Verba volant, scripta manent

miércoles, 9 de enero de 2013

Benedicto IX, el Papa de ida y vuelta

                                           Benedicto IX

Cuando es necesario elegir un nuevo Papa, generalmente por la muerte del anterior (también puede suceder que el Papa renuncie al cargo, pero es algo que no ocurre desde que lo hizo Gregorio XII en 1415), el nuevo pontífice es elegido por un cónclave, una reunión de los cardenales de la Iglesia Católica, donde sólo los cardenales electores (los que tenían menos de ochenta años en el momento de quedar vacante el papado) tienen derecho a voto. Pero no siempre ha sido así. De hecho, sólo sucede así desde el siglo XI. Antes de eso, la responsabilidad de la elección papal recaía en el pueblo romano, lo que daba lugar en ocasiones a situaciones un tanto extrañas. Como el caso de Benedicto IX, que figura en la lista de Papas de Roma con el número 145... además del 147 y el 150.
Benedicto IX se llamaba realmente Teofilatto y fué elegido Papa en 1032. La fecha de su nacimiento es desconocida: la Enciclopedia Católica le atribuye veinte años cuando alcanzó el papado, lo que situaría su nacimiento en torno a 1012; pero Rodolfus Glaber, un cronista contemporáneo a Benedicto, data su edad en catorce años (nacido pues en 1018); y otros historiadores retrasan su nacimiento incluso hasta 1021. Por lo tanto, está claro que no llegó al cargo por méritos propios. Era hijo del poderoso conde Alberico III, hermano de los predecesores de Benedicto IX, Benedicto VIII y Juan XIX. Y como Alberico estaba interesado en que el puesto se quedara en la familia, no encontró un candidato mejor que su propio hijo. Así que impuso a Teofilatto, con el apoyo del Emperador germánico Conrado II.
Benedicto IX distó mucho de ser un buen  Papa. De carácter caprichoso y depravado, sus libertinas costumbres y numerosos vicios escandalizaron a los romanos, con los que tuvo numerosos desencuentros. Hasta que en 1045, muerto ya Conrado II, estalló una revuelta popular en Roma dirigida por el capitán Gerardo di Sasso, que expulsó de Roma a Benedicto y puso en su lugar a Giovanni dei Crescenzi, obispo de Sabina (cuya familia, los Crescenzi, pagaron por ello una generosa suma), con el nombre de Silvestre III.
Pero Benedicto no estaba conforme, ni mucho menos. Se refugió en la ciudad de Tusculum, de donde era originaria su familia, y tras reunir un ejército con la ayuda de sus familiares y aliados, volvió a Roma, depuso a Silvestre III (que sólo fué Papa cincuenta días) y ocupó de nuevo el cargo.
Su nueva etapa en la silla de Pedro duró menos aún que la de Silvestre; apenas un mes después, con la excusa de que quería casarse, vendió (literalmente) el pontificado por 1500 libras de oro a Giovanni Graziano Pierleoni, arcipreste de Letrán y padrino suyo, que pasó a ser Gregorio VI.
Gregorio VI trató de reformar la cúpula de la Iglesia para acabar de una vez con los escándalos, pero Enrique III, hijo y sucesor de Conrado II, no se fiaba demasiado de él (no es de extrañar, visto el modo que había utilizado para llegar hasta allí). Como además Benedicto IX había vuelto a conspirar para recuperar el poder, y Silvestre III no había renunciado "oficialmente" al Papado, Enrique III decidió que lo más sensato era hacer borrón y cuenta nueva: convocó un sínodo en Sutri, al norte de Roma, donde obligó a abdicar a Gregorio VI y destituyó a Benedicto IX y a Silvestre III. Para ocupar su puesto, impuso a un hombre de su confianza: Suidger de Morsleben y Hornburg, obispo de Bamberg, que se convirtió en Clemente II el día de Navidad de 1046.
Clemente II tuvo (qué sorpresa) un papado breve. Le dió tiempo a tomar algunas medidas para reformar el clero y tratar de contener la corrupción y la venta de cargos eclesiásticos (además de coronar emperador a Enrique III; de bien nacidos es ser agradecido). Pero, tras su muerte por enfermedad (otros dicen que fué envenenado) en octubre de 1047, Benedicto entró de nuevo en Roma al frente de un ejército y por tercera vez se sentó en el asiento papal. Allí  se mantuvo por la fuerza, hasta que una nueva revuelta lo expulsó de la ciudad en julio de 1048. Pese a que algunos miembros de la curia trataron de volver a nombrar Papa a Gregorio VI, finalmente Enrique III impuso a otro clérigo alemán: Poppo, obispo de Brixen, nombrado Dámaso II... que murió de malaria 23 días después. Finalmente, su sucesor, León IX (también alemán) devolvió algo de estabilidad al trono de Roma, en el que se mantuvo cinco años, de 1049 a 1054 (toda una hazaña para la época).
¿Qué fué de Benedicto IX? Cuentan que continuó intrigando y conspirando para recuperar el papado, sin suerte. Finalmente, dicen que se arrepintió de sus (muchos) pecados y terminó sus días haciendo penitencia en el monasterio de Grottaferrata, en torno a 1055.
Después del bochorno que supuso esta turbulenta época, el Papa Nicolás II decretó en 1059 que fuese el cónclave de los cardenales quien a partir de entonces se encargaría de elegir al Papa. En 1139, bajo el reinado de Inocencio II, un nuevo sínodo eliminó el requisito de que el candidato elegido debería ser aceptado por el pueblo y el clero romano, dejando el sistema de elección tal y como lo conocemos actualmente.

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