Verba volant, scripta manent

miércoles, 7 de octubre de 2015

El estudio de Guatemala

El doctor John C. Cutler (1915-2003), durante su época en Tuskegee

En el año 1946, un grupo de médicos norteamericanos del Servicio de Salud Pública de los EEUU (PHS) y de su homólogo militar, el PHSCC llegaban a Guatemala en el marco de un acuerdo de colaboración entre el gobierno norteamericano de Harry S. Truman y el guatemalteco, presidido por Juan José Arévalo. Financiados con una beca del Instituto Nacional de Salud (NHI), el objetivo de aquellos doctores era investigar el efecto de los antibióticos como la penicilina en el tratamiento de enfermedades de transmisión sexual (de las que los soldados retornados de la Segunda Guerra Mundial habían llevado un surtido muestrario al volver a sus casas). Sin embargo, su actuación durante los dos años que duró el estudio resultó tan execrable que esta investigación se halla con todo derecho entre las páginas más negras de la historia reciente de la medicina.
Al frente de la investigación estaba John Charles Cutler, un joven médico del PHS especializado en enfermedades venéreas. Cutler contaba con el apoyo del gobierno guatemalteco, que dio al grupo todas las facilidades posibles. Sin el más mínimo escrúpulo, violando el juramento hipocrático y los más básicos principios morales, Cutler y los suyos comenzaron a infectar con sífilis, gonorrea y chancroide a centenares de guatemaltecos que nunca fueron informados de ello. La mayoría de ellos, presos y enfermos mentales recluidos en instituciones, pero también soldados, vagabundos e incluso niños huérfanos (algunos de apenas ocho o nueve años) de los orfanatos de la capital. Luego, se les mantenía en observación y se estudiaba el avance de la enfermedad y la reacción al serles administrados los antibióticos. Algunos no recibían tratamiento para poder ver cómo evolucionaban sus dolencias.

Treponema pallidum, el microorganismo responsable de la sífilis
El gobierno guatemalteco ofreció toda su colaboración a los investigadores, aunque hay dudas de hasta qué punto sabían de verdad lo que aquellos hombres estaban haciendo. Si que es seguro que en el lado estadounidense la investigación era conocida al detalle por altos cargos políticos y militares: se conserva una nota del comandante en jefe del PHSCC, el general médico Thomas Parran jr. en la que admitía que aquel experimento jamás habría sido posible en territorio norteamericano y aconsejaba discreción a los médicos ante los oficiales guatemaltecos, señal de que, al menos en parte, las autoridades locales desconocían la verdadera naturaleza de la investigación.
En un principio, los estadounidenses recurrieron a prostitutas infectadas como medio de contagiar a los sujetos del experimento. Como quiera que este sistema no tenía un porcentaje demasiado alto de éxito, pasaron a inyectar directamente fluidos de pacientes enfermos a otros sanos. No se acaba ahí la lista de atrocidades cometidas; una paciente en estado terminal fue infectada de gonorrea en ambos ojos y al menos tres pacientes recibieron inyecciones de bacterias de la sífilis directamente en el tejido cerebral. Huelga decir que ninguno de aquellos sujetos sabía a qué estaba siendo expuesto; a la mayoría les hacían firmar un consentimiento escrito en inglés, aun cuando eran analfabetos o no entendían dicho idioma.
La investigación se prolongó durante dos años, hasta 1948, en que fue suspendida, debido al elevado coste de la penicilina y a las objeciones de algunos de los médicos participantes, incómodos con la metodología empleada, aunque las pruebas de laboratorio y el seguimiento a los pacientes continuó hasta los años 50. No hay una lista oficial de víctimas pero se estima que fueron en torno a 1500 las personas deliberadamente infectadas, de las cuales al menos 83 murieron durante el transcurso del estudio y otras muchas arrastraron secuelas de por vida.
Cutler jamás se arrepintió de lo que había hecho, ni consideró moralmente reprochable lo sucedido en Guatemala. Al contrario, él y algunos de sus colaboradores estaban convencidos de que llevaban a cabo un experimento valioso para la ciencia. Los resultados del estudio nunca fueron publicados y se procuró mantener el secreto sobre lo allí sucedido. No fue la única vez que Cutler se vio envuelto en investigaciones cuestionables con humanos: tras su estancia en Guatemala, estuvo trabajando en un proyecto de parecidas características mucho más conocido: el tristemente célebre experimento Tuskegee, en el que, entre 1932 y 1972, varios centenares de afroamericanos de baja extracción social y enfermos de sífilis fueron deliberadamente dejados sin tratamiento alguno para estudiar el avance de la enfermedad. Y en el año 54, probó una vacuna experimental contra la sífilis utilizando a presos de la cárcel de Sing Sing como conejillos de indias, exponiéndolos luego a la bacteria (aunque en este caso, los que enfermaron si fueron tratados con penicilina). A pesar de todo esto, tuvo una carrera larga y cosechó numerosos reconocimientos y fue nombrado profesor de la Universidad de Pittsburgh en 1966. Antes de su muerte, en 2003, donó a los archivos de la universidad todas las notas de sus investigaciones, incluidas las del experimento de Guatemala. Allí las encontró en 2001 una investigadora llamada Susan Reverby, quien las sacaría más tarde a la luz. El escándalo fue mayúsculo y, en 2010, el presidente Barack Obama ordenó que la Comisión Presidencial para Asuntos de Bioética revisara el caso, llegando a la conclusión de que Cutler y los demás violaron a sabiendas los principios éticos más básicos. El presidente Obama en persona llamó al presidente de Guatemala Álvaro Colón para mostrarle su pesar por lo sucedido, y el gobierno norteamericano se disculpó públicamente por aquellos "abominables y gravísimos" hechos. Además, la secretaría de Estado presentó una excusa oficial al pueblo guatemalteco.

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