Verba volant, scripta manent

domingo, 31 de marzo de 2013

El Trinche Carlovich

                                       Tomás Felipe "Trinche" Carlovich

A lo largo de la historia del fútbol ha habido jugadores especiales, mágicos, tocados por un aura de genialidad arrebatadora. Algunos supieron aprovechar esas cualidades y acabaron siendo mitos mundialmente famosos: Pelé, Di Stefano, Yashin, Cruyff, Luís Suárez. Otros no llegaron tan lejos: las lesiones, la mala suerte o su propia incapacidad para aprovechar su talento coartaron su carrera. Pocos simbolizan tan bien lo que pudo ser y no fue como el Trinche Carlovich.
Tomás Felipe Carlovich nació en el barrio de Belgrano, en la ciudad argentina de Rosario, el 20 de abril de 1949. Era el menor de los siete hijos de un humilde matrimonio de inmigrantes yugoslavos y, como tantos otros niños, aprendió a jugar al fútbol en la calle, en campos de tierra y guijarros, dándole patadas a casi cualquier cosa de forma más o menos esférica, desarrollando esa habilidad casi eléctrica que tienen los que se habituaron a jugar en esas condiciones desde pequeños. Pero el Trinche (nadie, ni él mismo, sabe decir de dónde viene su apodo) iba mucho más allá que sus compañeros. Vivía por y para el fútbol, y pronto demostró sus cualidades.
Con apenas quince años entró en las categorías inferiores del Rosario Central, pero enseguida le llamaron la atención por su tendencia a escaparse de los entrenamientos y del trabajo físico. Y con 16 se marchó cedido al Sporting de Bigand, un modesto club con el que fue campeón de la Liga del Sur, un campeonato regional. Volvió a Rosario en 1969, pero apenas jugó un partido con el primer equipo. Sus cualidades técnicas eran excepcionales, pero el entrenador Miguel Ignomiriello prefería otro tipo de jugador, más físico y trabajador. Además, la indisciplina e irresponsabilidad de las que hacía gala el Trinche, que serían otra constante en su carrera, tampoco jugaron a su favor. Así que Carlovich hizo las maletas y se fue, primero al Flandria de Luján, donde estuvo apenas cuatro meses, y luego volvió a Rosario para jugar en el Central Córdoba, un club modesto que sería el club de su vida. Con él logró el ascenso a Primera B en 1973.
Fue en el Central donde comenzó la leyenda del Trinche. Su talento desbordante, su imprevisible creatividad, sus jugadas increíbles, no tardaron en convertirle en un auténtico ídolo de la afición. Tanto es así, que se hizo habitual que los hinchas preguntaban al ir a comprar su entrada ¿Hoy juega el Trinche?... y si no jugaba, se iban. Uno de sus momentos más increíbles fue durante un partido contra el Talleres de Remedios de Escalada, donde, a petición de un hincha fervoroso, inventó una de sus jugadas míticas: un doble caño o "caño de ida y vuelta", como él lo llamó.
Estaba en el Central cuando llegó el momento culminante de su carrera. La selección argentina que iba a disputar el Mundial de Alemania '74 estaba concentrada y como parte de su preparación, se organizó un partido contra una selección de Rosario, el 17 de abril de 1974. En el once rosarino (donde había jugadores que llegarían lejos, como Mario Alberto Kempes o Carlos Aimar) formaron cinco jugadores del Rosario Central, cinco del otro gran club de Rosario, el Newell's Old Boys... y el Trinche. Se suponía que iba a ser un encuentro sencillo para la selección. No contaban con el Trinche. Porque para delirio del público local la selección rosarina, llevada en volandas por el genio arrollador de Carlovich, dio un repaso absoluto a la selección argentina, a la que ganaba en el descanso por 3 a 0. Vladislao Cap, seleccionador nacional, pidió a Timoteo Griguol y Juan Carlos Montes, encargados del combinado local, que dejaran al Trinche en el banquillo en la segunda parte, temeroso de que el partido acabase con  un resultado escandaloso. El Trinche se retiró en el minuto 60, en medio de una atronadora ovación. Aún así, la victoria final se quedó en casa: 3-1.
A principios de 1975 el Trinche fichó por el Independiente Rivadavia de Mendoza, también en Primera B. Año y medio irregular, pero con momentos deslumbrantes. Pero también protagonizó alguna de sus anécdotas más famosas. Apenas llevaba 17 días en la ciudad, cuando el Trinche desapareció sin dejar rastro. Finalmente lo encontraron en Rosario y lo convencieron para que volviese. Aún tuvo otra escapada más, a principios de 1976, mientras negociaba su renovación. En otra ocasión, se hizo expulsar de un partido para llegar a tiempo a coger un autobús que le llevaba a pasar unos días en Rosario. Y su despedida del club fue similar: tras ser expulsado en un partido contra el Gimnasia y Esgrima de Mendoza por pelearse con un rival, desapareció y no volvió más. Aún así, en Independiente guardan un gran recuerdo de él.
Su siguiente equipo fué el Colón de Santa Fe, ya en la máxima categoría. Pero tampoco tuvo suerte: varias lesiones y su propia dejadez hicieron que sólo jugase dos partidos de Liga, antes de ser despedido.
En 1978 volvió a Mendoza para fichar por el Deportivo Maipú, donde estuvo dos años. Para muchos, los dos mejores años de su carrera. Y es allí cuando tuvo lugar otra de sus anécdotas míticas (y también muy ilustrativas de su carácter). Cercano el Mundial que ese año se disputaba en Argentina, el seleccionador César Luís Menotti, rosarino y admirador de su talento, le convocó para una concentración de la selección, de la que saldría el equipo que jugaría el mundial. Pero el Trinche no acudió. Dicen que prefirió irse a pescar, perdiendo así una oportunidad irrepetible.
En 1980 volvió al Central Córdoba, donde jugó hasta 1983, logrando en 1982 un nuevo ascenso a Primera B. Tras un par de años inactivo, volvió brevemente a la actividad en 1986, también en el Central, y se retiró definitivamente.
Carlovich es una figura mítica dentro del fútbol argentino. Apenas hay grabaciones de él (sólo un breve fragmento de unos segundos), pero los que lo vieron jugar nunca lo olvidarán. Los elogios que aún hoy recibe son enormes. El mismísimo Maradona llegó a decir de él que había sido el mejor del mundo, y el ex-seleccionador José Pekerman dijo que era el mejor jugador que había visto nunca. En su época llegó a tener ofertas importantísimas de equipos como el Milan o el Cosmos (donde jugaba Pelé) pero nunca le interesó. En el fondo, Carlovich fue siempre el chico de barrio que sólo aspiraba a divertirse jugando, ya fuese con sus amigos en la calle o en un estadio. En una entrevista dijo: La verdad es que yo no tuve otra ambición más que la de jugar al fútbol y la cumplí, a mi modo llegué. El Mesías de la redonda, el Maradona invisible, fueron algunos de los apodos que ha recibido. Un jugador del que Carlos Aimar dijo No jugó en Primera porque no quiso.
Después de su retirada, ha seguido vinculado al mundo del fútbol, de una u otra manera. Fue manager del Central, fundó una escuela de fútbol y entrenó al Wanders, un equipo modesto de Rosario.


