Verba volant, scripta manent

sábado, 20 de mayo de 2017

La revuelta de Niká

Reconstrucción virtual del Hipódromo de Constantinopla

En la Constantinopla del siglo VI el gran entretenimiento popular eran las carreras de carros. Prácticamente cada día el Hipódromo de la ciudad (con capacidad para 40000 espectadores) se llenaba con una multitud enfervorizada dispuesta a apoyar al grito de Niká (Victoria) a los carros de su equipo. Había cuatro de estas "escuderías" o factiones, que se identificaban por el color de la ropa que vestían sus aurigas: los Azules, los Verdes, los Rojos y los Blancos. Colores que servían también para identificarse a los partidarios de cada equipo, especialmente los de los dos primeros, los más numerosos.
Y como es frecuente en fenómenos de masas, la pertenencia a uno o a otro grupo acabó teniendo un significado que iba más allá de lo meramente deportivo. Determinados grupos sociales, políticos e incluso religiosos pasaron a identificarse con un grupo concreto de aficionados. Así, los Azules eran los favoritos de las clases altas y aristocráticas, y también de los cristianos ortodoxos; mientras, los Verdes contaban con el apoyo de comerciantes y artesanos, mayoritariamente monofisistas (una doctrina que negaba la naturaleza humana de Jesús). Los frecuentes enfrentamientos y peleas entre ambos grupos (en los que solía haber heridos y muertos) a menudo tenían un trasfondo de rencillas previas que se resolvían camuflados como "rivalidad deportiva".

Flavius Petrus Sabbatius Iustinianus, Justiniano I el Grande (483-565)
En el año 527 subió al trono del Imperio Romano de Oriente el emperador Justiniano I. Justiniano, nacido en el seno de una humilde familia de pastores tracios, había llegado al trono sucediendo a su tío, Justino I, el cual a su vez había accedido al trono a la muerte sin herederos del emperador Anastasio I, gracias al poder e influencia que le otorgaba el desempeñar el cargo de comandante de los excubitores, la guardia personal de los emperadores. Justiniano, hombre enérgico y pragmático, heredó de su tío varios problemas graves que comprometían la estabilidad del imperio: guerras en las fronteras, una corrupción rampante (sobre todo en las provincias), tensiones religiosas entre las distintas ramas del cristianismo... Trató de ponerles remedio con decisión, pero en sus primeros años no le acompañó la fortuna. Para poner fin a la Guerra de Iberia (referida al reino caucásico de Iberia, en la actual Georgia, y no a la península Ibérica) acordó un tratado de paz con el rey de los persas sasánidas Cosroes I, a cambio de once mil libras de oro (unas cinco toneladas). Para reunir tal cantidad de dinero, no tuvo otro remedio que elevar enormemente los impuestos, provocando un descontento general entre los habitantes del imperio. Además, sus intentos de mediar entre cristianos ortodoxos y monofisistas no consiguieron suavizar las diferencias entre ambas corrientes, sino que molestaron a los fieles de una y otra. Lo mismo ocurrió cuanto trató de poner orden en la administración del imperio y poner coto a la corrupción: su Código de Justiniano, una serie de normas y leyes que buscaban agilizar y simplificar la administración, tampoco gustó a casi nadie. Por todo ello, en el año 532 abundaban en Constantinopla los descontentos con el emperador.
A finales del 531, a raíz de una violenta pelea que había terminado con varios muertos, cierto número de miembros de los Azules y los Verdes habían sido arrestados y condenados a muerte. Varias de las sentencias se cumplieron, pero dos de los acusados, uno de cada bando, lograron huir y refugiarse en una iglesia, frente a la que se congregó una enorme muchedumbre que pedía que ambos fueran perdonados. Justiniano, para calmar los ánimos, decidió conmutar las sentencias de muerte por penas de prisión y celebrar el día 13 de enero del 532 una gran carrera en el Hipódromo, a la que él mismo asistiría (el emperador, al igual que su esposa Teodora, era un seguidor de los Azules).
Pero la multitud que acudió aquel día al Hipódromo estaba lejos de estar calmada. Muy pronto comenzaron las peticiones de perdón para los presos, seguidas casi de inmediato por insultos al emperador y gritos pidiendo su renuncia. Ante el cariz que tomaba el asunto, Justiniano abandonó su palco y regresó a su palacio (comunicado directamente con el palco imperial a través de un pasadizo). Azules y Verdes, unidos por una vez en una causa común, y seguramente incitados y dirigidos por senadores y otros políticos opuestos a Justiniano, salieron del Hipódromo al grito de Niká!, asaltaron la prisión y liberaron a los dos presos. Pero eso no tranquilizó al gentío, que llevado por la furia, y pese a los gestos pacificadores del emperador, se entregó a una orgía de fuego y destrucción que duró cinco días. Numerosos edificios de la ciudad fueron saqueados y quemados, entre ellos la primitiva iglesia de Santa Sofía (que luego Justiniano reconstruiría), las termas de Zeuxipo e incluso algunas estancias del palacio imperial, donde el emperador resistía atrincherado con su guardia, asediado por los amotinados, que incluso aclamaron como nuevo emperador a Hipatio, sobrino de Anastasio I.

