Verba volant, scripta manent

sábado, 21 de abril de 2012

El Cantón de Cartagena


La Revolución de 1868 (La Gloriosa) provocó el derrocamiento de la reina Isabel II y un período de extrema inestabilidad política en España. Tras la marcha de la reina se estableció un gobierno provisional presidido por el general Serrano que promulgó la Constitución de 1869, que establecía como sistema de gobierno una monarquía parlamentaria, al estilo de la inglesa. El elegido como nuevo rey fué el italiano Amadeo de Saboya, cuyo reinado no logró acabar con el caos y apenas duró 28 meses, de noviembre de 1870 a febrero de 1873.
Dado que el experimento monárquico no había salido bien, se proclama la Primera República, que duraría apenas once meses. Su primer presidente fué Estanislao Figueras, que dimitió el 10 de junio. Fué sustituído por Francisco Pi y Margall, republicano federalista, quien anunció la redacción de una nueva Constitución y su proyecto de república federal.
Dicho anuncio y los retrasos en la plasmación definitiva del proyecto provocaron la llamada revolución cantonal: diversos territorios y ciudades del país proclamaron unilateralmente su autonomía en la práctica como territorios autónomos asociados a la "República Federal de España". Ciudades importantes como Valencia, Sevilla, Cádiz, Córdoba o Málaga, e incluso pequeñas localidades como Camuñas (Toledo) o Gualchos (Granada) tuvieron su propia declaración cantonal, que en la mayoría de los casos sólo duró unos días o semanas antes de que las autoridades restablecieran la normalidad. Con una excepción: Cartagena.
En toda la región murciana había un arraigado sentimiento federal. El 12 de julio de 1873 los republicanos federalistas toman el Ayuntamiento y las principales calles de Cartagena y forman una "Junta de Salvación Pública" que asume el gobierno de la ciudad y proclama el Cantón Murciano. Formaban parte de ella personajes notorios como los diputados Antonio Gálvez "Antonete" (uno de los principales impulsores de la rebelión), Alfredo Sauvalle y Antonio Alfaro;  los reconocidos federalistas Roque Barcia, Pedro Gutiérrez de la Puente (elegido primer presidente de la Junta, sería luego sustituído por Barcia), Eduardo Romero Germes y Antonio de la Calle; y militares como Leandro Carreras y Juan Contreras, que asumió el mando del ejército cantonal. Diversas localidades como Murcia capital, Cieza y Jumilla se unen al Cantón. En el castillo de Galeras, que domina el puerto y el Arsenal, se iza una bandera roja.
Lo que hacía diferente a Cartagena era que en ella estaba la principal base de la Armada española. En aquel momento, se hallaba fondeada en ella buena parte de la flota española, cuyas tripulaciones se unen masivamente a la revuelta. Con esta importante fuerza militar, la Junta de Cartagena inicia una serie de acciones expansivas destinadas a aumentar su territorio y recaudar fondos. Águilas y Mazarrón se unen al levantamiento, Lorca, Hellín y Orihuela son ocupadas por las tropas cantonales. La Armada cartagenera visita Alicante y Torrevieja, para recaudar fondos para el Cantón. También se dirigen a Almería (llegando a bombardear la ciudad el 30 de julio) y Motril (Granada). De vuelta a su base, varias de las naves son capturadas por barcos de guerra alemanes e ingleses, que alegan que no portaban una bandera reconocida y que el gobierno de Madrid ha declarado "piratas" a los sublevados en un decreto del 20 de julio. Se produce entonces un momento estrambótico cuando la Junta de Cartagena debate si declarar o no la guerra a Alemania por estos hechos.
Mientras, en la ciudad la Junta está tomando decisiones como gobierno autónomo. Se forma un "Gobierno Provisional" con distintos ministerios y se acuña moneda propia. Se suspende la pena de muerte, se libera a numerosos presos de las cárceles y se mantiene el funcionamiento de las instituciones y servicios públicos. También se publica un periódico oficial: El Cantón Murciano.
El 8 de agosto las autoridades cantonales envían un contingente de más de 3000 soldados por tren hacia Valencia, donde la Junta local está sitiada por las tropas del Gobierno central al mando del general Martínez Campos. El día 10, las tropas federales se topan en Chinchilla (Albacete) con un destacamento de soldados y guardias civiles. El enfrentamiento obliga a los cartageneros a retirarse, dejando atrás a casi 500 hombres prisioneros.
Tras este revés la política expansionista del Cantón se vuelve eminentemente defensiva. Las tropas cantonales abandonan Murcia y otras localidades y se repliegan hasta Cartagena. Poco después llegan las tropas de Martínez Campos. El 15 y 16 de agosto las tropas gubernamentales llegan a las inmediaciones de la ciudad, ocupando varios pueblos cercanos y tomando posiciones. Ha comenzado el sitio de Cartagena.
Lo que algunos creían que iba a ser un asunto fácil se revela en realidad como una larga y compleja operación. La ciudad, amurallada, con numerosos defensores y bien armados, no está dispuesta a rendirse fácilmente. Durante meses se suceden los enfrentamientos, por tierra y por mar, entre ambas fuerzas. Los ataques de los sitiadores por tierra son rechazados una y otra vez, mientras que la flota cantonal y las baterías defensivas mantienen a raya a la flota gubernamental, que trata de bloquear la entrada al puerto. Las tropas del Cantón hacen varias salidas en busca de víveres y para desbaratar las fortificaciones atacantes. Los combates se suceden. Pero el desgaste se va notando en los sitiados. Los víveres comienzan a escasear y comienzan las desavenencias entre los partidarios de la resistencia a toda costa y los favorables a negociar. Hay deserciones y arrestos y se enrarece la convivencia. Mientras, los sitiadores reciben contínuamente nuevas tropas de refresco, más artillería y armamento.
En esta situación angustiosa tiene lugar otro momento, por llamarlo de alguna manera, curioso. El gobierno cantonal envía una comunicación oficial a Washington... ¡pidiendo que el Cantón sea aceptado como uno más de los estados de la Unión! Al parecer, los norteamericanos llegaron a considerar el ofrecimiento, pero Cartagena cayó antes de que tomaran ninguna decisión.
Y el 26 de noviembre, las siete baterías construídas por los sitiadores a toda prisa comienzan a bombardear insistentemente la ciudad. El intenso bombardeo se prolonga semanas y se ve reforzado por la construcción de nuevas baterías. Buena parte de la población civil es evacuada de la ciudad, donde los defensores, sin agua y con pocos víveres, resisten a la desesperada. El 6 de enero, un proyectil alcanza el polvorín del Parque de Artillería, donde se refugian numerosos civiles. La terrible explosión no sólo destruye el edificio y la mayor parte de las reservas de pólvora y municiones de los cantonales, sino que mata a más de 400 personas (otras fuentes elevan el número de víctimas a dos mil), en su mayor parte civiles que se refugiaban de los bombardeos.
Tras una última salida a la desesperada el 9 de enero, la Junta decide capitular el 11. El día 12 de madrugada la Junta acepta las condiciones impuestas por el general López Domínguez, comandante de las fuerzas sitiadoras. Ese mismo día, más de un millar de militares, miembros de la Junta, simpatizantes y familiares logran burlar el bloqueo naval y huir a bordo de la fragata Numancia hasta Orán (Argelia). El 13, López Domínguez, al frente de sus tropas, ocupa oficialmente la ciudad, tras 184 días de sublevación, 150 de sitio y 48 de bombardeos, que han devastado la ciudad: a una media de 1200 proyectiles diarios, el 70% de los edificios han quedado destruídos o gravemente dañados; sólo 27 permanecían intactos.
El Cantón de Cartagena sobrevivió sin embargo a la República contra la que se había levantado y combatido; el 3 de enero, el general Pavía había ocupado el Palacio de las Cortes y desalojado a los diputados. La República quedaba disuelta y era sustituída por un gobierno provisional presidido por el general Serrano, y que acabaría dando lugar apenas un año más tarde a la Restauración de la monarquía, en la persona del joven Alfonso XII, hijo de Isabel II.
Las tropas gubernamentales entran en Cartagena