Trayectoria
1964-65 Rosario Central
1966-68 Sporting de Bigand
1969-70 Rosario Central
1970 Flandria
1971-75 Central Córdoba
1975-76 Independiente Rivadavia
1977 Colón de Santa Fe
1978-80 Deportivo Maipú
1980-83 Central Córdoba
1986 Central Córdoba


domingo, 24 de marzo de 2013

El origen de Moby Dick



Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo... Así comienza Moby Dick, una de las obras cumbres de la literatura universal, escrita por Herman Melville y publicada por en 1851. Las historia es bien conocida: un joven embarcado en un ballenero asiste a la obsesión de su capitán, Achab, por acabar con Moby Dick, un gigantesco cachalote blanco responsable de la pérdida de su pierna, en un viaje que conducirá al capitán y a los que lo acompañan a la perdición. Una historia que está, como los telefilmes de sobremesa, "basada en un hecho real".
El Essex era un hermoso barco ballenero, de 27 metros de eslora y 238 toneladas de peso. Partió de Nantucket (Massachusetts) en 1819, a las órdenes de George Pollard Jr., de apenas 28 años y recién nombrado capitán. La tripulación ascendía a 21 hombres, si bien uno desertó en septiembre de 1820 durante una escala en Ecuador.
El 20 de noviembre de 1820, a más de 2000 millas marinas de la costa sudamericana, mientras estaban ocupados capturando varias pequeñas ballenas, fueron sorprendidos por la aparición de un enorme cachalote, de unos 26 metros (lo normal es que los individuos de mayor tamaño no superen los 20) que embistió en dos ocasiones al Essex, causándole graves daños que provocaron su hundimiento. Los 20 hombres se subieron a los tres botes que tenía el barco, con la poca comida que pudieron salvar, y trataron de llegar a tierra. La más cercana eran las Marquesas (a 1200 millas) pero temiendo que estuviesen habitadas por caníbales, prefirieron intentar llegar a Sudamérica... lo que les obligaba a evitar los vientos alisios, navegando 1000 millas hacia el sur y luego otras 3000 hacia la costa. Días después llegaron a la isla Henderson, del archipiélago de las Pitcairn; pudieron aprovisionarse y recuperar fuerzas, pero la isla era demasiado pequeña y si se quedaban allí morirían de hambre. Por eso, salvo tres marineros que decidieron quedarse, los hombres del Essex decidieron volver al mar. Sin saberlo, habían estado muy cerca de la salvación, porque a apenas 100 millas estaba Pitcairn, la isla donde se habían ocultado los amotinados del Bounty, cuyos descendientes habitaban la isla y les habrían ayudado.
Pero las provisiones que llevaban eran insuficientes. Muy pronto el hambre azotó a los náufragos, y por encima uno de los botes se separó de los demás durante una tempestad. Poco a poco aquellos hombres empezaron a morir, y los que quedaban con vida se vieron obligados a recurrir al canibalismo para sobrevivir. Uno de los botes fue rescatado el 18 de febrero por el India, un ballenero británico. A bordo, tres supervivientes: Owen Chase (primer oficial), Benjamin Lawrence (arponero) y Thomas Nickerson (grumete). Unos días después, cerca ya de la costa, otro de los botes era recogido con otros dos supervivientes (el capitán Pollard y el marinero Charles Ramsdell) por otro ballenero de Nantucket, el Dauphin. El tercer bote, con tres hombres, se perdió y nunca volvió a saberse de él. Los cinco se reunieron posteriormente en Valparaíso (Chile) y poco después, un barco mercante rescataba en Henderson a los tres náufragos (el arponero Thomas Chapple y los marineros William Wright y Seth Weeks), casi muertos de inanición. Doce hombres habían muerto, casi todos de hambre (alguno murió a manos de sus compañeros), de los cuales siete acabaron devorados por sus compañeros.
La espantosa tragedia marcó de por vida a los supervivientes. El capitán Pollard volvió a la mar en 1822, capitaneando el Two Brothers, otro ballenero que acabó mal: encalló en un arrecife en Hawái y se hundió. Después de eso, Pollard no quiso saber nada más del océano: tras un único viaje como capitán de un mercante, acabó sus días trabajando como vigilante nocturno, torturado por el recuerdo de su primo Owen Coffin, de sólo 17 años, que había sido "sacrificado" para alimentar a los demás, incluído el propio Pollard.
El grumete Nickerson (con sólo 15 años era el más joven de la tripulación) llegó a ser capitán de la marina mercante.
Owen Chase llegó a ser propietario de un ballenero, el Charles Carrol. Enviudó dos veces estando en el mar, se divorció de su tercera esposa, que había tenido un hermoso niño... cuando Chase llevaba 16 meses embarcado, y se casó aún una cuarta vez... dos meses después del divorcio. Sufrió terribles pesadillas y migrañas el resto de su vida, y acabó medio loco, escondiendo comida en el desván de su casa.
Charles Ramsdell y Benjamin Lawrence acabaron siendo capitanes de balleneros. William Wright se ahogó durante un huracán en el Caribe, Seth Weeks se retiró y Thomas Chapple se hizo misionero.
Owen Chase y Thomas Nickerson, escribieron sendos relatos sobre lo sucedido. Así conoció Melville el caso; estando embarcado en el ballenero Acushnet, conoció a uno de los hijos de Chase, embarcado en otro ballenero, que le facilitó una copia del manuscrito de su padre. En él se inspiró Melville para escribir su novela (también en la historia de un enorme cachalote albino apodado Mocha Dick, responsable de hundir varios botes arponeros, y capturado en 1838; aunque no hay pruebas de que fuera el responsable del hundimiento del Essex).
Y un último detalle: Melville estudió al detalle el relato de los hechos, y concluyó que si los náufragos se hubieran dirigido al oeste, como quería Pollard, seguramente se habrían salvado todos.

