Verba volant, scripta manent

lunes, 9 de noviembre de 2015

El bandolero Diego Corriente

Diego Corriente (1757-1781)

La azarosa y folletinesca vida del bandolero Diego Corriente Mateos comienza el 20 de agosto de 1757 en Utrera (Sevilla), en el seno de una humilde familia de campesinos. Ocho días más tarde sería bautizado en la iglesia del Señor Santiago, con los nombres de Diego Francisco Bernardo.
Se echó al monte muy joven; si lo hizo por rebelarse contra los abusos de los poderosos, por afán de aventura o por simple codicia, sólo lo podemos especular. Con 19 años ya era un consumado ladrón de caballos, que luego llevaba de contrabando a Portugal para venderlos. De ahí a convertirse en bandolero y asaltante de caminos sólo había un paso, y Diego no tardó en darlo.
No muy alto (sobre metro setenta), de tez clara, rubio y de ojos pardos, con las típicas patillas tan comunes en la época, la cara marcada por la viruela y la cicatriz de una cuchillada en el lado derecho de la nariz, Diego Corriente se convirtió pronto en un héroe para el pueblo llano y una pesadilla para las autoridades. Audaz y osado hasta la temeridad, inteligente, hábil, infatigable, Diego Corriente tenía además por norma robar sólo a los ricos y entregar parte de lo robado a los más pobres, especialmente a humildes campesinos que corrían el riesgo de ver embargadas sus tierras. Sobra decir que este comportamiento le granjeó el apoyo y el cariño de las clases populares, que a menudo lo ayudaban dándole cobijo o información para sus golpes. Golpes que, además, llevaba a cabo de manera absolutamente incruenta; jamás se supo que hubiera matado a nadie durante sus robos.
Pero, así como tenía numerosos aliados y colaboradores, también tenía enemigos feroces dispuestos a capturarlo y llevarlo ante la justicia. Y el más encarnizado e implacable de todos fue Francisco de Bruna. Francisco de Bruna y Ahumada, oidor decano de la Real Audiencia de Sevilla, teniente de alcaide de los Reales Alcázares, miembro del Consejo de Hacienda y del Consejo de Castilla, marqués consorte de Chinchilla, era uno de los hombres más poderosos de Sevilla en aquellos días, y persiguió a Diego Corriente sin descanso durante años. La raiz de tal ensañamiento es todavía oscura. La tradición habla de cierta ocasión en que Diego Corriente detuvo la diligencia en la que viajaba don Francisco y, llevado por su altanería y desparpajo, obligó al poderoso caballero a atarle el botín derecho, que llevaba desatado. Otros hablan de unos supuestos amoríos del bandolero con una sobrina de don Francisco. Sea como fuere, Francisco de Bruma promulgó en Sevilla un edicto en el que se condenaba a Corriente a ser arrastrado, ahorcado y descuartizado por "salteamiento de caminos, asociación con otros, uso de armas blancas y de fuego, y otros graves excesos, insultos a las Haciendas y cortijos y otros graves excesos por los cuales se ha constituido en la clase de Ladrón Famoso", ofreciendo además recompensas e indultos a quien lo entregara.
A Diego Corriente no le impresionó demasiado el edicto; cuentan que incluso se atrevió a arrancar en persona algunas de las copias del edicto que se habían fijado en lugares públicos de la provincia. Sin embargo, ante el continuo acoso de los hombres enviados por el persistente magistrado y de los aventureros atraídos por la recompensa de diez mil reales que se ofrecía por su captura, el bandolero juzgó sensato cambiar de aires y huyó a Portugal, donde sería arrestado por primera vez en las cercanías de la ciudad de Covilhã. No obstante, logró escapar de esa primera captura convenciendo a sus guardias portugueses de que lo dejaran ir. Pero no tardó mucho en volver a ser apresado, esta vez, al parecer, denunciado como venganza por una amante celosa, que reveló a las autoridades que Diego estaba escondido en el cortijo de Pozo del Caño, a mitad de camino de las localidades de Olivenza y San Jorge de Alor, entonces portuguesas y hoy españolas. El cortijo no tardó en ser rodeado por un centenar de soldados portugueses al mando del capitán Arias, que obligaron al forajido a entregarse.


Una vez detenido, Diego Corriente no tardó mucho en ser entregado a las autoridades españolas. Al parecer, el mismísimo Secretario de Estado, don José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca, intervino en el proceso para agilizarlo. Trasladado primero a una cárcel de Badajoz, posteriormente es llevado a Sevilla. El 25 de marzo de 1781, Domingo de Ramos, Diego Corriente llega a la ciudad.
Cinco días estuvo encerrado en Sevilla Diego Corriente, pero le bastaron para dejar huella en el lugar. Una de sus peticiones, que el alcaide de la prisión aceptó, fue la de comer acompañado, ya que le disgustaba hacerlo en soledad. Por ello, siempre había con él dos o tres soldados de la guardia compartiendo la comida y el vino que la familia del bandolero le llevaba al presidio.
Diego Corriente fue ahorcado en la plaza de San Francisco el día 30 de marzo, sin haber llegado a cumplir los 24 años. A tal punto llegaba la inquina de don Francisco de Bruna, que la ejecución tuvo lugar un Viernes Santo, sin guardar el más mínimo respeto por las celebraciones religiosas que se llevaban a cabo ese día, e incluso transgrediendo la legalidad, ya que una antigua ley de la época de Alfonso X prohibía terminantemente ejecutar la pena de muerte en Viernes Santo. La última voluntad del bandolero fue que se repartiera algo de pan en su nombre a los presos que quedaban en la prisión sevillana en la que había estado recluido.
Tras su muerte, cumpliendo la pena a la que había sido condenado, su cadáver fue descuartizado. Su tronco fue sepultado en la iglesia de San Roque, sus brazos y piernas repartidos para ser exhibidos en los lugares en los que había cometido sus fechorías, al igual que su cabeza, exhibida en el interior de una jaula. Posteriormente, sus restos serían recogidos y enterrados en la iglesia junto al resto de su cuerpo. En junio de 1975, durante unas obras en la iglesia, se halló una calavera atravesada con un clavo, como lo había sido la del famoso bandido, pero posteriormente se perdió y no hubo manera de comprobar si efectivamente aquel era el cráneo del bandido generoso.

2 comentarios:

  1. Buen articulo. Creo que estamos ante el origen de las leyendas andaluzas sobre bandoleros solidarios con los pobres.

    Un abrazo.

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    1. Fue uno de los primeros bandoleros dignos de tal nombre, y sin duda uno de los que dejó una huella más profunda en el imaginario popular gracias a su generosidad.
      Un abrazo, Rodericus.

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