el 1 de mayo.

Arthur Thistlewood (1774-1820), el líder de la "conspiración de Cato Street"

miércoles, 25 de enero de 2012

La Masacre de la Universidad de Kent



El comienzo oficial de la Guerra de Vietnam se sitúa en 1964, pero la presencia militar norteamericana en la zona era muy anterior. La escalada bélica se justificó en su día con la "teoría del dominó": si Vietnam del Sur (el Norte eran los comunistas) caía bajo un régimen comunista, los demás países de la región irían cayendo uno a uno.
Al principio, el pueblo estadounidense aceptó esta versión. Eran tiempos de Guerra Fría, había que parar a los comunistas antes de que conquistasen el mundo. Pero conforme sus soldados empezaban a volver en bolsas para cadáveres y se empezaba a conocer la realidad del discurrir de la guerra, la oposición al conflicto, que inicialmente estaba reducida a movimientos pacifistas y círculos intelectuales, fué aumentando entre la gente común. Richard Nixon, elegido presidente en 1968, había prometido acabar con la guerra, pero luego se empecinó en continuar el conflicto, enviando más y más tropas. 1969 fué un año importante: la noticia de la matanza de My Lai (ocurrida el año anterior) y el primer reclutamiento forzoso por sorteo desde la Segunda Guerra Mundial dispararon la impopularidad de la guerra y la oposición dentro del propio país. Pero Nixon, obcecado en no perder la guerra, dió un paso más en la escalada del conflicto: el 30 de abril de 1970 anunciaba públicamente la invasión de Camboya, país teóricamente neutral pero en cuyo territorio la guerrilla del Viet Cong obtenía refugio y avituallamiento.
La reacción fué inmediata en todo el país. Multitud de protestas se organizaron por todo el país, con especial intensidad en los campus universitarios. Y el de la Universidad estatal de la pequeña ciudad de Kent (Ohio) no fué una excepción. Allí, el viernes 1 de mayo un grupo de medio millar de estudiantes se reunió para mostrar su rechazo a la política de Nixon y convocaron una gran protesta para el día 4. Sin embargo, esa noche un grupo de incontrolados, formado por miembros de bandas de motoristas, jóvenes de la ciudad y sólo unos pocos estudiantes provocó destrozos y saqueos en la ciudad, llegando a enfrentarse con la policía. Como consecuencia, el alcalde de Kent, Leroy Satrom, declaró el estado de emergencia y pidió al gobernador de Ohio, James Rhodes, el envío de la Guardia Nacional para evitar nuevos disturbios.
La Guardia Nacional llegó al campus de la Universidad al día siguiente por la tarde. Fué recibida con una sonora bronca por parte de los estudiantes, y poco después, el edificio donde se almacenaba parte de su material fué incendiado, sin que llegaran a descubrirse a los responsables. La situación se volvió aún mas tensa cuando la Guardia Nacional cargó contra los estudiantes que los abucheaban, utilizando gases lacrimógenos, y resultando un estudiante herido de un bayonetazo.
El día siguiente, domingo 3, ya había más de un millar de soldados vigilando el campus. El gobernador Rhodes, un republicano ultraconservador, pronunció un incendiario discurso en la estación de bomberos de Kent, en el que llamaba a los manifestantes "antiamericanos" y los calificaba como "peores que los Camisas Pardas nazis y los comunistas, la peor clase de gente que hay en América". No sólo eso; afirmó que se enfrentaban a un grupo revolucionario organizado y entrenado. Por ello declaró el estado de emergencia (lo que en la práctica equivalía a decretar la ley marcial), a la vez que el alcalde Satrom establecía un toque de queda para evitar nuevas algaradas nocturnas. A eso de las ocho de la tarde, se produjo una nueva concentración en el campus que fué disuelta poco después por los soldados. Un grupo de estudiantes trató entonces de entrevistarse con el alcalde y el gobernador, pero las fuerzas de seguridad se lo impidieron. A las once se anunció el inicio del toque de queda y, aunque los estudiantes se negaron a irse hasta hablar con Satrom y Rhodes, de nuevo intervino la Guardia Nacional, disolviéndolos con violencia, resultando heridos varios jóvenes a causa de las bayonetas.
