Verba volant, scripta manent

sábado, 28 de julio de 2012

La Colt modelo 1911

Colt 45 modelo 1911 "Black Army"

Desde finales del siglo XIX, y hasta entrado el siglo XX, el arma corta estándar usada por el Ejército norteamericano fué un revólver del calibre 38, generalmente de la marca Colt o Smith & Wesson. Pero cuando los norteamericanos se hicieron con Filipinas en 1898 y ocuparon el país, se encontraron una feroz resistencia por parte de los filipinos. Y descubrieron que en ciertas condiciones sus revólveres eran poco eficaces. No sólo se veían afectados por el clima lluvioso del país, que les provocaba numerosos fallos. Además, el calibre 38 resultaba poco eficaz por su bajo poder de parada, enfrentados a un enemigo fanático al que las balas del 38, a menos que fueran muy precisas, a menudo no lograban detener. De hecho, se vieron obligados a volver a utilizar revólveres del anterior calibre estandar, el 45 Long Colt. Por ello, en 1906 el Gobierno norteamericano convocó un concurso para dotar a sus soldados de nuevas armas cortas. El nuevo modelo debía cumplir una serie de especificaciones detalladas en la convocatoria: arma semiautomática, calibre 45, balas de al menos 14'9 gramos de peso y una velocidad de salida de 240 km/h. 
De las seis empresas que se presentaron al concurso, la vencedora fué la Colt con su modelo 1911. El responsable de su diseño fué John Moses Browning, quien diseñó para este modelo un ingenioso mecanismo que sería a partir de entonces común en todos los modelos de pistolas semiautomáticas de gran calibre. Un muelle empujaba el cerrojo que introducía un cartucho en el cañón, a la vez que se amartillaba el arma. El disparo provocaba un retroceso del cañón y la corredera, en un movimiento en el que se expulsaba el casquillo usado y permitía la introducción de un nuevo proyectil en el cañón (este sistema se llama automatismo por acerrojamiento). 
El Ejército norteamericano adoptó oficialmente este modelo en marzo de 1911 (la Armada y la infantería de marina no lo harían hasta 1913) y entró en combate por primera vez durante la llamada "Expedición Punitiva" que el ejército norteamericano lanzó contra Pancho Villa el 14 de marzo de 1916, en represalia después de que las tropas del revolucionario mexicano hubiesen atacado el pueblo de Columbus (Nuevo México). Al año siguiente, EEUU entró en la Primera Guerra Mundial y se fabricaron más de dos millones y medio de unidades. Siguió siendo utilizada por el ejército hasta enero de 1985, cuando fué sustituída por la Beretta 92 F/FS, aunque la unidad SWAT sigue empleando una variante modificada. Además, numerosos ejércitos y cuerpos de seguridad de todo el mundo siguen empleando este modelo.        

