Verba volant, scripta manent

miércoles, 29 de mayo de 2013

El hombre que mató a Don Quijote


Allá por octubre del año 2000, el director y guionista norteamericano Terry Gilliam, antiguo miembro del legendario grupo cómico Monty Python, desembarcaba en España con su equipo para hacer realidad un sueño largo tiempo acariciado: dirigir su particular versión de las aventuras de Don Quijote. El filme se iba a titular El hombre que mató a Don Quijote y Gilliam, autor también del guión, llevaba diez años preparando el proyecto. Contaba con un presupuesto elevado, 32 millones de euros (en una coproducción íntegramente europea), para recrear el tema con todo su barroquismo e imaginería visual, que ha demostrado en películas como Los héroes del tiempo, Las aventuras del barón Munchausen o Miedo y asco en Las Vegas.
La película iba a contar la historia de un ejecutivo londinense que viaja atrás en el tiempo y aparece en la España del siglo XVII, donde se encuentra con Don Quijote, el cual lo confunde con Sancho Panza y se lo lleva consigo en sus aventuras. Para los papeles principales contaba con el actor francés Jean Rochefort (El artista y la modelo) como Don Quijote y Johnny Depp (reconocido admirador de la obra de Cervantes) como el ejecutivo, además de Vanessa Paradis (La mujer del puente) como Dulcinea. Empezaron a rodar con todo el entusiasmo del mundo. Y a partir de entonces, todo empezó a salir mal.
Para empezar, nadie de la producción se había dado cuenta de que el lugar elegido para el rodaje, el paraje semidesértico de las Bárdenas Reales (Navarra) tenía un pequeño inconveniente: cerca de allí está el Polígono de Tiro de las Bárdenas, un campo de tiro del Ejército del Aire. Los aviones sobrevolaban a menudo el set del rodaje, estropeando las tomas. Ante la dificultad de buscar nuevas localizaciones, Gilliam decidió continuar el rodaje y eliminar luego el sonido de los aviones en postproducción, aunque hubiera que grabar de nuevo los diálogos.
El segundo día de rodaje, un nuevo contratiempo: una violentísima tormenta seguida de una riada destrozó parte de los decorados, dañó el equipo e incluso alteró la apariencia de los lugares donde se había estado rodando, lo que los obligaba a repetir las escenas.
Y como las desgracias nunca viene solas, Rochefort tuvo que ser ingresado en un hospital, aquejado de una dolorosísima hernia discal doble que le exigía reposo y por lo tanto le impedía continuar el rodaje. Mientras Gilliam buscaba un sustituto, parte de los productores, asustados por la sucesión de fatalidades, abandonaron el proyecto, que se quedó así sin financiación. Desesperado, sin posibilidades de seguir con el proyecto, Gilliam tuvo que suspender el rodaje apenas dos semanas después de haberlo iniciado, quedando los derechos del guión en manos de la aseguradora de la película.
Pero Gilliam no se da por vencido tan fácilmente. En 2010, tras recuperar los derechos de su guión, anunció que retomaba el proyecto, con Robert Duvall (Open Range) como Don Quijote y de nuevo con Johnny Depp; y cuando éste renunció por problemas de agenda, fué sustituído por Ewan MacGregor (Ángeles y demonios). Pero volvió a tropezar en la misma piedra: no fué capaz de conseguir financiación y el filme se fué de nuevo al traste.
Como testimonio del desastroso rodaje existe un excelente y premiado documental, Lost in La Mancha. Dirigido por Keith Fulton y Louis Pepe (quienes ya habían rodado un deocumental sobre el rodaje de otra de las películas de Gilliam, Doce monos), iba a ser originariamente un "Making of" para cuando la película fuese editada en DVD; pero poco a poco fué cobrando vida propia para convertirse en la crónica del fracaso del proyecto. Según va avanzando el documental, vemos cómo se suceden uno tras otro los reveses y cómo Gilliam pasa del entusiasmo a la preocupación y de la preocupación a la más absoluta desesperación, hasta llegar al punto de gritarle a la cámara ¡Jodidos! ¡Jodidos! ¡Estamos tan jodidos! ¡Jodiiiiidoooooos!.

sábado, 25 de mayo de 2013

El Batallón de San Patricio



Tras la guerra de Independencia de Texas (1835-36) que enfrentó a los colonos anglosajones con el ejército mexicano, se creó la República de Texas, de breve existencia, ya que en 1845 fue admitida como 28º estado de los Estados Unidos. Pero había quedado un pequeño "fleco" sin resolver del todo. Los mexicanos reconocieron el río Nueces como frontera del territorio texano; pero el Tratado de Velasco, firmado en cautiverio por el general Santa Anna y que el gobierno mexicano nunca admitió, establecía la frontera en el río Grande, cincuenta kilómetros más al sur.
El mismo año que Texas se convertía en estado, el gobierno de Washington trató de comprar a México los territorios de Nuevo México y la Alta California. Los mexicanos rechazaron de plano la propuesta y rompieron las relaciones diplomáticas con los EEUU. Entonces, dado el grado de tensión existente, el presidente James K. Polk envió tropas a Texas para defender su frontera... pero la del río Grande, no la del Nueces, ocupando el territorio en disputa que México reclamaba como propio. El 25 de abril de 1846, una patrulla de 63 soldados norteamericanos al mando del capitán Seth Thornton cayó en una emboscada tendida por 2000 lanceros mexicanos al mando del general Torrejón. Murieron 16 soldados norteamericanos y el 13 de mayo, Estados Unidos declaraba oficialmente la guerra a México.
Fue una guerra corta pero sangrienta. El ejército norteamericano derrotó con relativa facilidad a los mexicanos, peor entrenados y equipados, y el gobierno mexicano tuvo que firmar el Tratado de Guadalupe-Hidalgo, rubricado el 2 de febrero de 1848, en resultas del cual México cedía a EEUU prácticamente la mitad de su territorio: cerca de dos millones y medio de kilómetros cuadrados, que comprendían los actuales estados de Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah, California (que al principio de la guerra se había declarado república independiente, en un curioso experimento que duró 26 días), y buena parte de Oklahoma, Colorado, Wyoming y Kansas. A cambio, México recibía 15 millones de dólares (menos de lo que EEUU le había ofrecido al principio sólo por Nuevo México y California) y quedaba exonerado de pagar compensaciones de guerra. Murieron 13000 mexicanos y 16000 norteamericanos (de estos, menos de 2000 en combate; el resto, a causa de enfermedades).
En esta guerra se dio la circunstancia de que en ella participó una unidad militar que, pese a estar formada por europeos y norteamericanos luchó en el bando de México. Se trataba del Batallón de San Patricio.
El batallón estaba formado en su mayor parte por soldados desertores del ejército norteamericano; más de la mitad de ellos, de origen irlandés (de ahí el nombre de San Patricio, patrón de Irlanda). Aunque además, había alemanes, polacos, franceses, italianos, ingleses, escoceses, canadienses, suizos e incluso españoles. Con un punto en común: la práctica totalidad eran católicos.
Los motivos que les habían llevado a desertar eran varios. Muchos de ellos estaban hartos de ser discriminados y maltratados por sus superiores, mayoritariamente protestantes y de origen inglés, que en general se fiaban poco de ellos. Siendo católicos, además, sentían una mayor simpatía y afinidad con los mexicanos, que también lo eran. El gobierno mexicano llevaba tiempo intentando reclutar a miembros del ejército norteamericano (especialmente a los católicos) con promesas de buenas pagas y entrega de tierras. Y una vez declarada la guerra, hubo soldados que prefirieron luchar contra los estadounidenses porque consideraban la guerra injusta y un acto de agresión contra México. Los mexicanos los apodaban los Patricios o los Colorados (por el elevado número de pelirrojos que había entre ellos).
El batallón nunca fue muy numeroso; en sus mejores momentos, formó apenas dos compañías, unos 300 hombres, reforzados con soldados y oficiales mexicanos. Su líder y principal impulsor fue John Riley (o John O'Reilly, dependiendo de la fuente), un antiguo teniente de la Compañía K del Quinto Regimiento de Infantería de los EEUU, natural de Clifden (Irlanda), y que previamente había sido sargento en el 66º Regimiento de Infantería de Berkshire, en el ejército británico. Como enseña, eligieron una bandera verde con un arpa y tréboles (símbolos de Irlanda) amarillos y la leyenda Erin Go Bragh (Irlanda por siempre, en irlandés gaélico). Pese a su reducido número, tuvieron un destacado papel en la guerra; eran de las pocas unidades disciplinadas y bien entrenadas del ejército mexicano.
Aunque algunos de sus miembros ya habían tomado parte en combates previos, su primera acción de guerra como unidad tuvo lugar durante la batalla de Monterrey (21 de septiembre de 1846). Pese a que la ciudad acabó siendo tomada por los estadounidenses, el batallón se desenvolvió con brillantez y heroísmo, rechazando al frente de una batería de cañones dos asaltos norteamericanos. Volvieron a destacar en la batalla de La Angostura (febrero de 1847). Poco después, pese a su excelente desempeño como artilleros, el general Santa Anna convirtió a los San Patricios en un regimiento de infantería.
