Verba volant, scripta manent

viernes, 28 de marzo de 2014

El legado de Toulouse-Lautrec

Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec-Monfa (1864-1901)

Henri de Toulouse-Lautrec es una de las figuras más fascinantes del arte de finales del siglo XIX. Nacido en el seno de una familia aristocrática, marcado por una constitución débil y una enfermedad ósea que le impidió crecer más de 1'52, mostró desde muy joven su inclinación por el arte y decidió ser pintor. Pese a su formación academicista, muy pronto se liberó de los corsés del arte clásico y desarrolló su propio estilo, rápido, dinámico, colorido y casi caricaturesco, encuadrado en el postimpresionismo. Si su estilo ya resultaba inaudito, la temática de sus obras resultaba sencillamente escandalosa, ya que Lautrec se inspiraba fundamentalmente en los ambientes marginales y bohemios del barrio parisino de Montmartre, el barrio bohemio por excelencia, donde se había instalado en 1884. Cabarets, cafés, teatros, fueron su fuente de inspiración y borrachos, bailarinas, poetas, prostitutas, actores y sus clientes, elegantes caballeros que por el día criticaban los lugares que frecuentaban por las noches, fueron sus modelos. Por lo general, su pintura no fue entendida; la sociedad bienpensante se mostró escandalizada por la temática de sus obras; su propia familia veía en él a una oveja negra que había deshonrado su apellido (una idea que mantuvieron durante décadas, incluso mucho después de que fuese reconocido su genio); y los estamentos artísticos "oficiales" lo criticaron sin piedad. Un crítico del periódico Le courrier de France escribió poco antes de su muerte:
Así como hay gentes a quienes les gustan las corridas de toros, las ejecuciones y otros espectáculos bochornosos, también las hay que gustan de la pintura de Toulouse-Lautrec. Felizmente para la humanidad existen muy pocos pintores parecidos a este aristócrata cínico y degenerado.
Bal au Moulin Rouge (1890)
Su vida bohemia y errática le acabó pasando factura; su alcoholismo y la sífilis que padecía minaron su salud mental. A partir de 1897 empezó a mostrar síntomas de enfermedad mental, manías, neurosis, paranoias y por último, ataques de delirium tremens que incluso le llevaron a permanecer varios meses en un sanatorio mental. Finalmente, moriría en el castillo de Malromé, propiedad de su familia materna, el 9 de septiembre de 1901, a los 36 años de edad.
Toulouse-Lautrec había dejado, tras su muerte, un abundante legado de seiscientos cuadros y más de un millar de dibujos, además de litografías y carteles, cuyo destino dependía ahora de la heredera universal del pintor, su madre, Adèle Tapié de Celeyran, condesa de Toulouse-Lautrec. La condesa quería a su hijo, pero desaprobaba profundamente su estilo de vida, y el mundo en el que vivía, el mundo de los cabarets, cafés, bailarinas y prostitutas que veía en aquellos cuadros, le resultaba incomprensible y desagradable. La condesa llegó a considerar seriamente la posibilidad de quemar aquellas obras.
Afortunadamente entró en acción Maurice Joyant, editor y marchante de arte, un viejo conocido de la familia que había sido íntimo amigo de Henri, además de su mecenas y protector. Joyant se esforzó en convencer a la condesa de la enorme valía de la obra de su hijo y de que aquel tesoro, aunque heredado por ella, era parte del patrimonio artístico de toda Francia. No estoy dispuesta a convertirme -le escribió al marchante en una carta- en una admiradora de la obra de mi hijo, ni mucho menos a ensalzar, ahora que él ha muerto, algo que tanto detesté cuando todavía estaba en vida. Pero... Finalmente, la condesa accedió a conservarlos y Joyant, tras realizar un minucioso inventario, los guardó a buen recaudo en el estudio que el pintor había tenido en la rue Frochot.
Femme à sa toilette (1889)
Pero cuando Joyant, de acuerdo con la condesa, comenzó a ofrecer las obras a distintos museos e instituciones, como la Biblioteca Nacional o el parisino Museo de Luxemburgo, para su exhibición, sólo cosechó negativas o directamente, el silencio. Incluso, en el caso del Luxemburgo, el pintor realista Léon Bonnat, director de la École des beaux-arts (y que había sido en tiempos uno de los maestros de Toulouse-Lautrec) llegó a decir que "en esta antecámara del Louvre no entrará ni una sola obra de un pintor como Henri Toulouse-Lautrec, que apenas sí sabía dibujar". Estas sucesivas negativas enfurecían y desesperaban a Joyant, convencido de que la figura de Lautrec iba a aparecer con letras de oro en la historia del arte francés, pero no podía sino seguir esperando su oportunidad.
Femme rousse assise sur un divan (1897)
Y su oportunidad llegó con las reformas anticlericales del primer ministro Émile Combes. Combes, llegado al poder en 1902, había estudiado en el seminario de la ciudad de Albi (feudo tradicional de la familia Toulouse-Lautrec y lugar de nacimiento de Henri), había estado a punto de ser sacerdote y había sido profesor en colegios religiosos, pero luego se había transformado en la auténtica bestia negra de la Iglesia francesa: republicano, masón y anticlerical. Entre las medidas que tomó estuvo la de aplicar a rajatabla la Ley de Asociaciones de 1901, que exigía a las organizaciones religiosas presentar una petición para ser autorizadas; y la prohibición de que los religiosos fueran profesores o directores de colegios (muchos colegios religiosos se vieron obligados a cerrar). También tomó la decisión de anular el Concordato de 1801, que regía las relaciones entre el gobierno francés y la Iglesia Católica, y sustituirlo por una Ley de Separación de la Iglesia y el Estado, que se aprobaría en 1905 (cuando Combes ya no era primer ministro), y que entre otros puntos declaraba que los edificios religiosos pasaban a ser propiedad del Estado, el cual los cedía gratuitamente a las asociaciones religiosas siempre que los destinasen al culto.
Entre los edificios que pasaron a ser propiedad del Estado francés estaba el Palacio de la Berbie, en Albi, una imponente fortaleza medieval que había sido residencia de los obispos y arzobispos de la ciudad. El edificio estaba entonces desocupado y Joyant supo ver la oportunidad. Escribió numerosas cartas a políticos locales, diputados y ministros para que permitieran convertir el Palacio en un museo dedicado al pintor. ¿No es monstruoso que Henri de Toulouse-Lautrec, cuya familia tanto significa desde hace siglos para la ciudad de Albi, no tenga un museo precisamente en este Palacio de los Arzobispos tan obviamente desaprovechado? La condesa Adèle ofreció donar las obras de su hijo a la ciudad si se creaba el museo. En 1907, el gobierno francés cedió la propiedad al Ayuntamiento y se formalizó la donación. Diversos retrasos en la reforma del Palacio y el estallido de la Primera Guerra Mundial hicieron que la inauguración del Museo Toulouse-Latrec no tuviese lugar hasta el 30 de julio de 1922. Los críticos con la obra del pintor llamaron a este museo la herejía de Albi.
Museo Toulouse-Lautrec en Albi
Hoy en día el Museo Toulouse-Lautrec es uno de los museos más visitados de Francia. Posee la mayor colección de obras del artista, además de muchos otros cuadros de autores contemporáneos suyos, como Henri Matisse, Pierre Bonnard o Émile Bernard. También se exponen en él numerosos objetos que pertenecieron al pintor.
Uno de los muchos carteles que Toulouse-Lautrec pintó para el conocido cabaret Moulin Rouge

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