Teodora (500-548)
Con la ciudad fuera de control, Justiniano empezó a considerar seriamente la posibilidad de huir. Pero no llegó a hacerlo por la intervención de su esposa. Teodora fue una de las grandes reinas de la antigüedad. De origen plebeyo (era hija de un entrenador de osos y una actriz) y mucho más joven que su marido, era inteligente, valerosa, y tenía un talento para la política y la diplomacia como mínimo a la altura de su marido. Antigua actriz y cortesana, su boda con Justiniano en el 525 había supuesto todo un escándalo para la sociedad bizantina. Nunca un heredero al trono se había atrevido a desposarse con una mujer plebeya, y menos con los antecedentes de Teodora. De hecho, para que el casamiento se llevara a cabo, Justino I tuvo que derogar una antigua ley romana que prohibía a las actrices casarse con oficiales gubernamentales. Teodora logró convencer a su marido de que no escapara, diciéndole que si quería huir, que huyera, pero que ella prefería quedarse, y citando un antiguo proverbio romano que decía "la púrpura (el color que simbolizaba el poder imperial) es la mejor de las mortajas". Así que, siguiendo el consejo de Teodora, Justiniano convocó a sus generales Flavio Belisario, Ilírico Mundo y Narsés, quienes acudieron al frente de una fuerza de curtidos soldados bizantinos y mercenarios hérulos. Fingiendo que acudían a parlamentar, los generales de Justiniano lograron rodear a los rebeldes en el Hipódromo y, acto seguido, los atacaron, desencadenando una espantosa matanza en la que murieron en torno a 30000 personas.
Hipatio y su hermano Pompeyo, aunque no habían participado de manera directa en la revuelta, fueron arrestados. Justiniano se mostraba favorable a perdonarles la vida, pero Teodora lo convenció de que, si se mostraba inflexible a la hora de aplicar el castigo, habría menos posibilidades de que más adelante se produjera otro levantamiento, así que ambos fueron ejecutados. Flavio Probo, primo de ambos y colaborador de Justino I y de Justiniano, fue enviado al exilio, aunque más tarde sería perdonado.
La afición a las carreras de carros se fue debilitando con el paso de los años. Los grupos de aficionados se mostraron a partir de entonces mucho más comedidos. En el siglo IX, los Azules se habían unido con los Blancos, y los Verdes con los Rojos, y ambos grupos acabaron por transformarse en milicias municipales encargadas de mantener el orden en la ciudad.
Tras el fin de la revuelta, Justiniano se puso manos a la obra para reconstruir Constantinopla. La iglesia de Santa Sofía, la de San Sergio y San Baco, o la Cisterna Basílica datan de esta época. Justiniano pasaría a la historia con el apodo de "el último de los romanos", siendo recordado como uno de los más grandes emperadores del Imperio Romano de Oriente, que llevaría al imperio a uno de sus momentos de mayor esplendor político y artístico (la reconstrucción de Constantinopla marca el inicio de la llamada Primera Edad de Oro del arte bizantino). Un esplendor cimentado sobre una de las más pavorosas carnicerías que había vivido la capital del imperio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario