Verba volant, scripta manent

martes, 28 de agosto de 2012

Julia Hill, la chica que se subió a un árbol

                                Julia Hill en las ramas de Luna

Julia Lorraine Hill nació el 18 de febrero de 1974 en Mount Vernon (Missouri). No tuvo una infancia corriente: hija de un predicador ambulante, Julia, sus padres y sus dos hermanos menores vivieron en una autocaravana, trasladándose de un pueblo a otro sin descanso, hasta que Julia cumplió los diez años. En ese momento, la familia dejó de trasladarse y se instaló en Jonesboro (Arkansas).
La vida de Julia (apodada por su familia "Butterfly", mariposa, desde niña) desde ese momento fué bastante normal: fué al instituto, se graduó, comenzó a trabajar de camarera, ascendió a encargada de restaurante... hasta agosto de 1996. En ese momento, Julia, que tenía 22 años, sufrió un terrible accidente de tráfico. Había salido con unos amigos y era la encargada de permanecer sobria y conducir. Irónicamente, un conductor borracho embistió el coche que conducía a gran velocidad. Julia se golpeó la cabeza con el volante y sufrió graves daños neurológicos: sólo tras un año de dura terapia fué capaz de volver a hablar y caminar con normalidad.
Después del accidente, la vida de Julia dió un vuelco. Sentía que hasta ese momento se había preocupado sólo de las cosas materiales y necesitaba darle un enfoque nuevo a su vida, darle mayor trascendencia. Y se embarcó en un viaje de autodescubrimiento por carretera recorriendo California.
Y estaba en esas cuando llegó al condado de Humboldt, en el NO californiano. Allí supo de la problemática de los bosques de secuoyas. La Pacific Lumber Company, una empresa maderera local que hacía poco que había sido absorbida por una multinacional texana llamada Maxxan Corporation, llevaba tiempo talando amplias extensiones de bosques, lo que provocaba numerosas críticas entre la población local. En diciembre de 1996 se produjo un deslizamiento masivo de tierras que dañó numerosas casas de Stafford, lo que se atribuyó a la deforestación masiva de los montes cercanos a la ciudad. Y ahora la Pacific Lumber pretendía seguir con su política y talar un bosque de secuoyas rojas (Sequoia sempervivens) que incluía ejemplares de más de cien metros de altura y varios siglos de edad.
Julia sintió inmediatamente una conexión con los venerables árboles y con las personas que los protegían. Se instaló en el campamento montado por los manifestantes y empezó a participar en las actividades de los que allí se habían reunidos, entre los que destacaban los miembros de un grupo ecologista llamado Earth First!. Un buen día, pidieron voluntarios para subirse a una de las secuoyas, como medio de llamar la atención y para evitar que fueran taladas. De inmediato, Julia y otros dos se ofrecieron voluntarios y ascendieron hasta las ramas de uno de los ejemplares, al que habían llamado Luna. Pero poco después Julia sufrió una inoportuna enfermedad y tuvo que volver al campamento.
Días después, sus dos compañeros bajaron del árbol y se pidieron más voluntarios. Y de nuevo Julia, junto a otros dos activistas, se ofreció. Tuvieron que evitar el asalto de un grupo de leñadores, pero al fin Julia y uno de sus compañeros lograron trepar a Luna. Era el 10 de diciembre de 1997. Se suponía que iban a quedarse allí unas semanas... pero Julia acabó permaneciendo junto a Luna más de dos años.
El 4 de enero, Julia se quedó sola. Su compañero tuvo que bajar por motivos psicológicos. Pero Julia se quedó, tranquilamente. Instalada en dos pequeñas plataformas de apenas tres metros cuadrados construidas sobre las ramas bajas de Luna, a unos 55 metros de altura, recibía provisiones de sus compañeros.
En su diminuto cubículo, Julia soportó fuertes tormentas, amenazas de los leñadores, acciones intimidatorias de la Pacific Lumber (llegaron a hacer volar un helicóptero a apenas unos metros de su refugio) e incluso el asedio de guardias de seguridad que trataban de evitar que le llegaran suministros. Todo en vano. La fuerte voluntad de Julia Hill se impuso a todas las dificultades.
La hazaña de Julia no tardó en llegar a los medios. En febrero de 1998, su historia ya había salido, entre otros, en el Los Angeles Times, Newsweek o People. Al final, la Pacific Lumber accedió a negociar. Pero las negociaciones fueron tensas y pasaron por altibajos. Hill se negaba a bajar si no se aseguraba la protección del bosque de secuoyas. Tampoco las relaciones con Earth First! fueron fáciles. Muchos de sus miembros veían con desagrado la imagen que Julia daba de la protesta y que fuera ella la que negociara en persona. Finalmente, el 14 de julio de 1999 se llegaba a un acuerdo en el que la maderera accedía a respetar a Luna y una parte importante del bosque. Diversas divergencias entre ambas partes (la Pacific Lumber trató de que Hill no concediera entrevistas ni apareciera en los medios) hicieron que el acuerdo no fuera ratificado hasta diciembre. El 23 de diciembre de 1999, Julia Hill bajaba del que había sido su hogar los últimos dos años. Había pasado exactamente 738 días subida a Luna.
Después de su experiencia, Julia Hill se convirtió en una activa defensora de la naturaleza, presente habitualmente en actos de defensa del medio ambiente (sufrió un arresto en 2002 en Ecuador, mientras protestaba contra la construcción de un oleoducto, con deportación incluída), además de dar numerosas conferencias. Inevitablemente, también escribió un libro sobre el tiempo que permaneció en el árbol: El legado de Luna.
En noviembre de 2000, personas no identificadas trataron de talar a Luna, causándole un profundo tajo con una motosierra. El árbol necesitó tratamiento y medidas de estabilización, pero parece haberse recuperado.

