Verba volant, scripta manent

miércoles, 30 de noviembre de 2011

¿Cuantos eran los hermanos Marx?

Cuando se hace referencia a los geniales y disparatados hermanos Marx, lo más normal es que nos vengan a la memoria los tres a los que estamos acostumbrados a ver en sus películas más conocidas: Chico (nacido Leonard Marx, 1887-1961), Harpo (Adolph Marx, 1888-1964, aunque en 1911 se cambió el nombre por Arthur) y Groucho (Julius Henry Marx, 1890-1977). Ellos tres alcanzaron una enorme popularidad con filmes legendarios como Sopa de ganso o Un día en las carreras. Pero lo que mucha gente no sabe es que los hermanos Marx no eran sólo tres, sino cinco, y todos pasaron por el mundo del espectáculo.
El cuarto de los hermanos se llamaba Milton (1892-1977), aunque su nombre artístico era Gummo. Gummo actuó con sus hermanos en el teatro de variedades, pero no llegó a hacerlo en el cine: convencido de que su talento era muy inferior al de sus hermanos, dejó la troupe en 1916 y se alistó en el ejército (fué el único de los hermanos que combatió en la Primera Guerra Mundial) y posteriormente trabajó como representante de sus hermanos y empresario.
Y el más joven de los hermanos era Herbert (1901-1979), alias Zeppo. Sustituyó a Gummo cuando éste dejó el grupo, y actuó con sus hermanos en sus primeros filmes, como Los cuatro cocos o Plumas de caballo. Al igual que Gummo, decidió dejar la actuación, oscurecido por el talento de sus hermanos. Trabajó como agente de artistas junto a Gummo y posteriormente aprovechó su habilidad como mecánico para fundar una empresa de ingeniería, Marman Products, que fabricó, entre otros aparatos, un reloj de pulsera que controlaba el ritmo cardíaco de quien lo llevaba o el mecanismo de sujección de las bombas atómicas que fueron lanzadas sobre Japón.
Los cinco hermanos Marx: de arriba a abajo, Groucho, Zeppo, Harpo, Chico y Gummo.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Las otras lunas de la Tierra

Empecemos con una aclaración para los despistados: la Tierra tiene sólo un satélite (entendiendo satélite con su definición clásica, es decir, un objeto que orbita en torno a un planeta), nuestra querida Luna, inspiración de poetas y confidente de enamorados. Pero a lo largo de los años no han faltado quienes han afirmado la existencia de otros satélites en torno a nuestro planeta.

Lilith
En 1898, un astrónomo alemán llamado Georg Waltemath propuso la existencia de varios pequeños satélites orbitando alrededor de la Tierra cuya gravedad, según él, afectaba a la órbita lunar. Siempre según su teoría, estos satélites eran demasiado oscuros como para ser observados por los telescopios, salvo en determinadas condiciones. Llegó incluso a describir con lujo de detalles a una de aquellas lunas: 700 kilómetros de diámetro, orbitando a algo más de un millón de kilómetros de distancia de la Tierra. Por supuesto, sus teorías no tardaron en ser desacreditadas, sobre todo cuando nadie más halló indicios de su existencia y las supuestas predicciones de su aparición acabaron en rotundos fracasos.
En 1918, un astrólogo llamado Walter Gornhold anunció públicamente haber visto la luna descrita por Waltemath, a la que llamó Lilith, cuando cruzaba por delante del sol. Nadie le hizo demasiado caso.
En 1926, otro astrónomo alemán, esta vez un aficionado llamado W. Spill, afirmó haber visto un segundo satélite alrededor de la Tierra. Tampoco fué capaz de probarlo.

La luna de Petit
En marzo de 1846 Frederic Petit, director del Observatorio de Toulouse, afirmó haber descubierto una segunda luna en órbita elíptica alrededor del planeta. En 1861 publicó sus observaciones en las que aportaba como pruebas de la existencia de esa segunda luna diversas irregularidades en el movimiento lunar, que según él estarían causados por la gravedad de esta segunda luna. Una teoría que obviamente jamás fué confirmada, pero que se hizo bastante popular, hasta el punto de que Julio Verne la aprovechó para su novela de 1865 Viaje a la Luna.