2 comentarios:

  1. Con todo el respeto discrepó con esta versión tan romantica, publicada en su blog sobre el tema de la bandera izada que fue regadacon sangre de un voluntario.

    En las Jornadas de Historia sobre el Cantón Murciano que tuvierón lugar los días 26 y 28 de abril de 1993 Jose Mº Rubio Paredes y Joaquin Alcaraz Quiñonero en su exposición titulada "El cantón murciano a través de un epistolario inédito: quince cartas de Manuel Sabater" en la carta fechada el 19-4-1917 expone:
    (...)
    le he de manifestar que la información que ha recogido
    respecto a la bandera turca enarbolada al iniciarse la revolución en Cartagena en el año
    73, es errónea por parte del que le ha referido el hecho, tal vez de buena fe, pero sin
    haberlo presenciado y por referencia, o bien una patraña, con fines que no quiero
    calificar, para que sirva de burla a los que fueron enemigos de aquel grandioso movimiento.
    Como prueba de ello, le diré que el 11 de julio de 1873 por la tarde compré de
    mi bolsillo particular media pieza de un género flexible (unos 10 ó 12 metros) encarnado,
    en un establecimiento de la calle Mayor conocido vulgarmente por «La tienda de los
    muchachos», y cuando Sáez, por mi orden, subió a Galeras, le entregué la bandera roja
    que las hijas de Oriuño confeccionaron rápidamente, sin saber para qué se destinaba, y
    cuando un cabo de cañón de la «Almansa» se me presentó al amanecer del 12 diciéndome
    que la escuadra no podía iniciar el movimiento y sí recomendarle si la Plaza lo iniciaba,
    entonces envié un aviso a Sáez para que izara la bandera roja en el castillo. Por otra
    parte, amigo D. Antonio, a su gran talento no se oscurecerá que el relato del voluntario
    que se'hace una herida para con su sangre hacer desaparecer la media luna blanca que
    ha de ser grandísima para poder distinguir desde la Plaza, tenía que haber estado
    sangrando media hora, y si la sangre salía en escasa cantidad era difícil que lo hubiera
    conseguido. ¿No era más lógico haber pedido pintura o tinta encarnada para el objeto, o
    cortar un estremo de la bandera y ocultar la media luna? Crea V. amigo D. Antonio, que
    han abusado de su probada buena fé. Y por el cariño que le tengo, y no por otra razón,
    he creído mi deber hacerle esta aclaración....."

    Un saludo

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    1. Muchas gracias por la aclaración. Había visto en varios lugares la historia de la bandera turca teñida de sangre y no se me ocurrió dudar de ella. Es una anécdota romántica y muy literaria, supongo que por eso se ha perpetuado tanto. Ya lo he corregido. Un saludo.

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