lunes, 23 de julio de 2012

El motín del Bounty

Réplica del HMAV Bounty, construída en Nueva Zelanda en 1979

Los sucesos acaecidos a bordo de la HMAV Bounty han conocido numerosas versiones: sesudos ensayos historiográficos, novelas, varias adaptaciones fílmicas entre 1916 y 1984... Pero lo cierto es que mucho de lo que se cuenta sobre ellos no es verídico. La historia del amotinamiento de parte de la tripulación del barco ha sido muy manipulada y tergiversada y la versión que habitualmente se ha difundido tiene poco que ver con la realidad.
Todo comenzó con el Artocarpus altilis, conocido como árbol del pan, frutipan, cacaté o guampán. Este árbol, cuyas distintas subespecies se encuentran desde el sudeste asiático hasta Australia y la Polinesia, da un fruto nutritivo y de gran tamaño, del que una vez seco se obtiene una especie de harina muy similar a la del maiz. Esto hizo que a sir Joseph Banks, noble y naturalista inglés que fué presidente de la Royal Society desde 1771 hasta su muerte en 1820, se le ocurriese la idea de plantarlo masivamente en las posesiones inglesas en el Caribe, para utilizarlo como alimento de los numerosos esclavos que trabajaban las plantaciones coloniales y así abaratar los costes de explotación (ah, estos ingleses, siempre mirando por el bienestar ajeno...). Su propuesta fué aceptada y el gobierno inglés decidió enviar al Bounty, un modesto mercante que acababa de comprar (originariamente su nombre era Bethia), a Tahití, con la misión de recolectar ejemplares del Artocarpus y llevarlos al Caribe. Al mando del barco colocaron al joven teniente de navío William Bligh (no sería nombrado capitán hasta 1791), que contaba 33 años y había participado en el tercer y último viaje del legendario capitán James Cook. Debido a su misión no bélica y al pequeño tamaño de buque y tripulación, no embarcaron infantes de marina, como solía ser frecuente en barcos de guerra de mayor tamaño. El Bounty zarpó hacia su destino el 23 de diciembre de 1787. Nunca volvería a Inglaterra.
El viaje fué notablemente dificultoso. El pésimo tiempo les impidió doblar el cabo de Hornos, con lo que Bligh se vió obligado a tomar la ruta alternativa y doblar el cabo de Buena Esperanza, lo que supuso dar un notable rodeo y llegar a Tahití varios meses más tarde de lo previsto, el 25 de octubre de 1788. Además, llegó en una estación inapropiada para transplantar los brotes del frutipán, por lo que tuvieron que quedarse en Tahití hasta que se dieran las condiciones necesarias.
Al contrario de lo que se ha repetido muchas veces, Bligh no fué el comandante cruel y despótico con sus hombres que se ha querido hacer ver. Durante el viaje, el número de castigos a bordo fué inusulamente bajo, y al parecer él mismo había recomendado a sus oficiales ser moderados en ese aspecto. Incluso había tomado medidas en beneficio de su tripulación, como establecer tres turnos de trabajo en lugar de dos, para aumentar el tiempo de descanso.
Para la tripulación del Bounty, los meses que pasaron en Tahiti fueron una auténtica delicia: descanso, mujeres, comida fresca, mujeres, agua limpia, mujeres, un clima excelente... ¿he mencionado las mujeres? Con lo que, tras cinco meses, y una vez recolectados los árboles, partieron de muy mala gana el 4 de abril de 1789, rumbo al Caribe. El descontento a bordo era notorio. Y así, el 28 de abril estalló un motín encabezado por el primer oficial de Bligh, Fletcher Christian. Éste no es tampoco el héroe romántico que nos han vendido. Nacido en el seno de una familia ilustre venida a menos por los despilfarros de sus antepasados (que acabaron forzando que la familia se asentase en la isla de Man para huir de sus acreedores), su actuación como cabecilla del amotinamiento dice muy poco en favor suyo, más aún cuanto él y Bligh eran buenos amigos, habían servido juntos bajo las órdenes de Cook y Christian era un invitado habitual en casa de Bligh. Aún así, aprovechando su turno de guardia, Christian y once de los 42 tripulantes del buque se apoderaron de las armas y capturaron a Bligh. Los once amotinados sometieron a los otros treinta y uno. Bligh y 18 de los hombres que le habían permanecido leales fueron obligados a subir a un bote y abandonados en alta mar, sin apenas agua ni provisiones y con algunos instrumentos de navegación. Los amotinados y los otros 13 que no habían participado (y que no cabían en el bote) partieron rumbo a Tahiti.
En una notable hazaña náutica, Bligh y sus hombres llegaron, tras 41 días de navegación y habiendo recorrido 6700 kilómetros, a la isla de Timor, habiendo perdido un sólo hombre, en un combate con los nativos de la isla de Tofua. Una vez dado aviso de lo sucedido, las autoridades británicas enviaron inmediatamente a Tahití al HMS Pandora, al mando del capitán Edwards, un hombre cruel, autoritario y severo (muchos creen que la mala fama de Bligh se debe a una confusión con Edwards). En Tahití, los ingleses encontraron a 16 miembros de la tripulación del Bounty, quienes contaron cómo Christian y ocho marineros fieles habían dejado la isla meses atrás, para evitar ser capturados, con rumbo desconocido, acompañados por un grupo de mujeres y varios hombres tahitianos. Edwards arrestó a los 16 y los encerró en el Pandora para llevarlos a Inglaterra; pero debido a la incompetencia de Edwards, el barco encalló y se hundió en el Gran Arrecife de Coral australiano, muriendo varios de los presos. Al final, sólo 10 llegaron vivos a Inglaterra para ser juzgados. Gracias al testimonio de Bligh, cuatro fueron absueltos por no haber formado parte de la rebelión; otros dos fueron condenados (aunque luego serían indultados) porque, aunque no habían tomado parte en el motín, no se habían opuesto a los sublevados; otro, un oficial llamado Peter Heywood, fué absuelto por un tecnicismo (aunque en realidad se debió a sus influencias, ya que era sobrino de Lord Howe, almirante de la Flota del Canal); y los tres últimos, reconocidos como parte de los amotinados, fueron condenados y ahorcados. Bligh fué declarado no culpable de la pérdida del barco en un juicio celebrado en octubre de 1790. Poco después ascendería a capitán y acabaría sus días como Vicealmirante de la Armada británica.
¿Y qué fué de los amotinados? No se volvió a saber de ellos hasta 1808. En ese año, un ballenero norteamericano llamado Topaz llegó a la isla de Pitcairn, en plena Polinesia y a unos 2000 km al sureste de Tahiti. La isla era muy poco frecuentada: no estaba habitada, ni tenía recursos para explotar, estaba lejos de las rutas comerciales habituales y, por un error cartográfico, aparecía en la mayor parte de los mapas en una situación diferente a la real.
Los tripulantes de la Topaz se sorprendieron al encontrar la isla habitada: varias mujeres, un puñado de niños y un hombre, que resultó ser John Adams, el último de los amotinados del Bounty que quedaba con vida. Adams contó a sus visitantes cómo Christian había puesto rumbo a Pitcairn sabiendo que sería muy poco probable que los ingleses los buscasen en aquellos parajes. Y para evitar llamar la atención de algún barco que pasase accidentalmente por allí, él mismo había quemado el Bounty en enero de 1790. La vida en la isla resultó menos idílica de lo esperado: los contínuos roces entre los recién llegados desembocaron en numerosas peleas y, finalmente, en un brutal enfrentamiento entre los tahitianos y los ingleses, a resultas del cual murieron todos los hombres tahitianos y cinco de los amotinados, incluído Christian. Los otros tres amotinados murieron, uno por enfermedad, otro por una caída y el tercero a manos de sus propios compañeros, de modo que cuando llegaron los americanos sólo quedaban Adams, las mujeres y los niños, la mayoría hijos de los marineros ingleses.
Adams recibió un indulto real en 1825, perdonándole su delito de amotinamiento a condición de que nunca volviera a Inglaterra. Pitcairn, que aún hoy en día sigue siendo una posesión británica, está habitada por unas cincuenta personas, la mayoría descendientes de los hombres de la Bounty.