La última gran acción del Batallón fue en la batalla de Churubusco (20 de agosto). Tras la derrota de las fuerzas mexicanas en la batalla de Padierna (19-20 de agosto), el general Santa Anna reagrupó parte de sus fuerzas en Churubusco, en las afueras de Ciudad de México. Allí, en el convento franciscano de Santa María de Churubusco, se atrincheraron 1500 hombres de los regimientos Independencia, Bravos y San Patricio. Pese a la desesperada resistencia de los defensores, la superioridad numérica y armamentística de los norteamericanos fue decisiva y los mexicanos acabaron rindiéndose. Eso sí, sólo tras quedarse sin municiones ni pólvora, y de que los irlandeses hubieran arriado hasta en tres ocasiones la bandera blanca que los mexicanos habían izado. Ochenta y cinco miembros del batallón fueron capturados; treinta y cinco murieron durante el combate, y cerca de un centenar lograron huir.
Los norteamericanos no mostraron compasión alguna por los miembros del batallón. Era la primera vez en la historia que su ejército se enfrentaba a una unidad formada por sus propios desertores, que además les habían causado no pocas bajas. Setenta y dos San Patricios, incluído Riley, fueron acusados de traidores. El general Winfield Scott, al mando del ejército norteamericano, decidió que fueran juzgados por dos cortes marciales: una, presidida por el coronel John Garland, tuvo lugar en Tacubaya el día 23 de agosto; la otra, presidida por el coronel Bennet Riley (irlandés y católico) en San Ángel, el 26. De los setenta y dos, setenta fueron condenados a muerte por traición; sólo dos fueron absueltos, uno por haber sido alistado irregularmente en el ejército norteamericano y otro por haber sido declarado loco.
Las sentencias provocaron una ola de protestas entre los mexicanos. Elevadas personalidades como el arzobispo de México, el embajador británico y diversos extranjeros residentes en la ciudad (incluídos norteamericanos) pidieron clemencia a Scott. El general, quien tampoco estaba demasiado conforme con las condenas, decidió suavizar las penas, y, aprovechándose de un resquicio legal, decretó que sólo los soldados que habían desertado una vez comenzada la guerra podían ser declarados traidores, mientras que los demás eran simples desertores. Así, redujo el número de penas de muerte a cincuenta, aunque posteriormente perdonaría a otros cinco y reduciría la pena a quince más, incluído Riley, por distintas causas (a varios, por su juventud, y a uno porque, al parecer, no se había alistado por propia voluntad sino que había sido secuestrado estando borracho). Finalmente, treinta serían los ahorcados. Dieciséis en San Ángel el 10 de septiembre, cuatro más en Mixcoac el día 11. La ejecución de los restantes diez causó gran indignación entre los mexicanos y fue duramente criticada dentro del propio ejército norteamericano. El coronel William S. Harney, encargado de la ejecución, los llevó a la vista del castillo de Chapultepec, una fortaleza clave para la defensa de Ciudad de México, mientras era asaltada, el 13 de septiembre. Cuando la bandera mexicana fue arriada y sustituída por la norteamericana, señal de que el castillo había caído, ordenó colgar a los prisioneros.
Los prisioneros que no habían sido ejecutados recibieron, no obstante, el castigo reservado para los desertores: cincuenta latigazos y ser marcados con la D de desertores al rojo vivo. Los verdugos se ensañaron con Riley, al que dieron más latigazos de los ordenados y marcaron no una, sino dos veces a fuego. También fueron sentenciados a diversas penas de trabajos forzados. Los últimos prisioneros no serían liberados hasta meses después de firmarse el tratado de paz.
El batallón de San Patricio fue reconstituído en marzo de 1848 con los supervivientes del batallón original y nuevos reclutas procedentes de ejército norteamericano. Después de la guerra, durante algún tiempo, patrullaron la frontera y sofocaron pequeñas revueltas, pero luego fueron acantonados en Ciudad de México. Finalmente, el gobierno mexicano disolvió la unidad a finales de 1848. Unos dicen que porque los Patricios estaban involucrados en una conspiración contra el gobierno del general Herrera; otros, que fue por cuestiones económicas.
La mayoría de sus integrantes se instaló en México tras ser licenciados. Sólo un puñado prefirió retornar a sus países de origen. Riley murió en Veracruz el 30 de agosto de 1850, totalmente alcoholizado. Fue enterrado en una tumba con el nombre de Juan Reley, el mismo con el que se había alistado en el ejército mexicano.
Los componentes del Batallón de San Patricio son considerados héroes nacionales por los mexicanos. La calle de Churubusco que pasa por delante del convento se llama Mártires Irlandeses, y hay escuelas con su nombre, placas conmemorativas... En Clifden, localidad natal de John Riley, hay una estatua del militar, erigida en 2004 y donada por el gobierno mexicano.