miércoles, 22 de agosto de 2012

José Rizal y el libro que le costó la vida

José Protacio Rizal de Alejandro Lam-co Alonso de la Rosa y Realonda de Quintos (1861-1896)

A finales del siglo XIX, de lo que en tiempos había sido el mayor imperio que había visto la historia, España sólo conservaba dos posesiones en ultramar: Cuba y Filipinas. Pero a estas alturas, ambos territorios estaban cansados de ser simples colonias y reclamaban cada vez con mayor insistencia, primero una mayor autonomía, y luego, directamente, la independencia.
Por lo general, en España se ha hablado bastante del movimiento independentista cubano y de sus líderes e  inspiradores; no así en el caso filipino, del que, sacando hechos puntuales (como los famosos últimos de Filipinas), no suele hablarse demasiado. Hoy voy a hablaros de una de las figuras importantes de la lucha filipina por su libertad: José Rizal, a quien muchos comparan con el cubano José Martí.
José Rizal, en cuya ascendencia se mezclaban antepasados chinos, malayos, tagalos y españoles, nació en 1865, hijo de un comerciante acomodado apellidado Mercado, aunque cambiaría su apellido en su juventud por el de Rizal, derivado de la palabra tagala "ricial", que significa brote verde o retoño. Inició sus estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Santo Tomás (Manila), fundada por la orden dominica, pero posteriormente se trasladó a Europa, donde completó también la carrera de Medicina, especializándose en Oftalmología (su madre padecía una enfermedad degenerativa que la iba dejando poco a poco ciega) estudiando en Madrid, París y Heidelberg. Fué en Alemania donde comenzó a escribir su primera y más conocida novela: Noli me tangere.
Por aquel entonces, Rizal todavía no se había posicionado en favor de la independencia. Mantenía su fidelidad a España, pero también tenía una visión muy crítica de la situación filipina. Había escrito numerosos artículos reclamando para su tierra natal una serie de derechos (libertad de expresión, igualdad de derechos para nativos y españoles, o que pasase de ser una colonia a ser una provincia y conseguir así representación legislativa), formando parte del movimiento Propaganda, una sociedad formada por filipinos, la mayor parte estudiantes, residentes en Madrid.
Noli me tangere es una agudísima disección, casi quirúrgica, de la vida de la sociedad popular en Filipinas. Con bastantes aportes autobiográficos, cuenta la historia de Crisóstomo Ibarra, que ha pasado varios años en Europa dedicado a sus estudios y vuelve a su pueblo natal tras la muerte de su padre. Allí su talante progresista y tolerante choca con el sometimiento total de sus gentes ante unas autoridades despóticas y ante la voluntad de un franciscano, el intrigante padre Dámaso, quien verdaderamente gobierna el pueblo en la sombra impidiendo que nuevas ideas arraiguen entre la gente. El libro fué editado en Berlín en 1887, a expensas del propio Rizal, pero no sólo fué prohibido en Filipinas, sino que hizo que las autoridades coloniales fijaran su atención en su autor.
Terminada su formación, y tras un tiempo viajando por Estados Unidos, Japón y Hong Kong, volvió a Filipinas en 1892, donde las autoridades inmediatamente lo pusieron bajo vigilancia. Al poco de llegar fundó una sociedad, La liga filipina, un movimiento pacífico y progresista para favorecer el desarrollo del archipiélago. Pero las autoridades aprovecharon para, tras arrestarlo el 6 de julio de 1892 (apenas cuatro días después de crear la Liga), acusarlo de subversión, y acabó exiliado en Dapitán, en la isla de Mindanao.
Durante su confinamiento, fundó una escuela y un hospital y siguió pidiendo más derechos y progreso para los suyos, siempre de manera pacífica (al parecer, rechazó formar parte de la rebelión que movimientos como el Katipunan preparaban). En 1896 solicitó una plaza de médico de campaña para Cuba, en plena insurrección y asolada por una epidemia de cólera. Pero, mientras Rizal viajaba camino del Caribe, se produjo en Filipinas la tan esperada rebelión armada. Las autoridades coloniales (instigadas por las religiosas, que todavía tenían atragantada la crítica de Noli me tangere) señalaron a Rizal como uno de los cabecillas de la revuelta y fué arrestado en el propio barco, confinado en el castillo barcelonés de Montjuic y posteriormente devuelto a las islas, donde un tribunal militar lo declaró culpable de insurrección y traición y lo condenó a muerte. El 31 de diciembre de 1896, a las siete de la mañana, José Rizal es fusilado en Manila, en un lugar llamado Bagumbayan, y que hoy se conoce como Parque Rizal. Como traidor se le quiso fusilar por la espalda, pero antes de la descarga fatal se volvió para mirar de frente a sus verdugos, dejando claro que se consideraba inocente. Años antes había escrito: Sólo se muere una vez, y si no se muere bien, se pierde una ocasión que no se presentará más.