sábado, 23 de marzo de 2013

Se busca a Prawo Jazdy

Hace algunos años, la policía irlandesa o Garda Síochána inició una investigación para dar con el paradero de un súbdito polaco llamado Prawo Jazdy. El motivo: el tal Prawo había acumulado docenas de multas de tráfico por los más variados motivos, desde exceso de velocidad a aparcar en zona prohibida, y había eludido pagarlas haciendo constar en cada caso un domicilio diferente. El caso es que finalmente un oficial acabó descubriendo... que Prawo Jazdy significa "Permiso de Conducir" en polaco. O sea, que los agentes irlandeses habían tomado el rótulo principal del carnet de conducir polaco como si fuera el nombre del conductor. En junio de 2007, un memorándum interno de la Garda advertía del error a los agentes, a la vez que admitía que resultaba "vergonzoso" que se hubiera cometido tal error en al menos cincuenta ocasiones.

viernes, 22 de marzo de 2013

El revuelto de Gramajo

 

El revuelto de Gramajo es un plato típico argentino que tiene un origen un tanto peculiar. Su creación guarda cierto paralelismo con el del sándwich. Tradicionalmente se ha atribuído la invención de este tentempié a John Montagu, IV conde de Sándwich, que era un jugador de cartas tan empedernido que, por no levantarse de la mesa, pidió que le trajeran un pedazo de carne entre dos rebanadas de pan, para poder comer mientras jugaba y sin mancharse las manos. Pues bien, el revuelto de Gramajo se llama así en honor al coronel argentino Artemio Gramajo (1838-1914), quién durante muchos años fue ayudante de campo del general Julio Argentino Roca, que también fue presidente de Argentina entre 1880 y 1886. Gramajo, hombre obeso y notorio aficionado a la comida, era también socio del Club del Progreso de Buenos Aires, donde pasaba largas veladas jugando al billar o a las cartas. Para no tener que abandonar el juego, pedía que le preparasen este plato, que luego consumía directamente en el plato o bien a modo de sándwich entre dos trozos de pan.
Hay numerosas variantes del revuelto de Gramajo; pero casi todas coinciden en llevar patatas fritas muy finas, jamón cocido (o también curado) cortado en tiras estrechas, y huevos; todo ello frito suavemente en aceite, sin que los ingredientes queden ni crudos ni tostados. A mayores, hay quien le añade ajo, cebolla, guisantes, carne de pollo o de pavo, aceitunas, panceta o mariscos, además de diversas combinaciones de especias.
Bon apetit!

jueves, 21 de marzo de 2013

Steve Jobs y Juan Carlos I


En cierta ocasión, el rey Juan Carlos I, con motivo de una visita a EEUU, asistió a una cena de gala organizada en su honor por el matrimonio de millonarios y filántropos Gordon y Ann Getty. A la cena, celebrada en San Francisco, asistieron numerosas personalidades de muy diferentes ámbitos. Entre ellas, el mismísimo Steve Jobs, que por aquel entonces trabajaba en NeXT, la empresa que había fundado tras su salida de Apple. Ross Perot, socio capitalista de NeXT y conocido político ultraconservador, fue quien los presento. Entre ambos hubo una intensa conversación (que el propio Perot calificó de "eléctrica") durante la cual Jobs explicó detalladamente al rey sus proyectos y sus ideas de cómo iban a ser las siguientes generaciones de ordenadores. Debió ser muy convincente, ya que el rey, al despedirse, garabateó algo en un papel y se lo entregó a Jobs. ¿Qué ha pasado? preguntó, ansioso, Perot. Le he vendido un ordenador, fue la sorprendente respuesta de Jobs.