Las lunas de Tombaugh
Clyde Tombaugh, el astrónomo que descubrió al ex-planeta Plutón, dirigió a principios de los años 50 un programa para el Ejército de los EEUU encaminado a buscar asteroides cercanos a la Tierra. En agosto de 1954, la revista Aviation Week publicó que el programa había localizado dos pequeños satélites naturales de la Tierra a tan sólo 600 y 970 kilómetros de distancia. Tombaugh no quiso hacer declaraciones, salvo para desmentir categóricamente tal hallazgo (y para negar también que su programa tuviese alguna relación con la búsqueda de platillos volantes). En 1957, durante una conferencia en Los Ángeles, declaró públicamente que los cuatro años que había durado su búsqueda habían sido infructuosos. Y lo mismo decía el informe final del proyecto, publicado en 1959.

Los satélites de Bargby
A finales de los años sesenta, el astrónomo norteamericano John Bargby afirmó haber observado entre 1966 y 1969 al menos diez pequeños objetos orbitando alrededor de la Tierra, que él creía eran fragmentos de un objeto mayor que se habría desintegrado la década anterior. Sin embargo, muchos de los datos que utilizó para calcular sus órbitas son erróneos, y nadie los ha observado, a pesar de que por su cercanía deberían ser fácilmente visibles.

Cruithne y Toro
El caso de Cruithne es particular. Cruithne es un asteroide que orbita alrededor del Sol y cuyo nombre oficial es "asteroide (3753) Cruithne". Su órbita comparte parcialmente la de la Tierra y por eso algunos la han denominado "la segunda luna de la Tierra", pero no es un auténtico satélite, ya que ambas no estan gravitacionalmente unidas. Descubierta en 1986, Cruithne tiene un diámetro de apenas 5 km. y su órbita, vista desde la Tierra, tiene forma de herradura. En su momento de mayor proximidad, se acerca hasta 12 millones de kilómetros de nosostros (unas 30 veces la distancia de la Tierra a la Luna). Un caso parecido es Toro (1685 Toro), un asteroide descubierto en 1948, cuya órbita está influída por la Tierra y por Venus.

Y luego, claro. están los casos de asteroides errantes que son atraídos por la gravedad terrestre y alteran su tránsito, llegando en algunos casos a permanecer orbitando alrededor de nuestro planeta durante períodos más o menos prolongados; es el caso del 6R10DB9, un diminuto asteroide de apenas cuatro metros de diámetro, que durante 2007 orbitó alrededor de la Tierra antes de sseguir con su viaje interestelar.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Alejandro Dumas y los negros

                       Alejandro Dumas padre (1802-1870)