Y así llegamos al fatídico lunes 4. Como ya he dicho, ese día estaba prevista una gran manifestación, pero, ante la situación extremadamente tensa que se vivía en la ciudad, varios líderes estudiantiles trataron de anular la convocatoria. Se imprimieron anuncios y se hizo correr la voz de que nadie acudiese al campus, por su propia seguridad. Aún así, a primera hora de la mañana había reunidos en el campus más de 2000 manifestantes, y pronto empezaron los discursos antiguerra. La seguridad del campus trató de disolver la concentración, pero fueron recibidos con abucheos y lanzamiento de objetos. El Tribunal de Apelaciones de la Sexta Circunscripción (un tribunal federal con jurisdicción en Ohio, Kentucky, Tennessee y Michigan) dió permiso a las autoridades para disolver la manifestación. Varias compañías de la Guardia Nacional vigilaban a los manifestantes desde por la mañana y trataron entonces de acabar con la manifestación usando gases lacrimógenos, pero los estudiantes respondieron con el lanzamiento de piedras y los propios botes de gas lacrimógeno, al grito de Pigs off campus! (Cerdos fuera del campus). Visto que no se dispersarían de buena gana, un grupo de 77 soldados de las compañías A de infantería y G de caballería acometieron a los manifestantes, que se retiraron, siendo perseguidos por los soldados. Pero éstos, desconocedores del campus, acabaron en una pista de atletismo rodeada de un vallado metálico, viendose obligados a volver sobre sus pasos. Mientras, parte de los manifestantes se había ido y el resto se encontraba a cierta distancia, protestando e insultándolos, pero sin intención de acercarse a ellos. Y exactamente a las 12:24, sucede lo impensable. El sargento Thomas Pryor abre fuego con su pistola contra los estudiantes. Varios de los soldados (29 de los 77, según el informe oficial) le acompañan con sus rifles M1, hasta disparar un total de 67 balas. Jeffrey Lee Miller (20 años) y Sandra Lee Schueler (20) mueren allí mismo. William Knox Schroeder (19) y Allison B. Krause (19) morirían en el hospital ese mismo día. Además, otros nueve estudiantes resultaron heridos. Únicamente Miller y Krause participaban en la protesta; Schueler y Schroeder sólo pasaban cerca, camino de sus clases.
Los sucesos de la Universidad de Kent conmocionaron a los EEUU. Docenas de protestas se produjeron espontáneamente por todo el país. Una huelga estudiantil masiva obligó a cerrar casi 500 campus universitarios. Y el 9 de mayo, una manifestación masiva reunió a más de 100000 personas en Washington para mostrar su repulsa por los sucesos. La situación llegó a ser tan tensa que el propio Nixon abandonó la Casa Blanca y fué trasladado "por precaución" a la residencia de Camp David (Texas).
Ocho guardias de seguridad del campus fueron juzgados por su responsabilidad en los sucesos; todos fueron absueltos. Los soldados de la Guardia Nacional afirmaron haber actuado en defensa propia y no se emprendió contra ellos acción legal alguna, pese a que todos los muertos lo habían sido por heridas en pecho y cabeza y ninguno estaba a más de 120 metros de los tiradores, lo que demostraba que habían tirado a matar; se consideró que su reacción había sido "justificada" y "proporcionada". En 2007, Alan Canfora, uno de los heridos, solicitó que el caso no se archivara, aportando como prueba una grabación sonora del tiroteo en la que, aparentemente, los oficiales de la Guardia Nacional dan a los soldados orden de apuntar y disparar.
Los homenajes de todo tipo se sucedieron de inmediato. Quizá el más famoso, la canción Ohio, compuesta por Neil Young para su grupo Crosby, Stills, Nash & Young, que se publicó apenas dos semanas después de la masacre:
Quizá la imagen más emblemática de estos sucesos sea la que abre este post: Mary Ann Vecchio, de apenas 14 años, pide ayuda desesperadamente agachada sobre el cadáver de Jeffrey Lee Miller. La fotografía, tomada por un joven estudiante de fotografía llamado John P. Filo, le valió a su autor el premio Pulitzer.