lunes, 16 de julio de 2012

Las Navas de Tolosa

Sancho el Fuerte de Navarra sobrepasa a los imesebelen


Hoy, 16 de julio, se cumplen exactamente ochocientos años de una de las batallas más épicas de la Edad Media en la Península Ibérica, que marcó decisivamente el discurrir de la llamada Reconquista, la paulatina recuperación por parte de los reinos cristianos de los territorios ocupados por los musulmanes en el siglo VIII.
Los antecedentes de la batalla hay que buscarlos en una batalla anterior, la de Alarcos (1195) donde el califa almohade Yusuf II, señor del norte de África y del sur de la Península, derrotó al impetuoso rey castellano Alfonso VIII. Los resultados de la derrota fueron desastrosos para los castellanos: los almohades lograron llevar sus fronteras hasta los Montes de Toledo, a tiro de piedra de la capital castellana, y saquearon una amplísima extensión de terreno. Afortunadamente, los almohades habían sufrido muchas bajas y en sus posesiones africanas había estallado la rebelión de los Banu Ganiyah por lo que, tras firmar una paz con los reinos de Navarra, León y Portugal, prefirieron retirarse a su capital, Sevilla. Durante unos años, Yusuf II y su hijo y sucesor, Muhammad An-Nasir, centraron sus atenciones en África, dando oportunidad a los cristianos de recuperarse y preparar el desquite.
Durante esos años, Alfonso VIII había entablado negociaciones con los demás reinos de la Península para tratar de establecer una alianza contra los almohades. Cuando supo que An-Nasir (llamado por los cristianos Miramamolín) había cruzado el estrecho de Gibraltar al frente de un numeroso ejército y se proponía atacarlo, pidió ayuda para conjurar la amenaza. Los reyes Sancho VII el Fuerte de Navarra, Pedro II de Aragón y Alfonso II de Portugal accedieron a enviar tropas al combate. No así Alfonso IX de León. El rey leonés culpaba al castellano de la derrota de Alarcos, al haber atacado a los almohades sin esperar su llegada con refuerzos. Además, en los últimos años ambos reinos mantenían, si no una guerra abierta, si una serie de escaramuzas fronterizas, con toma de plazas incluída. La desconfianza acabó por frustrar el acuerdo entre ambos reyes y el leonés no participó en la campaña, aunque dió libertad a sus caballeros para acudir al combate. Además, gracias a la intermediación del arzobispo de Toledo, Ximénez de Rada, el papa Inocencio III había declarado como "cruzada"·la campaña, lo que atrajo a un buen número de combatientes extranjeros, deseosos de obtener las prebendas, espirituales y económicas, que la participación en dicho evento conllevaba.
Las tropas cristianas se concentraron en Toledo a principios del verano de 1212 y avanzaron hacia el sur, tomando Malagón y Calatrava. La formaban unos 50000 castellanos, más 20000 navarros, aragoneses y portugueses (Sancho de Navarra y Pedro de Aragón habían acudido al frente de sus tropas). También había unos 30000 combatientes europeos, en su mayor parte franceses, incluídos tres obispos (los de Narbona, Nantes y Burdeos), pero la mayor parte se retiró antes del encuentro definitivo. El intenso calor del verano español, al que no estaban acostumbrados, el desacuerdo con Alfonso VIII, líder del ejército, y las órdenes de evitar los saqueos y las matanzas sin sentido de musulmanes y judíos les hicieron volverse a sus hogares, salvo un pequeño contingente de apenas 150 hombres. Además, había tambien varios miles de soldados altamente entrenados, pertenecientes a las órdenes de caballería presentes en la Península, las de Santiago, Calatrava, San Lázaro, el Temple (si, también hubo templarios en las Navas) y de Malta. Y por último, un puñado de caballeros leoneses, asturianos y gallegos, súbditos del rey de León, que acudían a título personal.
Contra ellos se oponía un poderoso ejército al mando de An-Nasir. Los cronistas cristianos hablan de 300 o 400 mil hombres; los estudios más fiables hablan de unos 120000. Es muy habitual exagerar el número de los soldados enemigos; si ganas, aumenta el mérito de tu victoria y si pierdes, tienes mejor excusa. Aún así, la desigualdad numérica en favor de los musulmanes era notable. Entre las tropas de An-Nasir había infantería andalusí y marroquí, veteranos almohades, caballería norteafricana (que ya en tiempos de los romanos tenía fama de ser la mejor del mundo), mercenarios turcos llamados agzaz (excelentes arqueros a caballo) y numerosos voluntarios de distintos países que acudían a la yihad llamados por An-Nasir. Y no hay que olvidar a la temible guardia negra o imesebelen, esclavos procedentes en su mayor parte de Senegal, absolutamente fanáticos, que combatían encadenados entre sí y a estacas clavadas en el suelo, como muestra de que no pensaban en huir, sólo en combatir o morir.