Placa en memoria de los soldados caídos del Batallón de San Patricio en San Ángel (Ciudad de México)

miércoles, 22 de mayo de 2013

Rescate en el Nanga Parbat

                                     Cara sur del Nanga Parbat

El Nanga Parbat, con 8125 m., es la novena montaña más alta del mundo, y la más occidental de las catorce cumbres que superan los ocho mil metros. Situada en la cordillera del Karakórum, en territorio pakistaní, su cara sur, la llamada Rupal, tiene fama de ser la más alta del mundo: 4600 metros desde su base. "Nanga Parbat" significa, en urdu e hindi, "montaña desnuda"; la llama así la gente de la zona por su aislamiento. Pero entre los alpinistas es conocida por otro sobrenombre... la "montaña asesina", por las numerosas muertes que se han producido intentando conquistarla.
En verano de 1980 se encontraba en el campamento base, dispuesta a asaltar la cima precisamente por la cara sur, una expedición formada por dos alpinistas jóvenes pero experimentados: el español Luís Fraga y el alemán Reinhard Karl. Su primer intento de alcanzar la cumbre comienza el 7 de julio; pero el mal tiempo en forma de tempestad de nieve con fortísimos vientos les obliga a volver al campamento base, tras varios días sin poder avanzar. A ellos y a otra expedición formada por tres alpinistas británicos, que acaba por renunciar. El 19 de julio regresaron al campamento base, donde se encontraron con otra cordada franco-italo-alemana que tenía planeado llevar a cabo el ascenso al Nanga Parbat como preámbulo e intentar más tarde el difícil reto de ascender al K2 por su cara sur, una ruta que nadie había logrado todavía.
El día 20, ante una mejoría del tiempo, Fraga y Karl hacen un nuevo intento de llegar a la cumbre. Pero el avance es lento; la gran cantidad de nieve acumulada entorpece su marcha y pronto empieza a nevar de nuevo. El día 22 son alcanzados por dos de los miembros de la otra cordada, los franceses Yannick Seigneur y Patrick Berhault, que habían seguido su misma ruta. Esa noche, acampan juntos a 6200 metros de altura.
Poco antes del amanecer del día 23 ambas parejas se ponen en marcha, aunque Berhault parece no estar en plenitud de facultades. Con una capa de nieve de un metro de profundidad, el ascenso es agotador. Finalmente, a 7000 metros son sorprendidos por una fuerte nevada que detiene su avance. De madrugada, el temporal se recrudece, con vientos de hasta 100 kilómetros/hora y una copiosa nevada que no cesará hasta la tarde del día 24. En un breve momento de calma, Seigneur se acerca a la tienda de Fraga y Karl, con la noticia de que Berhault sufre un edema pulmonar y apenas tiene fuerzas, por lo que han decidido desistir de su intento y regresar al campamento base tan pronto como sea posible.
La tarde del 24, el tiempo les da un respiro, y Fraga y Karl preparan su equipo para el asalto definitivo a la cumbre, esperando llegar esa misma noche o al día siguiente por la mañana. Es entonces cuando Seigneur les avisa de que el estado de Berhault ha empeorado notablemente: al edema pulmonar se ha sumado un fallo renal, y ni siquiera es capaz de mantenerse en pie. Están muy cerca de la cumbre, pero ni Fraga ni Karl dudan: cada minuto es vital para salvar la vida de Patrick. Entre los tres logran, con un notable esfuerzo y arriesgando su seguridad, llevar de vuelta a su compañero al campamento base de donde será evacuado a un hospital.
Fraga era partidario de realizar una nueva tentativa de ascenso, pero Karl opinaba que habían perdido su única oportunidad y que el mal tiempo no les permitiría llegar a la cumbre. Al final, acabaron renunciando. Karl tenía razón: el resto de la cordada de Seigneur y Berhault permanecería en la zona un mes sin lograr hacer cumbre; todos sus intentos se verían frustrados por el mal tiempo, sin llegar a sobrepasar en ningún momento la cota de los 7000 metros a la que habían llegado Fraga y Karl.
Patrick Berhault se recuperó y siguió escalando montañas. Se convirtió en una figura mítica del alpinismo en los años 80 y 90. Murió el 28 de abril de 2004, al despeñarse mientras ascendía a la cumbre del Dom, en los Alpes suizos. Trataba de conseguir un nuevo record: ascender en 82 días a las 82 cumbres alpinas de más de 4000 metros.
Reinhard Karl también murió en la montaña. El 19 de mayo del 82 fue sepultado por una avalancha en el Himalaya, mientras trataba de llegar a la cumbre del Cho Oyu (8201 m.).
Yannick Seigneur, que ya por entonces era un escalador reconocido, alejado de la escalada más "comercial" en favor de un estilo más romántico y aventurero, también siguió escalando. Murió en noviembre de 2001, a causa de un cáncer óseo.
En cuanto a Luís Fraga, también mantuvo su afición al alpinismo. Esta acción le valió recibir en 1981 el Premio Nacional a la Nobleza Deportiva, de manos del rey Juan Carlos I. Fue senador bajo las siglas del PP durante varias legislaturas y se hizo amigo íntimo de otro gran aficionado a la montaña llamado Luís Bárcenas (si, ese Luís Bárcenas). Pero esa... es otra historia.

domingo, 19 de mayo de 2013

Reyes del camuflaje


Gecko de cola de hoja (Género Uroplatus)
 
Mantis orquídea (Hymenopus coronatus)

Mantis hoja (Género Deroplatys)

Podargo australiano (Podargus strigoides)

Polilla pájaro luna (Phalera bucephala)

Lenguado (Orden Pleuronectiformes)

Camarón de crinoideo (Periclimenes amboinensis)

Víbora de Peringuey (Bitis peringueyi)

Grillo italiano (Oecanthus pellucens)

Pingasa rubicunda

Pulpo (Orden Octopoda)

Oruga de Barón común (Euthalia aconthea)

Insecto hoja (Phyllium ericoriai)

Insecto palo (Ctenomorpha chronus)