Es bien sabido que el gran escritor francés del siglo XIX Alejandro Dumas, autor entre otras de El conde de Montecristo o Los tres mosqueteros, recurría con cierta frecuencia a los servicios de "negros", escritores a sueldo que realizaban parte del trabajo necesario para sus obras, especialmente de documentación, además de redactar partes de las novelas (aunque luego, al parecer, Dumas las revisaba y reescribía para darles su "toque" personal). De otro modo, no le hubiera dado tiempo de mantener su elevado ritmo de publicación (se le atribuyen hasta 257 novelas, además de relatos cortos, libros de viajes, artículos periodísticos, diccionarios de cocina y obras de teatro) sin desatender su agitada vida privada, marcada por sus dos grandes pasiones: la gastronomía y las mujeres. De hecho, pese a su inmenso éxito literario y a la gran fortuna que acumuló, murió prácticamente arruinado, todo se lo gastó en comidas y mujeres (excuso decir que, aún gastándose mucho dinero en comer, se gastó mucho más en mujeres).
Este uso de los llamados "negros" (el más conocido de los cuales fué Auguste Maquet) dió lugar a algunas divertidas anécdotas. Cuentan que, hablando un día con su hijo Alejandro Dumas jr. (Dumas tuvo al menos seis hijos naturales conocidos, aunque sólo reconoció a dos: a Alejandro jr. y a Marie-Alexandrine), también escritor (su obra más conocida es La dama de las camelias), se le ocurrió preguntarle:
- ¿Has leído mi última novela?
A lo que su hijo, con mucho descaro, contestó:
- Yo no. ¿Y tú?.
En otra ocasión, cuentan que se hallaba en su casa, preocupado porque su "negro" de turno acababa de morir, lo que le ponía en la tesitura de ponerse atrabajar de firme, al menos mientras no encontraba un sustituto. Pero entonces alguien llamó a su puerta y fué llevado a su presencia un hombre desaliñado y pobremente vestido, quien le dijo:
- Señor Dumas, he venido a decirle que no tiene que preocuparse, todo va a seguir como hasta ahora.
Dumas, muy sorprendido, pues no conocía de nada al recién llegado, le preguntó:
- Pero, ¿quién es usted?
- Yo -le respondió el otro, sonriendo- era el "negro" de su "negro".

sábado, 12 de noviembre de 2011

La fauna de Ediacara

                             Ejemplar del género Charnia
En ciencia no existe una fórmula infalible para lograr un gran hallazgo. Un científico puede pasarse toda su vida investigando sin que sus descubrimientos merezcan más que una nota a pie de página en la historia de su disciplina. Y otras veces un golpe de inspiración, un rapto de genialidad, puede hacer inmortal al que hasta entonces era un investigador gris e insignificante. Unas veces un trabajo largo y pesado no obtiene apenas resultados. Y otras una disciplina al completo se ve sorprendida por un descubrimiento que empieza con un gesto tan sencillo como darle la vuelta a una piedra.
En 1946, un joven geólogo australiano llamado Reginald Claude Sprigg (conocido como Reg) se hallaba haciendo un estudio sobre unas minas abandonadas en una formación llamada Ediacara Hills, perteneciente a la cordillera de Flinders Ranges. Dicho lugar se halla a unos 650 kilómetros al norte de la ciudad australiana de Adelaida. Un buen día, mientras almorzaba tranquilamente, se le ocurrió volver una piedra que le llamó la atención. Y la Paleontología se conmocionó por la sorpresa.
Lo que había al otro lado de la piedra era un fósil. Reg se quedó muy sorprendido. Las rocas de Ediacara estaban datadas en uno 600 millones de años, anteriores incluso al período Cámbrico (cuyo comienzo se sitúa mas o menos hace 540 millones de años). Y nadie tenía noticias de fósiles tan antiguos. Y además aquel fósil era de un organismo pluricelular complejo. Aquel fósil era una anomalía que retrasaba millones de años la historia evolutiva.