miércoles, 20 de marzo de 2013

El diamante más grande del mundo

                                Sir Thomas Cullinan con el diamante Cullinan

El mayor diamante en bruto jamás hallado se encontró el 26 de enero de 1905 en la mina Premier, en Transvaal (Sudáfrica), hoy renombrada mina Cullinan. Al parecer, fué un capataz llamado Frederick Wells el que lo encontró durante una inspección rutinaria, pero al principio pensó que se trataba de un cristal sin valor, dado su enorme tamaño. Pesaba un total de 3106 quilates, aproximadamente unos 621 gramos. Se le llamó Cullinan en homenaje a sir Thomas Cullinan, propietario del yacimiento. Precisamente, en la caja fuerte de Cullinan estuvo guardado el diamante durante más de dos años; era tan grande que nadie se atrevía a comprarlo. Finalmente, en 1907, el gobierno de Pretoria lo compró por 150000 libras para ofrecérselo como regalo al rey Eduardo VII de Inglaterra por su 66º cumpleaños.
El rey encargó más tarde el tallado del diamante a la empresa Royal Asscher Diamond Company, de Ámsterdam, la más prestigiosa de la época. Los hermanos Asscher, sus propietarios, fueron llamados a Londres para examinarla, y se decidió que fuera trasladada a Ámsterdam. Se anunció públicamente que la piedra sería llevada a bordo de un destructor con grandes medidas de seguridad... pero en realidad fué uno de los hermanos Asscher, Abraham, el que la llevó tranquilamente en su bolsillo, viajando en transbordador y en tren como cualquier otro viajero. Joseph Asscher fué el encargado de tallar tan asombrosa gema. Después de estudiarla minuciosamente durante mas de seis meses, Asscher dividió el diamante en nueve grandes piedras y un centenar pequeñas. Todas tienen una talla perfecta y forman parte de las joyas de la Corona británica. Se nombran por orden según su peso: Cullinan I, II, III... Las dos piedras más grandes son el Cullinan I o Gran Estrella de África, de 520'2 quilates, engastada en el cetro real y que hasta 1986 fué el diamante tallado más grande del mundo; y el Cullinan II o Segunda Estrella de África, de 317'4 quilates, montado en la Corona Imperial junto a otra gema célebre, el famoso "Rubí del Príncipe Negro" (que, por cierto, no es un rubí auténtico, sino una espinela). Los Cullinan III (94'4 quilates) y IV (63'6) forman parte de la corona de la reina Mary, pero pueden usarse separadamente como broches. El Cullinan V (18'8) forma parte de la misma corona, tras haber estado engastado en un broche.
Y como colofón, hay indicios de que el Cullinan formaba parte de una piedra de mayor tamaño, ya que una de sus caras era irregular y estaba agrietada. Se lleva años especulando con la posibilidad de encontrar el fragmento que le falta, pero todavía no se ha hallado.

10 de febrero de 1908. Joseph Asscher, en presencia de sus hermanos y de representantes del gobierno británico, se dispone a dar el primer golpe al diamante Cullinan

martes, 19 de marzo de 2013

El verdadero Sherlock Holmes

                                                    Joseph Bell

Sir Arthur Conan Doyle publicó en 1887 Estudio en escarlata, el primero de los relatos (en total fueron 4 novelas y 56 relatos cortos) en los que aparecía el personaje que lo haría famoso: el peculiar detective Sherlock Holmes. Pero lo cierto es que Doyle se basó en un modelo real para su personaje: el doctor Joseph Bell.
Joseph Bell (1837-1911) era doctor en Medicina y profesor en el Edinburgh Infirmary de la Universidad de Edimburgo, de donde era natal, entre 1874 y 1901. Doyle lo conoció en 1877, cuando ingresó en la Universidad para estudiar medicina, y quedó vivamente impresionado con su personalidad y sus habilidades, especialmente en lo relativo a su capacidad deductiva. Bell era capaz, sólo con observar a un paciente y basándose en deducciones lógicas, a partir de detalles como su forma de caminar, su acento y otros detalles de su físico o su comportamiento, de averiguar cosas acerca de él tales como su trabajo o su origen, que dejaban pasmados a sus alumnos. Otro aspecto importante fue su papel como pionero de la criminología moderna en cuanto al estudio de las huellas dactilares, las manchas de sangre o el análisis químico.
En su segundo año en la Universidad Doyle fue elegido por Bell para ser su ayudante. Esto le permitió al futuro escritor ser testigo de sus demostraciones deductivas, que le dejaron hondamente impresionado. Por eso, cuando años más tarde decidió escribir una novela sobre un detective, se inspiró en su antiguo profesor. Y no sólo en sus habilidades, sino también en lo físico: Bell, al igual que Holmes, era alto, delgado, con una nariz prominente y el pelo negro. Además, también compartían su afición por el deporte y su carácter enérgico. Se dice incluso que llegó a investigar, como aficionado, el famoso caso de Jack el Destripador.
Doyle nunca ocultó que Bell había sido su inspiración; lo admite en su autobiografía y en varias cartas que escribió a Bell; y Bell estaba bastante orgulloso de ello e incluso escribió el prólogo de uno de los libros de Sherlock Holmes.

lunes, 18 de marzo de 2013

Una definición de "profesional"

Henry Fonda, Claudia Cardinale, Charles Bronson y Jason Robards. Detrás de ellos, Sergio Leone

El director de cine Sergio Leone (1929-1989) tenía un carácter fuerte que a veces llegaba a hacer de él un auténtico tirano durante sus rodajes. Precisamente, durante el rodaje de Hasta que llegó su hora (1968), protagonizada por el gran Henry Fonda, hubo un día en que en varias ocasiones abroncó al gran actor norteamericano, quien soportó tranquilamente las reprimendas del director. Al final, Leone, curioso, le preguntó a Fonda cómo hacía para conservar la calma. Y Fonda, sin inmutarse, le respondió: Yo soy un profesional, y un profesional es alguien capaz de obedecer las órdenes aunque sea de un imbécil como usted.

domingo, 17 de marzo de 2013

La langosta de Bobby Fischer

                                                          Bobby Fischer

Robert James "Bobby" Fischer (9/3/1943-17/1/2008) fue sin duda uno de los grandes ajedrecistas de la historia, y desde luego uno de los más polémicos. Excéntrico, caprichoso, poco hábil en las relaciones sociales (algo habitual en los que como él padecen el síndrome de Asperger), a menudo arrogante y también paranoico (durante años sostuvo que los rusos querían envenenarle y que la CIA le perseguía). También le encantaba el dinero y la fama que le proporcionaban su talento (Quiero ser riquísimo, todos lo quieren ser, pero ninguno lo dice).
En 1959, un Fischer de 16 años participó en el II Torneo Internacional Arturo Alessandri Palma, que se disputó en Santiago de Chile. Allí, Fischer se alojó en el Hotel Crillón, con gastos pagados, ya que su dueño era uno de los patrocinadores del torneo. A la hora de desayunar, Fischer pedía, a mayores de las tostadas, huevos, zumo, etc. una langosta... que luego nunca se comía, devolviéndola intacta a la cocina. Realmente no la quería, sólo la pedía porque podía hacerlo y le parecía que era lo que un competidor de primer nivel debía hacer. El caso es que, pasados un par de días, desde el hotel se pusieron en contacto con Gregorio Altamirano, presidente de la Federación Chilena de Ajedrez, porque suponía un gasto elevado e inútil. Y el señor Altamirano dio enseguida con la solución... a partir de ese día, y hasta el final del torneo, a Fischer se le sirvió, día tras día, la misma langosta, que Fischer, evidentemente, nunca tocó.

viernes, 15 de marzo de 2013

Anatoly Grishchenko

                            Anatoly Grishchenko y Cap Parlier, en el hospital

Anatoly Grishchenko nació en Leningrado en 1937, aunque siendo un bebé se trasladó con su familia a la aldea ucraniana de Bazar. Vivió pues, siendo niño, los desastres de la Segunda Guerra Mundial, en la que su padre sirvió como médico militar. Fué un alumno aventajado y con apenas 16 años ingresó en el Instituto de Aviación de Moscú, donde dio sus primeros pasos como piloto de avionetas. Luego, al graduarse como ingeniero, empezó a trabajar en el Instituto de Investigaciones Aeronáuticas, a la vez que se hacía piloto de helicópteros. Su talento no tardó en convertirle en uno de los pilotos de pruebas mejor valorados de toda la URSS, especialmente en aparatos de transporte para grandes cargas, un aspecto en que los soviéticos eran especialistas. A lo largo de su carrera, acumuló mas de 5000 horas de vuelo, de ellas 3000 en pruebas. Durante muchos años, sometió a pruebas a los nuevos prototipos de la industria rusa, a veces con gran riesgo; baste decir que de su equipo original de cuatro pilotos sólo él no murió en un accidente.
Fue precisamente su habilidad la que le llevó a España. En la década de los ochenta, el gobierno español comenzó a contratar helicópteros y pilotos del este de Europa, especialmente soviéticos, para participar en las campañas antiincendios de verano. Grishchenko participó en varias de estas campañas, ganándose el respeto y admiración de sus compañeros por su habilidad y buen carácter.
El 26 de abril de 1986 un error humano provocaba en una central nuclear cercana a la ciudad ucraniana de Chernóbil el peor accidente nuclear de la historia. Durante un simulacro de corte eléctrico, se desconectaron los sistemas de emergencia del reactor número 4, lo que provocó una reacción en cadena que provocó la fusión del núcleo y una colosal explosión que lanzó por los aires la tapa del reactor, hecha de hormigón y de unas 2000 toneladas de peso. El reactor se incendió  y comenzó a vomitar una nube de partículas de material radiactivo que acabaría extendiéndose por buena parte de Europa.
La prioridad entonces fue cubrir el expuesto núcleo del reactor para detener la incesante fuga radiactiva. En los días que siguieron al accidente se arrojaron hasta 7000 toneladas de una mezcla de arena, arcilla, dolomita, plomo y boro, para detener la fuga radiactiva y la reacción en cadena del núcleo. Pero hacía falta más; había que cubrir todo el edificio con hormigón, encerrarlo para contener la radiación de manera definitiva. Y para arrojar ese hormigón hacían falta helicópteros, grandes helicópteros de carga, y pilotos expertos.
La madrugada del 10 de mayo, el teléfono sonó en casa de Grishchenko. Sus jefes le ordenaban ir a Chernobil, en una misión especial. Grischenko pudo negarse a ir, pero sabía que era su deber y no dudó en acudir a donde era necesario. Así que acudió a la llamada, acompañado por su íntimo amigo Gourgen Karapetian, también piloto de helicóptero. Tenía también motivos personales, ya que Bazar, la aldea donde se había criado, estaba a apenas 65 kilómetros de la central.
Dada su amplia experiencia, Grishchenko y Karapetian se encargaron también de hacer un reconocimiento de la zona y seleccionar las rutas de aproximación óptimas para que la exposición fuese mínima. Los helicópteros que se utilizaron habían sido dotados de una placa de plomo en el suelo para proteger a los pilotos de la radiación, pero todos sabían que, sin trajes protectores adecuados (que tampoco tenían los miles de soldados y obreros que trabajaban en tierra cerca de la central) su efectividad era escasa. Aún así, Grishchenko, Karapetian y los otros pilotos trabajaron durante días, pasando justo encima del núcleo del reactor para arrojar hormigón. Hasta que, a finales de mayo, se dio su misión por terminada. Y todos, aliviados, pudieron volver a sus casas. Todos temían los efectos de la radiación, y algunos, incluído Karapetian, sentían molestias, pero no así Grishchenko. Y en agosto, fue llamado de nuevo a Chernóbil: se trataba de transportar una serie de grandes secciones de un gran mecanismo de ventilación a las cercanías del reactor. Tampoco ahora se negó Anatoly; le supuso otro mes de trabajo en la zona y varios vuelos mas sobre el núcleo.
En septiembre de ese año, Anatoly es sometido a un reconocimiento médico, el primero desde que estuvo en Chernóbil. Allí detectan por primera vez una disminución del número de leucocitos. Poco después, empieza a sentirse mal: náuseas, debilidad, dolores... Ante el continuo descenso de sus defensas, es internado en un hospital, donde le acaban diagnosticando "leucopenia (disminución del número de góbulos blancos) de origen desconocido", sin relacionarlo en ningún momento con la exposición a la radiación. Poco después fue dado de alta, pero sus síntomas continuaban.
En 1989, Gourgen Karapetian conoció en la Exposición Aeronáutica de París a Charles "Cap" Parlier, antiguo veterano de Vietnam, piloto de helicópteros y director del departamento de pruebas de la McDonnell Douglas Helicopter Company. Charlando con él, le contó cómo los pilotos soviéticos habían arriesgado sus vidas para contener el escape radiactivo. Parlier se mostró impresionado por le heroísmo de los soviéticos y se ofreció a ayudarles si lo necesitaban.
En el verano de 1989, el estado de Anatoly empeoró y se le diagnosticó un estado de preleucemia. Su única esperanza era un transplante de médula, una operación imposible de realizar en la URSS. Fue entonces cuando sus amigos recurrieron a Cap Parlier. Cap movió Roma con Santiago, hizo numerosas llamadas y peticiones y logró que el doctor John Hansen, del Fred Hutchinson Cancer Reseach Centre de Seattle (uno de los centros punteros en investigación sobre el cáncer) se interesara por el caso de Anatoly. Dado que sus parientes más cercanos no eran compatibles, se hizo una búsqueda mundial que logró encontrar un donante de médula compatible en Francia. Además, el gobierno soviético aceptó sufragar los gastos del tratamiento; empezaban a quedar atrás las épocas de secretismo y se empezaba a asumir que miles de personas padecían las secuelas de la fuga radiactiva.
Finalmente, en abril de 1990 Anatoly y su esposa Galina viajaron a Seattle para su tratamiento. Por aquel entonces, su caso ya había saltado a los medios de comunicación y Anatoly era un hombre famoso. Cuando llegó, además de su estado preleucémico, Anatoly Grishchenko padecía un mieloma múltiple (cáncer de la médula ósea), anemia, neumonía y una grave infección pulmonar provocada por un hongo. La situación era grave y, pese a su estado, se sometió al transplante el 27 de abril. Aunque al principio su estado mejoró sensiblemente, la infección pulmonar se agravó y aparecieron síntomas de una reacción del injerto contra el huésped. Su estado empeoró y finalmente, el 2 de julio, moría.
Fue enterrado el 13 de agosto, cerca de su casa, en la ciudad de Zhukovsky, conocida por sus numerosas industrias y centros de investigación relacionados con la aeronáutica, en un cementerio donde hay enterrados numerosos aviadores caídos en cumplimiento de su deber. Se le rindieron numerosos homenajes póstumos y se le concedieron diversos premios, incluída la Orden de la Revolución de Octubre, la segunda máxima distinción de la URSS. Calles y escuelas por toda la antigua URSS llevan su nombre.
También se le rindió un homenaje en España: un humilde monumento en la base aérea de Armilla (Granada), sede de la escuela de pilotos de helicóptero de los tres Ejércitos, la Policía y la Guardia Civil. Un modesto túmulo inaugurado por el Rey Juan Carlos I en 1991 y donde en el 2000 una delegación del ejército ruso colocó una maqueta de un helicóptero Mi-24 Hind.

lunes, 11 de marzo de 2013

Daniel Day-Lewis



El actor británico Daniel Day-Lewis ha hecho historia hace apenas unos días al convertirse en el primer actor en recibir tres premios Oscar al mejor actor protagonista. Nadie duda de su talento interpretativo... pero es cierto que Lewis se implica con sus personajes hasta un extremo que en ocasiones resulta sorprendente y otras... inquietante.
Uno de sus primeros papeles importantes fue el de Tomas, el médico adicto al sexo protagonista de la adaptación cinematográfica de La insoportable levedad del ser (1988). Para su rodaje, aunque no lo necesitaba, aprendió a hablar checo, idioma en el que había sido escrita la novela de Milan Kundera.
Al año siguiente llegó el papel que verdaderamente le convertiría en un actor famoso y le valdría su primer Oscar: en Mi pie izquierdo interpretó a Christy Brown, un irlandés que pese a su parálisis cerebral consiguió convertirse en un reconocido pintor y escribir su biografía. Para este papel no le bastó con convivir durante dos meses con niños aquejados de parálisis cerebral en un hospital; durante el rodaje, insistió en comportarse como si realmente sufriera esa discapacidad: había que vestirlo, darle de comer y transportarlo de un lado a otro del plató. Tal fue su implicación que acabó con dos costillas rotas por la larga inmovilidad.
Siguiente papel: El último mohicano (1992). Para interpretar a un hombre que ha vivido toda su vida en plena naturaleza, Day-Lewis no sólo trabajó durante meses en el gimnasio para adquirir el físico adecuado; además, aprendió a cazar y a sobrevivir por sus propios medios, y también a disparar un fusil de avancarga que llevaba consigo casi todo el día (se dice también que, mientras duró el rodaje, se alimentó exclusivamente de lo que cazaba).
En 1993, Martin Scorsese le reclamó para protagonizar La edad de la inocencia. Se instaló en el Hotel Plaza de Nueva York y se pasó dos meses vistiendo con la moda de 1870, bastón incluído, para así manejarse con la soltura que lo hubiera hecho su personaje: un caballero de clase alta de la Nueva Inglaterra de finales del XIX.
También de 1993 data En el nombre del padre. Day-Lewis era aquí un joven norirlandés encarcelado injustamente acusado de cometer un atentado del IRA. Para conocer de primera mano las sensaciones de un preso, estuvo encerrado varios días en la cárcel abandonada donde se rodó la película. Incluso pagó a varias personas para que le insultasen y le arrojasen cubos de agua helada, para vivir de primera mano el maltrato del que había sido víctima su personaje.
Para El crisol (1996), ambientada en el siglo XVII, insistió en vivir como lo hubiera hecho su personaje. Es decir, en una casa de madera en pleno campo, sin electricidad no agua corriente... y sin ducharse ni una sola vez en varios meses. Y para acostumbrarse al trabajo físico, ayudó a construir los decorados.
En 1997 llegó The boxer, donde daba vida a un ex-boxeador que salía de prisión tras pasar encarcelado catorce años por pertenecer al IRA. ¿Os imagináis lo que hizo? Efectivamente, aprender a boxear. Pero no se limitó a recibir unas clases: se entrenó durante 18 meses con gran entusiasmo. Tanto, que su entrenador, el excampeón mundial del peso pluma Barry McGuigan, llegó a decir que si hubiera querido hubiera podido hacerse profesional.
En 2002 Scorsese volvió a llamarlo para Gangs of New York. En ella. Day-Lewis interpretaba a Bill el Carnicero, líder de una banda callejera. Pues bien, no sólo trabajó como aprendiz de carnicero (para aprender a despiezar carne con la misma habilidad que su personaje) y aprendió a lanzar cuchillos, sino que solía vestirse con ropas similares a las del siglo XIX, lo que le causó una neumonía... de la que tampoco quiso ser tratado con medicina moderna.
En 2005 rodó The Ballad of Jack and Rose, a las órdenes de su esposa, Rebecca Miller. Interpretaba a un hombre, enfermo terminal, que vive con su hija en una isla apartada, en una comuna. Para recrear esa sensación de aislamiento y soledad, dejó durante un tiempo de vivir con su familia y se instaló por su cuenta sin tener contacto con ellos.
Llegamos a 2009 y Pozos de ambición (su segundo Oscar). Day-Lewis es Daniel Plainview, un humilde trabajador que se enriquece con el petróleo y acaba siendo un tirano sin escrúpulos. El actor Ken O'Neill, que interpretaba a su principal antagonista, el sacerdote Paul Sunday, dejó el rodaje a los pocos días, siendo sustituído por Paul Dano; dicen que se asustó por la intensidad de Day-Lewis. Dano no lo tuvo más fácil; al parecer, en una escena en la que Plainview ataca a Sunday con bolas de jugar a los bolos, Day-Lewis utilizó bolas reales. Y además, por aquello de la verosimilitud, aprendió a manejar maquinaria de perforación petrolífera de principios de siglo.
Y por fin, 2012, y su tercer Oscar por Lincoln. Trabajó intensamente para conseguir el acento de Kentucky del presidente norteamericano. Y durante el rodaje, prohibió a hablar a los miembros británicos del equipo. Temía que al escucharlos recuperara su acento nativo. Además, solía enviar mensajes de texto a Sally Field, que interpreta a su esposa, firmándolos "Afectuosamente, A".