 

jueves, 16 de mayo de 2013

La ahogada del Sena

                                            La desconocida del Sena

Allá por finales de la década de 1880, fué rescatado del Sena, a la altura del Quai du Louvre de París, el cadáver de una joven ahogada. Por la ausencia de señales de violencia, y por la tranquilidad de la expresión de la joven, se supuso que se trataba de un suicidio, quizá por un desengaño amoroso.
Dado que el cadáver carecía de cualquier elemento que permitiera su identificación, fue trasladado a la morgue de París, donde quedó expuesto al público, como se hacía habitualmente con los cuerpos de desconocidos, para ver si alguien podía identificarla. Todos los que la veían quedaban vivamente impresionados por su belleza, su juventud (que se estimó en torno a los 16 años) y su expresión tranquila, incluso con un amago de sonrisa. Estuvo varios días expuesta pero nadie de los cientos de personas que desfilaron ante ella reclamó su cuerpo ni supo decir quién era, con lo que acabó siendo enterrada en una tumba anónima. Pero tanto había impresionado su aspecto a los que la habían visto, que uno de los empleados de la morgue, fascinado por su enigmática sonrisa, había hecho una máscara mortuoria en yeso de la fallecida.
Por aquella época, este tipo de objetos eran muy demandados por el público, y no se consideraban en absoluto de mal gusto. La máscara de la desconocida del Sena sirvió de molde para hacer miles de copias que se vendieron con gran éxito y no sólo se convirtieron en un objeto habitual en los hogares parisinos, sino que sirvieron de inspiración a numerosos artistas a lo largo de los años. Poetas, novelistas, la convirtieron en parte de sus obras, fantaseando sobre quién habría sido, cómo habría sido su vida, qué le había llevado a ponerle fin de manera tan abrupta. Albert Camus la llamaría "la Mona Lisa ahogada", R. M. Rilke y Louis Aragon la mencionaron en sendas novelas, incluso Vladimir Nabokov le dedicó un poema. Hasta el oficial de la marina nazi Herbert Werner menciona en su novela autobiográfica Ataúdes de hierro que sus padres poseían una reproducción de la máscara en su casa. Pero aún ocurriría algo que la haría, si cabe, más famosa.
En la década de 1950, el médico austríaco afincado en los EEUU Peter Safar desarrolló las técnicas de reanimación cardiopulmonar que son básicas en los primeros auxilios: el boca a boca y el masaje cardíaco. Convencido de que esas técnicas podían salvar miles de vidas si se aplicaban correctamente, decidió que debían ser conocidas por la mayor cantidad de personas posible. Para ello, se asoció con Asmund Laerdal, un fabricante noruego de juguetes de plástico, junto al que diseñó el primer muñeco de prácticas de RCP. Ambos coincidieron en que debían dotar al muñeco de facciones, ya que así conseguirían que los aprendices sintieran mayor empatía por el objeto y mostrasen más interés en las prácticas. Y Laerdal decidió que las facciones del maniquí serían las de aquella chica ahogada en el Sena. Ese muñeco recibiría el nombre de Resusci Anne y comenzó a producirse en 1960, y de él se han fabricado miles de unidades (hay varias versiones) a lo largo de varias décadas. No deja de ser curioso que quien fuera una chica anónima en vida, se acabara convirtiendo tras su muerte en una celebridad y, como alguien dijo, "la mujer más veces besada de la historia".

Resusci Anne

lunes, 13 de mayo de 2013

La Coca-Cola y sus problemas con el chino



Un reciente comentario de enfermero9 en uno de mis post anteriores haciendo referencia al cambio de nombre del Mitsubishi Montero (que originariamente se llamaba Mitsubishi Pajero) me ha llevado a recordar algunos otros casos donde determinados productos tuvieron que cambiar de nombre para desembarcar en según que mercados, porque su nombre original tenía resonancias desagradables o indecorosas en un idioma diferente. Y así, aprovecho para hablar de uno de los casos más conocidos por la entidad de la empresa implicada: la mismísima Coca-Cola.
Coca-Cola desembarcó en China relativamente pronto, en 1928. Ya era una bebida muy popular en EEUU y, gracias a los soldados norteamericanos que habían combatido en la Primera Guerra Mundial, también había alcanzado una notoria expansión en el viejo continente. Así que se había lanzado a buscar nuevos mercados. Y el de la China pre-comunista fué uno de los elegidos.
Al principio, la bebida todavía no tenía un nombre comercial en mandarín. La empresa seguía buscando una denominación con atractivo comercial, con "gancho", respetando lo máximo posible su pronunciación original. Pero sus distribuidores chinos tenían algo de prisa en empezar a publicitar el producto entre sus clientes, por lo que comenzaron a buscar una traducción propia. ¿Qué problema había? Que el chino tiene unos 40000 caracteres, con diferentes pronunciaciones. De ellos, aproximadamente 200 tienen un sonido lo suficientemente similar como para componer una expresión que suene parecido al nombre original: [ˈkoʊkə ˈkoʊlə]. Y buena parte de ellos optaron por la traducción fonética más literal: 咬蠟蝌蚪, que sonaba "Ke-kou-ke-la", casi como en inglés. Pero la potencial clientela no demostró mucho entusiasmo... porque dicha expresión venía a significar, dependiendo del dialecto (otra peculiaridad del chino: los caracteres significan siempre lo mismo, pero se pronuncian distinto según la región; dos chinos, aunque no se entiendan al hablar, se entenderán perfectamente por escrito), significaba "muerde el renacuajo de cera", "yegua rellena de cera" o "yegua plana de cera". Muy poco apetitoso, la verdad. 
Advertida de ello la compañía, se puso enseguida manos a la obra para reparar la confusión. Contrató a lingüistas y expertos en fonética china, quienes repasaron de manera concienzuda los 200 caracteres chinos aprovechables hasta dar con una combinación aceptable: 可口可乐 que se pronuncia "Ke-kou-ke-le". Menos parecido al original pero mucho más atractivo para la clientela, ya que significa "dejar que tu boca se alegre", y que fué finalmente el nombre con el que la Coca-Cola se registró en China.
Y dejando a un lado el componente humorístico del asunto, hay que admirar la rapidez de reflejos de la empresa a la hora de detectar un problema y su habilidad para encontrar una solución adecuada. Y es que las grandes empresas lo son por un buen motivo...
Claro que mucho más embarazoso fue lo que le sucedió a su gran rival, Pepsi. Quiso lanzar una campaña en el mercado chino con su conocido eslogan "Come alive with the Pepsi Generation" ("Ven a vivir con la Generación Pepsi"). Una mala traducción hizo que lo que realmente dijera su publicidad fuese "Pepsi trae a tus antepasados de vuelta a la vida". ¡Menuda publicidad engañosa!