Todavía confuso por su descubrimiento, Reg Sprigg comenzó a buscar más fósiles. Y los encontró a docenas: se trataba de seres de forma discoidal, de pluma o de hoja, en su mayoría. Toda una fauna del Precámbrico, cuando nadie esperaba que la hubiera. Pero no fué eso lo único que llamó la atención a nuestro geólogo. Sin ser un experto en fósiles, por su formación conocía los principales grupos de fósiles. Pero no era capaz de identificar lo que estaba hallando. Algunos tenían cierta similitud con medusas o gusanos, pero la mayoría eran completamente nuevos. Era a la vez el sueño y la pesadilla de un paleontólogo. Como si hubiera encontrado la puerta a otro mundo, allí tenia una fauna totalmente desconocida para la ciencia. Y otra cosa extraña: mientras en la fauna posterior a esa época predomina la simetría bilateral (el cuerpo puede ser dividido por una sóla línea en dos partes aproximadamente iguales), en estos seres esta simetría es la excepción, y la mayoría presentan simetría radial o espiral.
Sprigg tardó algún tiempo en dar a conocer su hallazgo. Y con razón: pese a que presentó sus descubrimientos en diversos congresos y los envió a revistas científicas, apenas despertó interés. Lo que proponía se salía demasiado de lo establecido y todos pensaban que tenía que haber algún error en la datación o en la interpretación de los fósiles. Hubo quien incluso negó que fueran fósiles, sino que eran formaciones rocosas originadas por algún proceso geológico desconocido (irónicamente, esa había sido la tesis que habían defendido los críticos que, en el origen de la Paleontología, negaban que los fósiles fueran restos de seres vivos).
Hasta que en 1957 un niño inglés halló un fósil con forma de pluma en Inglaterra que fué datado inequívocamente en el Precámbrico. Esto despertó mayor interés sobre los fósiles de Ediacara e hizo que se revisaran con mayor cuidado. Posteriormente se han hallado más yacimientos con esta fauna, en China y Canadá. Y también se encontró que no eran los primeros fósiles de la época que se hallaban: ya habían sido hallados en Canadá en 1868 y en Namibia en 1933, pero se los dejó "apartados" por lo mismo por lo que no hicieron caso a Briggs: porque admitir su datación suponía una incongruencia con lo que se aceptaba entonces.
Por lo que se sabe, la mayoría de los organismos de Ediacara son sésiles, vivían adheridos al fondo marino o se desplazaban muy poco. Carecen de sistema digestivo o de órganos diferenciados, por lo que muchos defienden que no son auténticos animales, sino colonias de bacterias o algas unicelulares.
La fauna de Ediacara desaparece bruscamente del registro fósil hace más o menos 550 millones de años. Hay varias hipótesis sobre los motivos de esta desaparición. Para algunos, la aparición de un nuevo tipo de fauna, la cámbrica, más rápida y activa, fué lo que precipitó su fin, bien por culpa de la competencia o bien porque, directamente, los predadores cámbricos se los comieran. También se especula con un cambio en las condiciones ambientales al que no pudieron adaptarse, o incluso que las nuevas condiciones ambientales dificultaran su fosilización, por lo que a nosostros nos parece un final abrupto fuese en realidad mucho más prolongado.
La mayoría de los expertos considera a estos seres como un "callejón sin salida" o un "experimento" de la evolución. Uno de los muchos caminos que tomó la vida en la Tierra, antes de que se impusiera tal y como nosotros la conocemos.