martes, 14 de agosto de 2012

El último soldado de la Primera Guerra Mundial

                        Claude Stanley Choules (1901-2011)

Se llamaba Claude Stanley Choules. Nació en Pershore, en el condado inglés de Worcestershire, el 3 de marzo de 1901. Y murió en una residencia de ancianos de Perth (Australia), el 5 de mayo de 2011, con 110 años cumplidos y habiéndose convertido en el último soldado vivo de los más de setenta millones de combatientes que habían participado en la Primera Guerra Mundial.
Cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, tenía apenas 13 años. En 1915, con sólo 14 años, trató de alistarse tras saber que sus hermanos mayores Douglas y Leslie, emigrados años atrás a Australia, se habían alistado en las fuerzas expedicionarias australianas. Pero todavía era muy joven y fué rechazado. Gracias a la intermediación de su padre, fué admitido en la Marina como aprendiz de marinero. Tras un período de adiestramiento en el que fué tripulante del TS Mercury y del HMS Impregnable, ambos buques de entrenamiento, fué admitido como recluta en octubre de 1916. Destinado primero en el HMS Circe, en octubre de 1917 "Chuckles" (como era llamado por sus camaradas) fué destinado al acorazado HMS Revenge, buque insignia del Primer Escuadrón de Combate, a bordo del cual asistió a la rendición de la flota alemana en el fiordo de Forth (Escocia) y a su posterior hundimiento por sus propios marineros en la bahía de Scapa Flow.
En 1926, Choules fué destinado como instructor a la Royal Australian Navy. Curiosamente, la RAN había sido fundada el 1 de marzo de 1901, sólo dos días antes del nacimiento de Choules. Ese viaje cambiaría la vida de Choules; durante la travesía conoció a la joven Ethel Wildgoose, con la que se acabaría casando (estuvieron casados setenta y seis años). Más tarde solicitó su traslado a la RAN y se instaló definitivamente en Australia. Dejó la RAN en 1931 pero volvió a ingresar en 1932, sirviendo como instructor especializado en torpedos y guerra antisubmarina.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Choules estuvo destinado en la base de Fremantle. Como jefe de demoliciones, una de las labores que tenía encomendada era, en caso de una invasión japonesa, destruir con explosivos una serie de instalaciones e infraestructuras estratégicas, tales como puentes, diques o depósitos de combustible, para entorpecer en lo posible el avance japonés. Tras la guerra, dejó de nuevo la Royal Navy y se incorporó a la Policía Naval, donde sirvió hasta su retiro en 1956. Estaba en posesión de numerosas condecoraciones, entre ellas la Medalla de Guerra Británica de ambos conflictos mundiales (también la australiana) o la Medalla Australiana de Defensa. Dejó al morir 3 hijos, 11 nietos, 22 bisnietos y 3 tataranietos. Tras su muerte, recibió numerosos homenajes y reconocimientos (entre ellos, el bautizo de un buque de desembarco de la marina australiana como HMAS Choules).
Curiosamente, pese a su larga carrera militar, Choules nunca mostró tener una exagerada vocación militar. Su familia recuerda como a menudo justificaba su alistamiento y posterior servicio diciendo que "era una manera de ganar dinero". En sus últimos años se había convertido en un antibelicista convencido, se negaba a ir a los desfiles y se declaraba opuesto a todas las guerras. También publicó su autobiografía: El último de los últimos (editada en 2009)
Como curiosidad, hay que decir que Choules fué el último combatiente vivo de la Primera Guerra Mundial, pero no el último veterano. Tal honor le cupo a Florence Green (19/2/1901-4/2/2012), que también tenía la consideración de "veterana" ya que había servido como camarera en las bases de la Royal Air Force en Marham y Narborough.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Quod barbari non fecerunt...