viernes, 10 de mayo de 2013

Los rostros de Franz Xaver Messerschmidt

                  El hocicudo, uno de las obras más conocidas de Messerschmidt

Una de las obras de arte más originales y sugerentes de la historia es la colección de sesenta y nueve bustos que ocuparon los últimos años de la vida del escultor Franz Xaver Messerschmidt, extraordinariamente expresivos y modernos en su concepción.
Messerschmidt nació en 1736 en Wiesensteig, una ciudad de Baviera, pero se crió en Múnich, en casa de su tío, el escultor Johann Baptist Straub, quien fue su primer maestro. Luego, tras dos años trabajando en Graz con su otro tío, Philipp Jakob Straub, también escultor, ingresó en 1755 en la Academia de las Artes de Viena, donde completó su formación bajo la tutela de Jakob Schletterer.
No tardó en empezar a trabajar para la familia imperial, realizando sendas esculturas del emperador Francisco I y su esposa, la emperatriz María Teresa I de Austria, además de varios relieves retratando al heredero al trono, el futuro José II y su esposa Isabel de Borbón-Parma, y otros de motivo religioso. Esto le abrió las puertas para recibir encargos de las principales familias de Viena y otras personalidades destacadas, como la princesa María Teresa de Saboya.
Poco a poco, fue dejando atrás el estilo barroco y profundizando en el neoclásico, a lo que contribuyó un viaje a Italia en 1765 donde pudo estudiar con detenimiento el arte romano. De vuelta a Viena, siguió trabajando en su taller y empezó a dar clases en la Academia. Pero, al comienzo de la década de los setenta, su comportamiento se volvió errático y extraño. Siempre había sentido un gran interés por temas como el ocultismo, la alquimia o la fisiognomía (la teoría de que por la apariencia de una persona se puede conocer su carácter) pero a partir de entonces empezó a sufrir alucinaciones y a manifestar ideas paranoicas que alarmaron a sus conocidos (no hay un consenso general, pero se cree que se debía a la esquizofrenia). En 1774 intentó conseguir una plaza como catedrático en la Academia, pero no sólo no la consiguió sino que fue expulsado de la institución. El conde Kaunitz, canciller austríaco, explicaba en una carta a la emperatriz María Teresa que, pese al indudable talento de Messerschmidt, su enfermedad le hacía inadecuado para el magisterio.
Decepcionado, Messerschmidt dejó Viena con destino a su ciudad natal, Wiesensteig. Poco después se trasladó a Múnich, donde vivió dos años esperando conseguir un trabajo en la corte. En 1777 se trasladó a Presburgo (la actual Bratislava), donde vivía su hermano Johann Adam, también escultor. Aquí pasó los últimos seis años de su vida, prácticamente aislado, trabajando obsesivamente en sus hiperrealistas cabezas, que había comenzado a crear en torno a 1770.
Lo que le había llevado a concebir aquellos bustos se lo contó a un escritor, Friedrich Nicolai, con el que mantuvo una cierta amistad. Según Nicolai, Messerschmidt pretendía reflejar en aquellas obras los 64 gestos o expresiones faciales que, en su opinión, podía expresar el ser humano. Tomando como modelo sus propias expresiones al pellizcarse, que observaba en un espejo y luego plasmaba en mármol o en metal. Su gran afición a la nigromancia y las ciencias ocultas (había estudiado en profundidad las obras atribuídas a Hermes Trismegisto, un mítico personaje considerado el precursor de la alquimia y poseedor de grandes conocimientos de lo oculto y misterioso) le habían llevado a estudiar las relaciones entre el tamaño de las distintas partes del cuerpo humano, en busca del llamado "equilibrio universal" (una variante del llamado número o proporción áurea). Además, según él, un ser al que llamaba "el espíritu de la proporción", guardián de la sabiduría que él trataba de desvelar, lo visitaba por las noches para someterlo a torturas por haber esculpido aquellos bustos.
Messerschmidt murió en 1783, a los 47 años, se cree que por complicaciones derivadas de la enfermedad de Crohn, dejando terminados sesenta y nueve de aquellas cabezas. En su época apenas despertaron interés; estaban demasiado lejos de los cánones que se estilaban en el arte de entonces. Hubo que esperar hasta el siglo XX para que sus esculturas fueran redescubiertas y admiradas por su audacia y modernidad, además de su exquisita técnica.