El ejército cristiano se dirige hacia el lugar donde habían establecido su campamento los musulmanes, una serie de suaves elevaciones llamada La Losa, cerca del pueblo jiennense de Santa Elena, en las estribaciones de Sierra Morena. Los musulmanes disponen guarniciones en los principales pasos para impedirles el paso a las tropas cristianas, pero éstas logran cruzar las montañas (según la leyenda, por un paso secreto que les muestra un pastor) y llegar a campo abierto.
Los días 13, 14 y 15 de julio se producen pequeños combates entre miembros de ambos ejércitos. El lunes 16 se produce el ataque definitivo de los cristianos. En el centro de su formación, la caballería pesada castellana y de las órdenes de caballería. En el flanco derecho, la infantería castellana (buena parte de ella formada por milicias urbanas de ciudades como Soria, Béjar, Madrid o Medina del Campo) y la caballería navarra. A la izquierda, las tropas aragonesas (los merecidamente famosos almogavares) y otros caballeros de distinto origen.
El primer ataque lo lanzan los cristianos: la caballería pesada, al mando de Diego López II de Haro, carga contra el centro del ejército almohade, donde se sitúa la infantería ligera. Los musulmanes siguen la misma táctica que en Alarcos: la infantería, tras provocar todas las bajas posibles a la caballería enemiga, retrocede, haciendo que los cristianos avancen; y entonces, la segunda línea del ejército musulmán, incluída la caballería, cae sobre ellos, causándoles grandes bajas. La segunda línea cristiana, al mando de Núñez de Lara, acude en su ayuda, pero los enemigos son demasiados, las bajas aumentan y parte de las tropas comienza a retroceder. Sólo López de Haro, acompañado de su hijo, de Núñez de Lara, de algunos fieles y de las tropas de las órdenes militares, mantienen la formación luchando ferozmente. Entonces, creyendo la batalla ganada, parte del ejército almohade rompe la formación para salir en persecución de los cristianos que se retiran. En el campamento cristiano, los tres reyes observan con preocupación cómo la batalla parece girar en contra de sus intereses. Y acontece entonces uno de esos momentos legendarios que pasan a la historia. Alfonso VIII, Sancho VII y Alfonso II se ponen al frente de todas las tropas que le quedan y se lanzan a la carga contra sus enemigos.
La llegada de las reservas cristianas con sus reyes al frente tiene un efecto devastador sobre los almohades. El empuje del ataque sobrepasa la segunda y tercera líneas musulmanas, llegando a las cercanías del campamento musulmán, situado en un altozano, donde se destaca la lujosa tienda de Miramamolín, y protegido por los imesebelen. Entre las tropas almohades cunde el desconcierto, mientras que los cristianos, espoleados por la acción de sus reyes, se lanzan con nuevos bríos al combate. La tumultuosa lucha se acerca al campamento musulmán. Los arqueros musulmanes, atrapados en la barahúnda de la pelea, no son efectivos como otras veces contra los caballeros. Y finalmente, los cristianos llegan hasta  los imesebelen, que combaten con desesperación pero acaban siendo superados. Es al rey navarro Sancho el Fuerte (así llamado por su imponente aspecto físico, ya que al parecer sobrepasaba largamente los dos metros de estatura) al frente de unos 200 de sus caballeros, al que le cabe el honor de romper la última línea defensiva del campamento. An-Nasir consigue escapar mientras en la colina tiene lugar una espantosa matanza; cuentan los cronistas que tras la batalla los caballos tenían dificultades para avanzar por ella, tal era la cantidad de cadáveres que yacían en el suelo.
Los datos sobre las bajas son poco fiables; la mayoría de las fuentes (posiblemente exagerando) hablan de 90000 musulmanes caídos, por 5000 cristianos. El botín de guerra capturado fué colosal, se conquistó una amplísima extensión de terreno y sólo una epidemia que se desató poco después puso freno al avance cristiano hacia el Sur. An-Nasir nunca se recuperó de la derrota; poco después abdicaría en su hijo Yusuf al-Mustansir (que contaba con sólo 16 años) y se retiró a Marraquech, donde murió en 1213 (se dice que envenenado). El imperio almohade entraría enseguida en decadencia, y sus territorios peninsulares acabarían desmembrados en una serie de pequeños reinos o taifas, de los que sólo Granada resistiría hasta 1492.
El renombre de Las Navas fué tal que, durante siglos, los cronistas cristianos se referían a ella sencillamente como "La Batalla", mientras que los musulmanes la llamaban la batalla de Al-Uqab o, muy gráficamente, "El Desastre".