jueves, 7 de marzo de 2013

Escándalo y adulterio en la corte danesa


 
               

Los tres protagonistas del triángulo amoroso: la reina Carolina Matilda, el rey Christian VII y el médico Johann Friedrich Struensee

Recientemente se ha estrenado en España la película danesa Un asunto real (En kongelig affære), candidata al Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa en la última edición de los premios de la Academia. Esta película refleja un conocido caso de intrigas palaciegas y romances prohibidos en la corte danesa de finales del siglo XVIII.
Christian VII subió al trono danés en 1766, con apenas 16 años, tras la muerte de su padre Federico V. Aunque estuvo en el trono hasta 1808, lo que se dice reinar reinó poco: era una persona mentalmente inestable (se cree que padecía esquizofrenia) y casi todas las decisiones importantes eran tomadas por sus ministros y consejeros. El mismo año de su ascenso al trono se casó con la princesa Carolina Matilda de Hannover, hermana menor del rey Jorge III de Inglaterra. Uno de tantos matrimonios de conveniencia que tan habituales eran en las familias reales de la época. Un matrimonio no demasiado feliz; Christian reconocía no amar en absoluto a su esposa, y pasaba buena parte de su tiempo dedicado a sus numerosas correrías sexuales por los burdeles de Copenhague. Aún así, un par de años después de la boda, la reina Carolina daba a luz a su primer hijo, el príncipe heredero Federico.
Durante un viaje al extranjero en 1768, Christian VII conoció al doctor Johann Friedrich Struensee, un médico alemán que le causó una profunda impresión, tanto por su inteligencia como por sus ideas políticas. Tanto, que le nombró su médico personal y consejero, e hizo que le acompañara durante un largo viaje por Alemania, Holanda, Francia e Inglaterra.
Struensee, que no tardaría en ser nombrado conde, se instaló en la corte danesa, donde rápidamente progresó y se fué ganando la confianza del rey, y también de la reina, hasta acabar siendo nombrado secretario de gabinete, sucediendo al hasta entonces hombre fuerte del gobierno, el conde de Bernstorff. Struensee aprovechó su privilegiada situación para iniciar una serie de reformas políticas y económicas de carácter liberal que no sentaron nada bien en la conservadora corte nórdica. Dichas reformas incluían la libertad de prensa, la abolición del tráfico de esclavos y los privilegios de la nobleza, el establecimiento de impuestos a los productos de lujo y la reforma de la justicia, el ejército y la sanidad pública. Struensee, como todos los que prosperan rápidamente, se había ganado enemigos, y su forma de gobernar le enfrentó definitivamente con el resto de la corte. Además, su creciente confianza con la reina levantó numerosas suspicacias, hasta que todos dieron por sentado que ambos mantenían una relación amorosa. Lo cierto es que Struensee era un hombre inteligente, atractivo y de modales encantadores. Y la reina se sentía desdichada y desatendida por su marido, y profresaba al médico un gran aprecio por haber vacunado al pequeño príncipe Federico.
La situación culminó con el nacimiento en 1771 del segundo vástago real, la princesa Luisa Augusta. Aunque el rey asumió su paternidad, el parecido físico de la pequeña con Struensee era más que evidente, y todos dieron por supuesto que era hija del médico y no del rey. Los enemigos de Struensee aprovecharon la ocasión y fueron con el cuento al rey, el cual, influenciado por su madrastra la reina viuda Juliana María (viuda de Federico V), hizo arrestar a su ministro, acusándolo de adulterio, traición y de ofensa a la monarquía. Struensee fué ejecutado y descuartizado el 28 de abril de 1772. La reina Carolina, tras confesar su adulterio, fué repudiada por Christian VII. Tras la disolución de su matrimonio, fué deportada a la ciudad de Celle, en el electorado de Hannover (territorio bajo el dominio de su hermano), en cuyo castillo falleció de escarlatina en 1775, con apenas 23 años, sin poder volver a ver a sus hijos.
Tras la muerte de Struensee, el gobierno pasó a ser controlado por el primer ministro Ove Høegh-Guldberg, la reina viuda Juliana María y su hijo Federico (hermanastro de Christian VII). Hasta que en 1784, el príncipe heredero Federico se hizo con el poder y fué nombrado regente por su padre; desde entonces, hasta su muerte, el papel de Christian VII fué meramente nominal, limitándose a dar el visto bueno a las decisiones de su hijo, que tomó medidas liberales tales como la abolición del comercio de esclavos, la libertad de prensa o la concesión de derechos civiles a los judíos.