Algunos de los rostros que esculpió Messerschmidt



martes, 7 de mayo de 2013

Unas elecciones poco éticas y un asesino ofendido



Demasiadas veces somos testigos de cómo las campañas electorales se centran más en descalificar a los rivales que en presentar un programa válido y creíble. Al final, acabamos teniendo que decidir no cuál de los candidatos es el mejor, sino el menos malo.
En las elecciones presidenciales norteamericanas de 1988 se enfrentaban el republicano George Bush, vicepresidente bajo el mandato presidencial de Ronald Reagan, y el gobernador demócrata del estado de Massachusetts, Michael Dukakis. Buena parte de la estrategia republicana consistió en presentar a Dukakis como un candidato blando e indeciso, no sólo en lo referente a política exterior (Dukakis no había apoyado las intervenciones militares de Ronald Reagan en Libia y Granada), sino también en su lucha contra el crimen. De hecho, siendo gobernador Dukakis había conmutado las penas de varios criminales con delitos graves que más tarde habían reincidido, lo que le había valido grandes críticas y le había obligado a revisar su política penitenciaria. Pero la campaña republicana fue más allá: en un folleto de propaganda electoral publicado por el Comité Republicano del estado de Illinois se llegó a decir textualmente que "todos los asesinos, violadores, traficantes de droga y abusadores de menores de Massachusetts votan a Dukakis". Y peor todavía: se afirmaba que si John Wayne Gacy, un conocido asesino en serie condenado a muerte en 1980 por el asesinato de 33 niños y jóvenes, hubiera cometido sus crímenes en Massachusetts en lugar de en Illinois, en esos momentos tendría derecho a permisos de fin de semana. Algo a todas luces falso, pero que contribuyó a dañar la imagen de Dukakis.
Los demócratas, por supuesto, lo desmintieron todo, calificándolo de "basura política", y el propio Bush desaprobó públicamente el contenido de los folletos. Lo que no esperaba nadie era que el mismísimo Gacy interviniera en la polémica. En varias cartas enviadas al Partido Republicano y a varias agencias de noticias, un muy molesto Gacy criticaba abiertamente el uso de su nombre en la campaña, diciendo estar "indignado por el comportamiento tan poco ético del señor Bush, que utiliza mi persona para sus fines personales". También decía que "es un insulto a los votantes que el Comité Central Republicano del estado de Illinois tenga que caer tan bajo como para utilizar el nombre de John Wayne Gacy para asustar a la gente para que vote a George Bush". Calificaba al folleto que lo mencionaba como "repugnante y explotador" y se preguntaba "¿No puede George Bush limitarse a su propio programa y a la verdad, en lugar de toda esta fantasía terrorífica?"
Uno esperaría que el hecho de que un psicópata asesino hubiera cuestionado su ética habría hecho recapacitar a ambos partidos y que la campaña hubiera sido más limpia. Pero me temo que era esperar demasiado. Lo único que consiguió fué recrudecer el enfrentamiento. Así, Stuart Piper, director ejecutivo del Partido Republicano en Illinois dijo públicamente que era "otro ejemplo de un criminal que aparentemente apoya a Mike Dukakis", a lo que respondió Judith Erwin, responsable de comunicaciones de la campaña de Dukakis en Illinois sembrando las dudas sobre la autenticidad de las misivas, sugiriendo que podía tratarse de un montaje de los republicanos (más tarde se confirmaría que las cartas las había escrito, efectivamente, Gacy).
Hay gente que nunca aprende.