                                  Panteón de Agripa

Quienes hayáis visitado Roma, seguramente no habréis dejado de visitar el imponente Panteón de Agripa, uno de los edificios romanos mejor conservados de la ciudad. Erigido en torno al año 27 a.C. por Marco Vipsanio Agripa, general y yerno del emperador Augusto, sufrió años más tarde un terrible incendio y fué reconstruído en torno al 125 d.C. por el emperador Adriano, quien entre otras modificaciones al templo original le añadió un pórtico o pronaos cuyas cubiertas estaban sostenidas por un maravilloso artesonado de bronce profusamente decorado que maravillaba al que lo veía. 
El templo sobrevivió a la caída de Roma y ha llegado a nuestros días prácticamente intacto. No así los bronces de su entrada, que, tras permanecer en su lugar milenio y medio y resistir las invasiones bárbaras y los avatares de la turbulenta Edad Media en la capital italiana, en el siglo XVII fueron desmontados y fundidos por orden del papa Urbano VIII, quien empleó el bronce para fabricar un centenar de cañones para la fortaleza del Castel Sant'Angelo, así como el badalquino obra del escultor Gian Lorenzo Bernini que preside el altar papal de la Basílica de San Pedro de Roma. 
El pueblo de Roma quedó espantado ante la atrocidad cometida por el Papa, destruyendo de tal manera una de las más maravillosas obras de arte de la ciudad. Ante éste y otros desmanes similares del Papa y de sus parientes con otras obras maestras de la antigüedad, no tardó en salir a relucir el proverbial ingenio romano y, como Urbano VIII era miembro de la poderosa familia florentina de los Barberini, no tardó en hacerse popular un dicho o chascarrillo por toda la ciudad: Quod barbari non fecerunt, Barberini fecerunt. Lo que no hicieron los bárbaros... lo hicieron los Barberini.

sábado, 4 de agosto de 2012

La crisis especulativa de la Francia del XVIII: La historia de John Law

                                   John Law (1671-1729)