sábado, 21 de enero de 2012

¿Qué fué de Ambrose Bierce?

                                            Ambrose Bierce


Estamos a finales del año 1913. El escritor y periodista Ambrose Bierce es un anciano, ya ha cumplido 71 años. Por fin ha concluído el proyecto que le ha ocupado sus últimos años, la recopilación y corrección de sus obras completas, una ardua tarea ya que muchos de sus relatos, artículos y las definiciones de su célebre Diccionario del Diablo se hallan desperdigadas por numerosas publicaciones por todo el país. Y ahora que ya ha concluído su último gran proyecto vital, se siente sólo, viejo y enfermo. Se divorció de su esposa en 1904 y sus dos hijos varones han muerto (Day, en una estúpida pelea de bar, y Leigh, a causa de una neumonía agravada por su alcoholismo). El único pariente con el que mantiene algún contacto es su hija Helen. Con este estado de ánimo, decide dejar su casa en Washington y partir a un último viaje. En su última carta a su hija, el 1 de octubre, le anuncia su intención de viajar a México (donde ha estallado la Revolución contra el presidente Porfirio Díaz) y especula con que no sería mala manera de morir si es fusilado allí.
Los siguientes meses los pasa recorriendo el sur de los Estados Unidos y visitando diversos campos de batalla de la Guerra de Secesión en los que combatió, y cuyas vivencias tanto marcaron su personalidad y su obra. Y en diciembre, cruza la frontera por El Paso hacia México.¿Qué iba a buscar allí? Quizá el viejo Bierce, misántropo, desencantado y muy escéptico en lo referente a la humanidad en general, quiso ver con sus propios ojos qué hacían aquellos hombres que se levantaban contra un poder arbitrario pidiendo justicia y libertad. El caso es que pasó al otro lado. Y no volvió a saberse de él.
Su hija, alarmada, pidió ayuda al Gobierno norteamericano, pero al investigación oficial no dió frutos. El último dato fehaciente que se tiene de él, una carta escrita el 26 de diciembre y dirigida a su amiga la periodista Blanche Partington desde la ciudad de Chihuahua. A partir de ese momento, no hay nada probado; todo es leyenda. En cualquier caso, lo más probable es que muriera en México en 1914.
Se da por hecho que en territorio mexicano se unió a las tropas revolucionarias o al menos lo intentó. La versión más extendida de su muerte dice que murió combatiendo contra el ejército de Díaz, algo poco probable, ya que Bierce era  un anciano y su salud estaba bastante deteriorada. Otras versiones cuentan que fué fusilado por orden del mismísimo Pancho Villa, a quien le habría disgustado que Bierce se hubiera burlado de él. Edward "Tex" O'Reilly, mercenario, periodista y escritor, afirmó que había coincidido con Bierce en Chihuahua, pero no llegó a hablar con él, y que más tarde fué asesinado por soldados mexicanos en el pueblo de Sierra Mojada, donde Bierce trataba de unirse a las tropas de Pancho Villa. En el pueblo circuló durante generaciones la historia de un "gringo viejo", bebedor y de mal carácter, asesinado por los soldados y que se reía de sus asesinos mientras éstos le disparaban, algo que cuadra bastante bien con el carácter sarcástico y vehemente de Bierce. Sin embargo, los principales investigadores sobre la vida y obra de Bierce dudan de dicha versión y se decantan preferentemente por situar la muerte del escritor durante el transcurso de la batalla de Ojinaga, el 11 de enero de 1914, donde también existen referencias documentales a un "gringo viejo" muerto en los combates.
No obstante, hay muchas otras teorías sobre su muerte, algunas interesantes, otras disparatadas y casi todas curiosas. Se dijo que había muerto de un ataque de asma en un hotelucho de Querétaro, y había sido enterrado en una tumba anónima. Hubo quién pretendió que nunca viajó a México, que todo había sido un montaje para encubrir sus verdaderas intenciones: en realidad, Bierce se había suicidado de un disparo en el Gran Cañón del Colorado. Otra teoría dice que acabó sus días en un manicomio en Napa (California), curiosamente cerca de la residencia de Miss Christiansen, su leal secretaria durante años. En 1915 hubo rumores que lo situaban en Francia, en plena Primera Guerra Mundial, acompañando al mariscal de campo británico Lord Kitchener. No faltan tampoco las teorías que tienden a lo rebuscado y fantasioso: que en realidad viajó hasta Honduras y Guatemala a espiar a determinados ciudadanos alemanes y japoneses que, a su vez, se creía que espiaban el funcionamiento del Canal de Panamá, o incluso ¡que acabó en la selva centroamericana, viviendo con una tribu salvaje que lo adoraba como a un dios!.
Sea como sea, ha pasado mucho tiempo desde su desaparición y, salvo que se produzca algún hallazgo documental importante (algo por otra parte muy poco probable) la suerte de Ambrose Bierce seguirá siendo un misterio.