                                                            Dickinsonia

sábado, 5 de noviembre de 2011

La historia del San Telmo

El San Telmo
El San Telmo era un imponente navío de línea de dos puentes y 74 cañones, botado en 1788 en el Real Astillero de Esteiro (Ferrol). Tuvo cierta fortuna durante las guerras napoleónicas: no participó en la batalla del Cabo San Vicente, ni en Trafalgar, y luego pasó bastante tiempo bloqueado en puerto y patrullando en el Mediterráneo, sin enfrentamientos de consideración.
Damos un salto en esta historia hasta 1819. Las colonias españolas de Sudamérica están en ebullición y a punto de declararse independientes (algunas ya lo han hecho). La corona española no tiene medios, ni económicos ni militares para evitarlo. Pero aún así, el rey Fernando VII decide enviar una fuerza militar para reforzar a las tropas españolas que combaten los levantamientos. Este contingente, al que se denomina de manera gandilocuente División Naval del Sur, está formado por cuatro barcos: además del San Telmo, el Alejandro I (otro navío de línea recientemente comprado a Rusia), la fragata Prueba, de 34 cañones, y el mercante Primorosa Mariana. En ellos viajan 1400 soldados, además de una importante cantidad de dinero para pagar a las tropas.
Los cuatro buques están en un estado deplorable debido al deficiente mantenimiento. Tal es así que resulta difícil encontrar voluntarios para mandar el convoy. Al final, el mando es encomendado al brigadier Rosendo Porlier, veterano marino perfectamente consciente de lo peligroso de la misión y de lo que suponía doblar el cabo de Hornos en invierno con esos barcos (se dice que antes de partir se despidió para siempre de sus amigos).
El convoy parte de Cádiz el 11 de mayo de 1819. El estado de los buques es tal que el Alejandro I se ve obligado a volver a puerto antes de cruzar el Ecuador, ya que sus numerosas averías y vías de agua lo ponían en serio peligro de hundimiento. Los otros tres navíos continuan hacia el sur y, tras hacer escala en Río de Janeiro y Montevideo, llegan en agosto al paso de Drake. Comienzan a sufrir entonces los fortísimos temporales invernales de la región, que los hacen separarse. El 2 de septiembre, el Primorosa Mariana avista por última vez al San Telmo, alejándose en dirección Sur en medio de una terrible tempestad, con graves averías, en las coordenadas 62º S 70 º O.
La Prueba llega a duras penas al puerto peruano de El Callao el 9 de octubre; la Primorosa Mariana arriba a Guayaqui (Ecuador) una semana más tarde. Ambas con numerosos desperfectos y buena parte de su tripulación enferma o herida. Se espera en vano la llegada del San Telmo. No se vuelven a tener noticias de él y el 6 de mayo de 1822 se le da oficialmente por perdido, a él y a su tripulación (642 soldados y marineros, además de dos oficiales del Real Cuerpo de Artillería): En consideración al mucho tiempo que ha transcurrido desde la salida del navío San Telmo del puerto de Cádiz el 11 de mayo de 1819 para el Mar Pacífico y a las pocas esperanzas de que se hubiera salvado este buque, cuyo paradero se ignora, resolvió el Rey, que según propuesta del Capitán General de la Armada fuera dado de baja el referido navío y sus individuos...
Podríamos pensar que ese es el final de la historia: desidia, incompetencia, corrupción, y 644 hombres que pagan con su vida. Pero aún queda un curioso epílogo por escribir. En febrero de ese mismo año de 1819 el capitán inglés William Smith, al mando del bergantín Williams, se sorprende al descubrir tierras desconocidas por debajo de los 61º S, mientras buscaba una nueva ruta para cruzar el cabo de Hornos. Intrigado, realiza nuevos viajes explorando esos nuevos territorios. Descubre así el archipiélago de Nueva Bretaña del Sur. Y en su cuarto viaje, desembarca en la isla Livingston. En su costa norte halla con sorpresa los restos de un naufragio, que el identifica como un navío español. Y lo que es más importante: numerosos restos de animales, sobre todo focas, que parecen haber sido cazadas. De vuelta en el continente, lo convencen para que no divulgue el hallazgo y así atribuírse el mérito del descubrimiento (aunque el primero en avistar la Antártida fué el capitán español Gabriel de Castilla en 1603). Posteriormente, tras la muerte de Smith, el Gobierno británico envía para continuar las exploraciones al capitán James Wedell, quien hace público el hallazgo. Y no sólo eso, sino que identifica los restos como los de un navío español de 74 cañones, seguramente perdido en travesía hacia Lima.
¿Se trataba del San Telmo? ¿Fueron acaso sus náufragos los primeros europeos en pisar suelo antártico? ¿Y qué fué de ellos? ¿Sobrevivieron alimentándose de aquellas focas cuyos restos hallaron los británicos, esperando en vano un  rescate, hasta que el frío y la enfermedad acabaron con ellos? Sin embargo, los ingleses no hallaron cadáveres. ¿Acaso constuyeron balsas utilizando los restos del naufragio e intentaron sin éxito volver por sus medios? Se han realizado diversas prospecciones arqueológicas en la zona, hallándose abundantes restos, pero ninguno que se haya comprobado fehacientemente que proceda del San Telmo. Quién sabe si en un futuro se hallarán pruebas definitivas, pero por el momento el destino final del desdichado navío y su tripulación permanecen sumidos en las tinieblas.