John Law nació en Edimburgo (Escocia) en 1671. Era un joven atractivo, simpático, inteligente (sobre todo, era un apasionado de las matemáticas) y, tras morir su padre, un importante joyero (y también banquero) que trabajaba para las principales casas de Escocia, dueño de una gran fortuna. Sin embargo, al joven John le faltaba uno o dos gramos de sensatez: era también jugador y mujeriego empedernido. No tardó en dilapidar la fortuna de su familia. Y acabó dando tumbos por Londres, tramando oscuros negocios, apostando y buscando los favores de todo tipo de mujeres. Y así, en 1694, mató en un duelo a Edward "Beau" Wilson, un acaudalado prohombre londinense, empedernido jugador como él (aunque con mayor fortuna), con el que competía por los favores de la atractiva Elizabeth Villiers (dato para los aficionados a las curiosidades históricas: el padrino de Law en el duelo fué nada menos que Daniel Defoe, el autor de Robinson Crusoe). Y para eludir la acción de la justicia, se vió obligado a huir del país a toda prisa, refugiándose en Holanda. Allí paso varios años, viviendo pobremente y estudiando el avanzado sistema bancario holandés. Después de mucho estudio, acabó por desarrollar una teoría económica propia. Su teoría tenía varios puntos destacados, a saber: que la circulación de dinero era la auténtica sangre de un sistema económico, y que el comercio era la mejor manera de generar riqueza.
Law viajó por Europa ofreciendo su novedoso sistema a los principales gobiernos del continente, pero nadie le hizo demasiado caso. Hasta que llegó a Francia en 1715. Aquí la situación era peliaguda de verdad. Luís XIV acababa de morir, dejando al país sumido en una crisis económica sin precedentes. El heredero, su bisnieto Luís XV, era todavía un niño, y el regente, Felipe de Orleans (tío abuelo del pequeño) temía con razón verse obligado a decretar la bancarrota del país. Por eso, cuando Law apareció en su puerta ofreciendo su sistema, seguramente pensó que no tenía mucho que perder.
Law se puso manos a la obra y fundó el Banque Générale Privée (que luego se convertiría en el Banque Royale) con el privilegio de imprimir cierto invento que Law había conocido en Holanda, pero que en realidad habían inventado ya los chinos dos milenios antes: el papel moneda. Con ese papel moneda, cuyo valor estaba asegurado por las reservas de oro del Estado, se pagaría a los acreedores del Estado, aunque el que quisiera podía solicitar su reembolso en oro. Además, creó la Compagnie d'Occident, que monopolizó el comercio con la colonia francesa de Luisiana, y que posteriormente se fusionaría con otras Compañías, como la de Senegal, la de las Indias Orientales y la de China, dando lugar a la Compagnie Perpétuelle des Indes, responsable de todo el comercio colonial francés, y cuyas acciones podían adquirirse sólo con títulos de deuda pública, garantizando grandes intereses.
Al principio todo iba bien; la Hacienda francesa mejoraba su estado y la actividad económica aumentaba a buen ritmo. Pero también empezó a darse una notoria especulación en torno a las acciones de la Compagnie: pasaron de valer 500 libras a cotizarse por encima de las 20000. Además, igualmente empezó a producirse una cierta inflacción por la emisión contínua de dinero. Pero el sistema aparentemente funcionaba. Y en 1720, la Compagnie y el Banque Royale se fusionaban y Law era nombrado Inspector general de Finanzas.
Pero como suele ser habitual, la codicia dio al traste con el negocio. Felipe de Orleans, viendo que todo iba sobre ruedas, pensó que no pasaría nada si le daba algo más rápido a la manivela de hacer billetes e imprimía unos pocos más. Concretamente, tres mil millones de libras (casi el PIB total de Francia) sin avisar a Law. Como consecuencia, las reservas de oro de la Compañía, muy inferiores a la cantidad de papel moneda circulante, no fueron suficientes para cubrir todos los reembolsos en oro que le solicitaban. Y se desató el caos. La Compagnie entró en bancarrota, la cotización de sus acciones cayó a niveles ínfimos y Law, que no quiso hacer público que el responsable era el regente, tuvo que huir del país e instalarse en Venecia, donde vivió ejerciendo como jugador profesional, hasta su muerte en 1729. Está enterrado en la iglesia veneciana de San Moisés.
La crisis afectó no sólo a Francia, sino a la mayor parte de Europa, haciendo que los sistemas bancarios se volvieran mucho más prudentes. En Francia se calcula que en torno al 10% de la población perdió la mayor parte o todos sus ahorros a raiz del colapso del sitema Law. Sin embargo, fue muy beneficiosa para la Hacienda francesa, que salió enormemente saneada de la crisis, aunque a costa de profundizar el descrédito de la corona (faltaban sólo unas décadas para el estallido de la Revolución). Además, la actividad económica, especialmente el comercio, se revitalizó de manera muy notable. Y también hizo que nadie en Francia volviera a fiarse del papel moneda, que tardaría décadas en volver a utilizarse.