sábado, 7 de enero de 2012

Dormir con el Presidente

Thomas Edmund Dewey

Harry S. Truman
El 2 de noviembre de 1948 se celebraron en los EEUU elecciones presidenciales. Como candidatos de los principales partidos se presentaron el entonces presidente, Harry S. Truman (que había asumido el cargo tras la muerte del presidente Franklin D. Roosevelt en 1945), por el Partido Demócrata, y Thomas E. Dewey, gobernador del estado de Nueva York, por el Partido Republicano. Dewey era el claro favorito para la victoria; todas las encuestas lo daban como vencedor, todos los especialistas lo señalaban como el ganador. Tan seguro estaba de su victoria que, la víspera de las elecciones le preguntó a su esposa Frances: ¿Cómo va a ser dormir con el presidente de los EEUU? A lo que ella respondió: Un gran honor, y francamente, querido, estoy deseando que suceda.
Al día siguiente de las elecciones, tras concluir el escrutinio (EEUU tiene seis husos horarios diferentes, y los recuentos suelen tardar) se confirmó la gran sorpresa: ¡contra todo pronóstico, Truman había ganado las elecciones, aventajando en más de dos millones de votos a Dewey!. Tan inesperado fué el resultado (aún hoy se lo sigue considerando el mayor vuelco electoral de la historia de los EEUU) que el periódico Chicago Tribune había empezado ya a imprimir su edición con el titular Dewey derrota a Truman y se vió obligado a empezar de nuevo.
Esa mañana, al sentarse el matrimonio Dewey para desayunar, la señora Dewey, con una sonrisa en su cara, le preguntó a su marido: Dime, Tom, ¿voy a tener que ir a Washington, o va a venir Harry aquí?

