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sábado, 25 de junio de 2016

El alce irlandés


El Megaloceros giganteus, también conocido como alce irlandés o megalocero, fue el mayor cérvido que jamás haya pisado la Tierra. Lo de "irlandés" viene dado porque es relativamente frecuente encontrar restos fósiles suyos en las turberas y las zonas lacustres de la Isla Esmeralda, aunque en su época de mayor esplendor el megalocero se extendía por toda Europa, buena parte de Asia y el norte de África. Tampoco lo de "alce" es demasiado acertado; más que con un alce, el megalocero tenía un notable parecido con los actuales gamos. Exceptuando, claro, su colosal tamaño: los machos podían superar con holgura los dos metros de altura y pesar cerca de una tonelada. Además, presentaban unas impresionantes cornamentas que en algunos casos alcanzaban los tres metros y medio de largo de punta a punta y un peso de unos cincuenta kilos. Con ese tamaño, pocos depredadores suponían una amenaza para los ejemplares adultos: el poderoso león de las cavernas y los individuos del género Homo (neandertales y sapiens).


Los megaloceros vivían en los amplios espacios abiertos de llanuras, estepas y tundras, donde podían hallar con facilidad la hierba y los arbustos de los que se alimentaba. Presentaban un marcado dimorfismo sexual: las hembras eran notablemente más pequeñas que los machos. Las impresionantes cornamentas de los machos no eran permanentes; como en algunas especies de ciervos modernos, se caían tras la época de apareamiento y se regeneraban al año siguiente, lo que para los machos suponía un considerable gasto de energía y minerales (a algunos ejemplares la regeneración de las astas les provocaba osteoporosis). Del estudio de pinturas rupestres se ha deducido que mudaba el pelo según la estación; en verano tenía un pelaje corto y de color parduzco, mientras en invierno era más denso y de un color oscuro en el dorso y más claro en vientre y garganta. Las mismas pinturas lo representan con una especie de joroba entre los hombros, que posiblemente fuese una reserva de grasa para periodos de escasez.
En cuanto a sus hábitos reproductivos, dada la diferencia de tamaño entre machos y hembras se supone que en época de celo los machos dominantes reunían harenes de hembras, por cuyo control peleaban con otros machos. Dado el elevado número de restos de machos jóvenes que se han hallado, se supone que durante el celo había una muy elevada mortalidad entre los machos, bien por causa de las peleas, bien por el hambre y el agotamiento, ya que muchos ejemplares dejaban de alimentarse, concentrados en el apareamiento. El resto del año, machos y hembras vivían por separado, encargándose las hembras en solitario del cuidado de las crías.

Cráneo de alce irlandés
Los primeros ejemplares de esta especie aparecieron en las estepas de Asia central hace aproximadamente medio millón de años, y de ahí se extendieron hacia Europa, siguiendo el avance de los hielos durante las glaciaciones. Se estima que poblaron las islas Británicas hace unos 37000 años, cuando ambas islas aún estaban conectadas con el continente. Siendo un animal de climas fríos, su distribución variaba según la temperatura, extendiéndose en los periodos fríos y reduciéndose en los cálidos. Por ello, su época de mayor esplendor coincide con el apogeo del periodo glaciar, y el final de este y la subida de las temperaturas marcan el inicio de su declive.
La primera descripción científica de esta especie data de 1697 y se debe al irlandés sir Thomas Molyneux, médico y miembro de la Royal Society. No sería catalogado taxonómicamente, sin embargo, hasta 1799, por el naturalista y antropólogo alemán Johann Friedrich Blumenbach, quien le dio el nombre de Megaloceros (Gran cuerno). No obstante, ya aparecía mencionado en algunos documentos tiempo antes; en el Museo Nacional de Irlanda se conserva un dibujo de un cráneo de megalocero, obra de Adam Loftus, arzobispo de Armagh, datado en 1588, y en los registros públicos ingleses hay constancia de que uno de estos cráneos, con sus cuernos, fue llevado en 1596 a Hatfield House, en Hertfordshire (Inglaterra), antigua residencia real y entonces propiedad del conde de Salisbury.

Esqueleto completo de Megaloceros hallado en Sapozhka (Rusia) y conservado en el Instituto de Paleontología de Moscú
El final de la época glaciar marcó el principio de su decadencia, al igual que ocurrió con otras especies de la llamada megafauna, como el rinoceronte lanudo (Coelodonta antiquitatis), el bisonte estepario (Bison priscus), el elasmoterio (Elasmotherium sibiricum) o el oso de las cavernas (Ursus spelaeus). Todas estas especies desaparecieron en un periodo de tiempo relativamente breve, y los motivos aún son objeto de discusión. Aunque hay quien dice que la presión de los cazadores humanos sobre ellos tuvo bastante que ver, lo más probable es que fueran incapaces de adaptarse a los cambios en su hábitat producidos por la subida de las temperaturas. Y de hecho, el registro fósil muestra que los megaloceros desaparecieron antes en las zonas más afectadas por el cambio climático. La tesis del exterminio por la caza es poco plausible; lo cierto es que los humanos y la megafauna llevaban miles de años conviviendo, y los primeros tenían otras fuentes alternativas de alimento. Algunos autores apuntan a que, debido a los elevados requerimientos de minerales de los machos de esta especie, debido a sus grandes cuernos, un cambio en las especies vegetales de las que se alimentaban pudo haber causado un déficit nutricional que habría contribuido a la desaparición del Megaloceros.

Elasmotherium
Durante mucho tiempo, se creyó que esta especie había desaparecido hace unos 10600 años. Pero en el año 2000 se encontraron fósiles de Megaloceros en el sur de Escocia y en la isla de Man datados en torno al 7500 a.C., que demuestran que tras la retirada de los hielos hubo un grupo que quedó aislado en las islas Británicas y se las arregló para sobrevivir durante algún tiempo; se cree que fue la llegada de cazadores humanos procedentes del sur la que finalmente los hizo desaparecer. Y en 2004, nuevos hallazgos en los montes Urales datados en el 5000 a.C. confirmaron que en aquella fecha todavía había Megaloceros en Siberia y que la especie había sobrevivido al final de las glaciaciones y resistido hasta entonces.

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