sábado, 14 de julio de 2012

Ambos, Santísimo Padre


                                       León XIII (1810-1903)

Vincenzo Gioacchino Raffaele Luigi Pecci, que fué Papa de 1878 a 1903 con el nombre de León XIII, gustaba de entrevistar personalmente a los miembros recién ingresados en la Guardia Suiza, a los que dirigía siempre las mismas tres preguntas, y en el mismo orden:
- ¿Cuantos años tienes?
- ¿Cuanto tiempo puedes ayunar?
- ¿Tienes aún padre y madre?
En cierta ocasión, se trataba de incorporar a dicho cuerpo a un joven que desconocía el italiano, por lo que sus superiores le enseñaron las respuestas a las preguntas que siempre hacía León XIII, en el mismo orden que solía hacerlo. En aquella ocasión, sin que se sepa por qué, León XIII alteró el orden de las preguntas:
- ¿Cuanto tiempo puedes ayunar?
- Veinticuatro años
- ¿Qué edad tienes?
- Dos meses
Sorprendido por las respuestas, el Papa se quedó callado un momento y luego le dijo al soldado:
- O tú o yo estamos mal de la cabeza
A lo que el joven, creyendo que le preguntaba si aún vivían sus padres, respondió:
- Ambos, Santísimo Padre.

sábado, 7 de julio de 2012

La Ley Seca

Manifestantes a favor de la Ley Seca (Colección John Binder)

