Verba volant, scripta manent

martes, 28 de febrero de 2012

Un pendiente de oro por cada cabo

                                  Cabo de Hornos


En los tiempos en los que la navegación marítima era a vela y se trataba de un asunto peligroso de verdad, la mayor hazaña de la que un marinero podía presumir era de haber doblado alguno de los dos cabos considerados los más peligrosos del mundo: el de Hornos, el punto más al sur de la Tierra de Fuego, en Sudamérica; y el de Buena Esperanza, en el extremo sur de África. Dicha heroicidad se reconocía con un privilegio: aquellos que hubieran doblado el cabo de Hornos tenían derecho a lucir en su oreja izquierda un pendiente de oro, a cenar con un pie sobre la mesa (algo bastante incómodo, pero indudablemente llamativo) y a lucir el tatuaje de un barco cargado de aparejos. Doblar el cabo de Buena Esperanza daba derecho a lucir un pendiente de oro en la oreja derecha. Y haber doblado ambos doblaba los privilegios: un pendiente en cada oreja y el derecho a poner ambos pies sobre la mesa (¡).
Hay que reconocer que era una misión harto difícil. El velero British Isles intentó doblar el cabo de Hornos durante 71 días en el invierno de 1905, sin conseguirlo. Y el año anterior el Cambrone había desistido tras intentarlo ¡durante 92 días!. El capitán alemán Robert W. B. Hilgendorf se convirtió en una leyenda tras doblar el cabo en 66 ocasiones a lo largo de su carrera, con nueve barcos distintos y siempre en menos de diez días.
El origen de dicha tradición tiene varias explicaciones. Hay quien atribuye simplemente a un elemento supersticioso, al considerar el oro como un material que atraía la buena suerte. Y otros le buscan una motivación más material: en el caso de morir ahogados y que sus cuerpos fueran arrojados a la costa, se aseguraban de que aquel que los encontrase dispusiese de medios para darles sepultura.

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