domingo, 3 de marzo de 2013

I don't like mondays


I don't like mondays es seguramente la canción más recordada del grupo británico Boomtown Rats. Publicada en julio de 1979, fué numero uno en el Reino Unido durante cuatro semanas. Toda una sorpresa, ya que inicialmente no estaba previsto que se publicara como single e iba a ser sólo una "cara B". Pero no mucha gente conoce la trágica historia que sirvió de inspiración para componerla.
Brenda Ann Spencer era una joven que no había tenido una vida agradable. Sus padres se divorciaron cuando ella era una niña y Brenda se fué a vivir a San Diego con su padre Wallace, alcohólico y violento, en una casa sin apenas muebles, en condiciones lamentables. Era una joven extraña y solitaria, alta, delgada, con una llamativa melena pelirroja, acomplejada por su homosexualidad, que trataba de reprimir. Se había metido en líos. En 1978, con 15 años, los servicios sociales, advertidos de su elevado absentismo escolar, habían visitado su casa y, tras entrevistarla, le habían diagnosticado depresión. Ese mismo verano, Brenda Ann tuvo sus primeros encontronazos con la justicia: fué arrestada por robo y por disparar con un arma de aire comprimido contra las ventanas de su instituto, el Glover Cleveland Elementary School, situado enfrente de su casa. En diciembre, su agente de libertad condicional, alarmado por el estado mental de Brenda Ann, recomendó su ingreso en un psiquiátrico, pero su padre se negó en redondo.
El lunes 29 de enero de 1979 era un día aparentemente normal. Nada lo distinguía de otros días, pero ese día algo cambió en la transtornada mente de Brenda Ann. Quizá fué asomarse a la ventana y ver en el instituto a sus compañeros, que remoloneaban esperando para entrar en clase. Brenda cogió su rifle Ruger 10/22 semiautomático del calibre 22, que su padre le había regalado en las últimas Navidades, junto a una mira telescópica y 500 balas (años  más tarde diría en una entrevista: Yo le pedí una radio y él me regaló un arma. Sentí que quería que me matara) y abrió fuego indiscriminadamente contra sus compañeros. Realizó una treintena de disparos, hiriendo a ocho alumnos y a un agente de policía, y acabando con la vida de dos adultos: Burton Wragg, director del instituto, que trataba de ayudar a los heridos, y Mike Suchar, vigilante, que trataba de poner a salvo a Wragg. A continuación, Brenda se atrincheró en su casa, que no tardó en ser rodeada por la Policía. Durante su encierro, Brenda mantuvo una conversación telefónica con varios periodistas. Y cuando éstos le preguntaron por qué había disparado, ella simplemente respondió, casi con fastidio: "I don't like mondays; this livens up the day." (No me gustan los lunes; ésto me ha alegrado el día). Aunque más tarde afirmaría no recordar el comentario.
Tras casi siete horas de asedio, Brenda decidió entregarse. Salió a la puerta de su casa, depositó allí el rifle, y volvió a entrar para salir enseguida con 150 balas que aún le quedaban para entregárselas a los agentes.
Fué juzgada como adulta, y declarada culpable de dos asesinatos y asalto con arma mortal. Su condena: cadena perpetua con un mínimo de 25 años en prisión. Ya en la cárcel, le fueron diagnosticadas epilepsia y depresión, para las que recibe medicación. Ha solicitado la libertad condicional en cuatro ocasiones: 1993, 2001, 2005 y 2009, siendo rechazada en todas las ocasiones. En ellas ha declarado que cometió el crimen bajo la influencia del alcohol y las drogas (aunque cuando fué detenida no mostraba síntomas de intoxicación, ni se le detectó sustancia alguna en los análisis a los que fué sometida). También afirmó haber sufrido abusos físicos y sexuales por parte de su padre. La próxima vista no llegará hasta 2019.
Casualmente, los Boomtown Rats se encontraban por aquel entonces en EEUU de gira. Su lider, Bob Geldof, se enteró del caso mientras estaba siendo entrevistado en Atlanta, en las instalaciones de la WRAS, una emisora de radio universitaria de la Universidad de Georgia State. Impresionado por el crimen, por la juventud de la asesina y su aparente frialdad, a Geldof se le ocurrió la primera frase de la canción, The silicon chip inside her head had switched to overload, de vuelta al hotel. Apenas un mes después, la canción estaba terminada y ya era interpretada en sus conciertos. Posteriormente, se publicó como single. A pesar de su éxito en el Reino Unido, su repercusión en EEUU fué bastante escasa. La familia de Brenda Ann Spencer trató de prohibir su difusión, pero aunque no lo consiguieron, la canción apenas alcanzó en número 73 en las listas de éxitos e incluso hubo emisoras que se negaron a radiarla por las tristes connotaciones del caso.