El 17 de enero de 1920 entraba en vigor la llamada Ley Volstead, aplicación de la Enmienda 18 a la Constitución de los EEUU, propuesta en diciembre de 1917 por el Senado y ratificada el 16 de enero de 1919. Dicha enmienda declaraba ilegal la producción, venta, transporte, exportación e importación de licores destilados, aunque con algunas excepciones (por ejemplo, el bourbon, el whiskey de maiz típicamente norteamericano, que se siguió fabricando por sus "propiedades medicinales"). Aunque dicha Enmienda se hizo mucho más conocida por su apodo popular: la Ley Seca.
La Ley Seca tuvo su origen en el denominado Movimiento por la Temperancia, surgido en los EEUU allá por principios del siglo XIX. Impulsado fundamentalmente por congregaciones religiosas protestantes (metodistas, mormones, etc.) alcanzó una gran popularidad en muy poco tiempo y fué ganando seguidores. Al final, el proyecto de la prohibición del alcohol gozaba de un gran número de variopintos apoyos. No sólo, evidentemente, numerosos grupos religiosos de todo tipo; también movimientos progresistas y de defensa de la mujer, filántropos como el multimillonario John D. Rockefeller, sociedades para la defensa de los derechos de los negros e incluso el mismísimo Ku Klux Klan estaban a favor de la prohibición. Sus promotores la llamaron "el noble experimento" y confiaban en que, con la prohibición, se redujese el crimen y la corrupción, se mejorase la salud de los ciudadanos (especialmente de los de las clases bajas), se redujeran los homicidios y la violencia doméstica, se descongestionaran prisiones y albergues para vagabundos y, en general, se hiciera del mundo un lugar mejor.
Esa era, al menos, la teoría.
Lo que en realidad ocurrió era previsible. Como la gente quería seguir bebiendo, había que satisfacer su demanda. Y floreció la destilación ilegal y el contrabando de licor desde Canadá, México y el Caribe. Todo ello a un precio mucho más caro y con menos garantías sanitarias. Y fué el crimen organizado quién aprovechó la ocasión para hacerse con el mercado. El tráfico de alcohol supuso para todo tipo de bandas criminales (la más conocida de ellas, por supuesto, la Mafia) una fuente inmensa de ingresos que cimentó el poder que todavía hoy conservan. Y con ese dinero sobornaron a policías, jueces y políticos para que hicieran la vista gorda con sus negocios, con lo que la corrupción se multiplicó.
Al principio de la década de los 30 la situación no había mejorado, sino que había empeorado notablemente. El crimen organizado campaba a sus anchas. Los delitos se habían multiplicado; la tasa de homicidios (muchos de ellos vinculados a la lucha por el control del mercado negro del alcohol) pasó de 6'8 por cada mil habitantes en 1920 a 9'9 en 1933. Los convictos en cárceles federales habían pasado de 4000 a más de 27000. La corrupción infestaba todos los sectores de la sociedad. Gangsters como Al Capone o Bugsy Moran se habían hecho enormemente poderosos. Por todas partes florecían los speakeasies o bares ilegales. El alcoholismo había aumentado, lo mismo que las enfermedades y las muertes derivadas del consumo de alcohol (generalmente, por la bajísima calidad del licor de contrabando), que en algunos estados se habían cuadruplicado. Y todo ello apenas había reducido el consumo global: se pasó de un consumo per cápita de seis litros de licor al año en 1919 a cinco en 1929. El propio Rockefeller lo admitía: En general ha aumentado el consumo de alcohol, se han multiplicado los bares clandestinos y ha aparecido un ejército de criminales.
En esos momentos, tres cuartas partes de la población norteamericana eran partidarios de derogar de una vez la ley. En 1932 fué elegido presidente el demócrata Franklin Delano Roosevelt, que llevaba en su programa electoral la promesa de la desaparición de la ley. No solo por las consecuencias derivadas de la prohibición; también porque, en plena Depresión, la legalización del alcohol supondría crear nuevos empleos y aumentar la recaudación fiscal. En marzo de 1933, la llamada Acta Cullen-Harrison permitía la venta de cerveza de hasta 3'2 º y de vino, acabando así con la Ley Volstead. Y el 5 de diciembre, el Senado aprobaba la Enmienda 21, que derogaba definitivamente la Enmienda 18.
La Mafia perdió así su principal fuente de ingresos, pero había alcanzado un poder que ya no abandonaría, y se buscó otros negocios alternativos. Como el tráfico de heroína, que casualmente acababa de ser ilegalizada...

Alphonse Gabriel "Al" Capone, uno de los grandes beneficiados por la Ley Seca