viernes, 3 de mayo de 2013

El día que la USAF bombardeó Oklahoma



Boise City es una tranquila ciudad del estado norteamericano de Oklahoma. Tiene menos de 1300 habitantes y no está demasiado lejos de las fronteras de los estados de Kansas, Texas, Nuevo México y Colorado. Fundada en 1908 por J. E. Stanley y A. J. Kline, dos promotores que acabarían encarcelados por estafa por vender a miles de incautos terrenos en lo que ellos describían como una ciudad hermosa y pujante, con servicios y negocios, y que en realidad era un villorrio perdido en medio de ninguna parte. Poco más ha sucedido destacable en Boise a lo largo del último siglo. Excepto una cosilla sin importancia... se trata de la única ciudad continental norteamericana bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque fuese por su propia fuerza aérea.
Era la madrugada del 4 al 5 de julio de 1943. Los ciudadanos de Boise dormían a pierna suelta tras celebrar la fiesta nacional del 4 de julio. Las calles estaban en completo silencio y todo estaba a oscuras. La única actividad eran unos cuantos camioneros que tomaban algo en el café local y alguna que otra pareja rezagada que se iba a casa. En medio de la oscuridad del pueblo, sólo destacaba la plaza del juzgado, iluminada por cuatro brillantes farolas eléctricas en sus esquinas.
Esa misma noche, cuatro bombarderos B-17 Flying Fortress habían despegado de la base aérea de Dalhart (Texas), distante apenas cincuenta kilómetros de Boise. Su misión consistía en un ejercicio rutinario de bombardeo nocturno. El objetivo era bombardear un blanco cerca de Conlen, en pleno desierto texano. Pura rutina, un entrenamiento sin complicaciones. Además no tendrían problemas para localizar su blanco en plena noche, ya que se trataba de una parcela de terreno baldío iluminada por cuatro luces eléctricas en sus esquinas...
Desafortunadamente, la ruta del escuadrón pasaba muy cerca de Boise. El navegante del grupo, joven y algo inexperto, tuvo una terrible confusión. Conlen distaba todavía sesenta kilómetros, pero al ver la plaza de Boise perfectamente iluminada, creyó haber llegado ya al objetivo, y dio luz verde al primer avión para que iniciara el bombardeo.
La primera bomba cayó sobre un garaje propiedad de un tal F. F. Bourk, a escasos metros de un edificio donde dormían ocho personas, entre adultos y niños, agujereando el tejado y dejando un cráter en el suelo. La segunda bomba estalló en las inmediaciones de la iglesia baptista, abriendo un gran agujero de más de un metro de profundidad en el jardín y destrozando sus ventanas. La tercera cayó en una acera, a pocos metros de un camión cargado de combustible que salía de la ciudad. La cuarta, en las inmediaciones de McGowan's, una casa de huéspedes, y bastante cerca de otro camión de combustible que estaba aparcado. La quinta, en un pequeño patio. Y la sexta, ya lejos del centro, cerca de las vías del tren. Por suerte, se trataba de bombas de entrenamiento de 100 libras, cargadas con dos kilos de dinamita y cuarenta y cinco de arena, y los daños fueron escasos. Pudo haber sido peor, ya que entre los camiones aparcados en el café había uno cargado con municiones, que de haber sido alcanzado podía haber causado grandes destrozos, pero su conductor lo sacó de la ciudad en cuanto empezaron a caer las bombas. Afortunadamente, el bombardeo provocó sólo daños materiales y no personales.
Las explosiones provocaron el pánico entre los habitantes de Boise. Muchos de ellos trataron de huir a toda prisa de la ciudad o ponerse a salvo. En medio del caos, algunos conservaron la sangre fría para actuar con sensatez. Así, Frank Garrett, empleado de la compañía eléctrica, cortó el suministro dejando a la ciudad totalmente a oscuras, dejando al bombardero sin referencias. Y John Adkins, el oficial de defensa aérea de la ciudad, telefoneó inmediatamente al FBI de Oklahoma City, y envió un telegrama con el mensaje "Boise City bombardeada a la 1 a.m. Impactos en un garaje y en la iglesia baptista". Además, un par de soldados destinados en Dalhart que estaban en Boise disfrutando de un permiso telefonearon a la base que, sospechando enseguida lo ocurrido, avisó por radio a los B-17. Inmediatamente, los aviones se retiraron. Todo el ataque había durado apenas 30 minutos.
Al día siguiente, se presentaron en Boise el comandante C. E. Lawrence, oficial al mando de la base de Dalhart, junto a cinco de sus oficiales y un agente del FBI. Presentaron sus disculpas a los habitantes de Boise, explicando que el bombardeo no había sido adrede sino fruto de una lamentable equivocación, además de hacer un examen de los daños causados (la valoración oficial de los destrozos fué de aproximadamente 25 $).
Lo cierto es que los vecinos enseguida se repusieron del susto y el bombardeo acabó siendo parte del folclore local. El incidente salió en las portadas e hizo a Boise City famosa en todo el país. El periódico local solicitó, medio en broma medio en serio, reflectores y artillería antiaérea para la ciudad. Incluso alguien definió más tarde aquel bombardeo como "los treinta minutos más emocionantes de la historia de Boise". Hoy en día, los lugares donde impactaron los proyectiles están señalados por placas y monumentos conmemorativos, y son uno de los principales atractivos turísticos del lugar.
Los miembros de aquella tripulación que bombardeó la pequeña ciudad de Oklahoma se distinguirían más tarde durante la guerra en varios ataques aéreos sobre suelo alemán, y acabarían siendo una de las tripulaciones más condecorados de la contienda. Uno de ellos, incluso, acabó casándose con una joven natural de Boise. Al cumplirse 50 años del suceso, Boise City celebró un homenaje para conmemorar el bombardeo, al que invitó a la tripulación del B-17. Todos rechazaron amablemente la invitación.
Y un último toque humorístico: después del incidente, alguien colocó un cartel en el tablón de anuncios de la base de Dalhart con el siguiente mensaje: Remember the Alamo, remember Pearl Harbor, and for God's sake remember Boise City! (Recordad El Álamo, recordad Pearl Harbor, y por el amor de Dios... ¡recordad Boise City!).

                     Un B-17 Flying Fortress, como el que bombardeó Boise City

                                           Monumento en recuerdo del bombardeo