viernes, 6 de enero de 2012

Los Gracos

                           Tiberio y Cayo Sempronio Graco

No cabe duda de que los hermanos Graco nacieron en el seno de una de las familias más ilustres de Roma. Su padre, Tiberio Sempronio Graco, fué un brillante militar y político, que ostentó entre otros los cargos de pretor, censor, tribuno, cónsul (en dos ocasiones) y gobernador de Hispania Citerior. Su madre, Cornelia, era hija de Publio Cornelio Escipión el Africano, el vencedor de Aníbal en Zama. El matrimonio tuvo doce hijos, aunque sólo tres sobrevivieron al padre: dos varones, Tiberio y Cayo Sempronio Graco, y una hija, Sempronia.
Cornelia era una mujer de fuerte carácter y gran inteligencia, que solía recibir en su casa a lo más granado de la intelectualidad romana. Aristócratas y artistas acudían a las veladas de Cornelia, donde se hablaba de arte, de filosofía y, especialmente, de política. En la casa de los Gracos se reunía la élite de lo que se podría llamar el izquierdismo romano, cultos, brillantes y de ideas progresistas. Y no es de extrañar de que Tiberio y Cayo, imbuídos de estas ideas, mostraran desde muy jóvenes una inclinación hacia la carrera política.
Tiberio, el mayor, fué el primero en intentarlo. Militar destacado, cuestor en Hispania, en el 134 a. C., cuando contaba treinta años, fué elegido tribuno, presentándose, pese a su origen aristocrático, como el paladín del pueblo llano, lo que no le predispuso muy favorablemente con el Senado, reducto de las clases altas y pudientes. Precisamente era aquella una época complicada para la sociedad romana, abocada a una crisis social y económica. El trabajo casi gratuito de los esclavos, los latifundios y la ingente cantidad de productos importados de las colonias estaban llevando a la ruina a las clases más modestas de Roma, a toda una legión de pequeños campesinos y artesanos (que eran también la base del ejército romano), incapaces de competir con ellos, mientras una selecta élite plutócrata se enriquecía enormemente. Tiberio estaba dispuesto a poner coto a esta situación y propuso al Senado la aprobación de una serie de leyes agrarias para mejorar las condiciones del campesinado, que incluían un límite a la extensión máxima de terreno que podía poseer un ciudadano romano, así como el reparto de tierras del estado a personas sin recursos. Pero Tiberio, impulsivo y ambicioso, juzgó mal a sus adversarios y prefirió buscar el apoyo de las clases populares con demagogia y populismo antes que ganarse para su causa a las clases altas. Y cuando el otro tribuno, Marco Octavio,  influído por el Senado, opuso su veto al proyecto de la reforma agraria de Tiberio, Tiberio lo hizo desposeer del cargo usando una argucia legal. Este comportamiento, poco ético a ojos de las tradiciones romanas, junto a su creciente radicalidad, le quitó a Tiberio los pocos seguidores que todavía le quedaban entre la aristocracia. Próximo a expirar su mandato, Tiberio decidió presentarse a la reelección, algo que, si bien no era ilegal, si iba contra las costumbres romanas, lo cual le restó aún más apoyos. El día de las elecciones, Tiberio se presentó en el Foro con una guardia de hombres armados y vestido de negro, dando a entender de que de no ser reelegido significaría para el quedar a merced de sus enemigos. Pero no tuvo ocasión de saber el resultado. Estando en el Foro, un grupo de hombres armados encabezado por varios senadores, entre ellos el principal opositor de Tiberio, Escipión Násica (que, por cierto, era primo carnal de los Gracos) atacó a su séquito. La escolta de Tiberio no llegó a intervenir, tal era el prestigio que todavía tenían los senadores, y el tribuno fué asesinado a golpes por sus atacantes. Su cadáver, junto a los de un centenar de sus seguidores, fué arrojado al Tíber. Su hermano Cayo pidió permiso para rescatar el cuerpo y darle sepultura. Se lo negaron.
Nueve años después, en el 123 a. C., fué Cayo el que fué elegido tribuno. Cayo era inteligente y carismático, como su hermano, pero más pragmático y menos idealista, además de un gran orador. Sabía que era preferible hacer los cambios poco a poco y tratar de aglutinar en torno a él la mayor cantidad posible de seguidores. Las primeras leyes que promulgó estaban encaminadas a eliminar la corrupción y sanear la magistratura para que dejase de ser un instrumento al servicio de la élite. Y en 122 a. C., cuando ya había sido reelegido en el cargo, propuso sus principales leyes, incluída la ley agraria que buscaba confirmar y continuar la labor de su hermano. Esta vez, el Senado cambió de táctica y persuadió al otro tribuno, Marco Livio Druso, para que presentara una serie de leyes todavía más radicales que las de Cayo (aunque difícilmente aplicables). Este descubrió de pronto que Druso era el nuevo favorito de la plebe. Su propuesta de extender la ciudadanía a todos los habitantes del Lazio fué rechazada por el Senado. Y cuando se presentó a un tercer mandato no consiguió ser elegido. Así que prefirió retirarse temporalmente a la vida privada y volver a intentarlo más adelante. Pero cuando las clases populares vieron que las leyes no acababan de aplicarse y sospecharon que todo había sido un engaño, se sublevaron y los más radicales se enfrentaron a los partidarios de los conservadores y se atrincheraron en el Aventino. Cayo trató de negociar la paz y que ambas partes depusieran las armas, pero el Senado le acusó de ser el instigador del levantamiento, le declaró enemigo de Roma y puso precio a su cabeza. Cayo tuvo que huir de sus perseguidores cruzando el Tiber a nado, pero fué inútil. Viéndose acorralado en el bosque de Furrina, le pidió a su esclavo Filócrates que lo matase para no caer en sus manos. Filócrates apuñaló a su amo para, a continuación, darse muerte a si mismo con el mismo puñal. Un antiguo seguidor de los Gracos, sabedor de que el Senado había ofrecido a quien le llevara la cabeza de Cayo su peso en oro, decapitó al cadáver, llenó la cabeza con plomo y cobró su recompensa
Con Cayo fueron asesinados varios miles de sus seguidores, y muchos otros encarcelados. El Senado se dedicó a continuación a destruir toda la obra de los Gracos y a invalidar todas sus leyes, pero su prestigio se derrumbó y este desprestigio lo pagó la República, que daría paso al Imperio antes de un siglo.
Tras la muerte de Cayo, su madre Cornelia se puso de luto. El Senado le ordenó que se lo quitara.

domingo, 1 de enero de 2012

Feliz año nuevo

En líneas generales, el 2011 ha sido, para la mayor parte de la gente, una auténtica mierda. Crucemos los dedos para que este 2012 sea un año algo menos asqueroso. ¡Feliz año nuevo a todo el mundo!