Verba volant, scripta manent

viernes, 21 de febrero de 2014

La revuelta de los bagaudas


Hacia finales del siglo III d. C. el Imperio Romano languidecía y se encaminaba lentamente hacia su decadencia. Tras la muerte del emperador Alejandro Severo (235 d. C.) se sucede un período de crisis militar, política, económica y social que hace tambalearse la estabilidad del Imperio. Las guerras continuas contra los pueblos de allende sus fronteras (godos, vándalos, persas) y las luchas internas por el poder (en un lapso de cincuenta años se sucedieron hasta quince emperadores, la mayor parte de los cuales acabó asesinado o caído en combate), provocaron una profunda herida en el seno mismo del Imperio. La elevada necesidad de dinero para pagar los gastos de los múltiples conflictos llevó a la devaluación de la moneda, lo que perjudicó el comercio y llevó al desabastecimiento y el hambre, sobre todo en poblaciones aisladas que dependían del comercio para abastecerse. Docenas de ciudades quedaron despobladas y sus habitantes emigraron masivamente hacia el campo, donde podían hallar alimento. Los grandes terratenientes rurales pasaron entonces a ostentar una gran autoridad, dado que el gobierno de Roma ya no tenía soldados para mantener el orden y hacer cumplir las leyes en todas las regiones y ellos eran los únicos capaces de mantener pequeños ejércitos privados que ocupasen el vacío dejado por la autoridad imperial. Una situación que acabaría desembocando en la Edad Media en el feudalismo.
Es en este contexto donde surgen los llamados bagaudas. Las condiciones de vida en el campo tampoco eran las mas deseables para los campesinos. Los que eran dueños de las tierras que cultivaban a menudo se veían obligados a venderlas para subsistir y para pagar los onerosos impuestos imperiales. Y tampoco estaban mejor los que cultivaban las grandes posesiones de los terratenientes, ya fuesen esclavos o colonus (hombres libres, pero obligados a trabajar para un propietario). El hambre, la miseria, las enormes cargas fiscales, las injusticias que tenían que soportar llevó a algunos de estos campesinos desposeídos y colonos (junto a esclavos huidos, bandidos y desertores) a organizarse y a sublevarse contra los terratenientes y las autoridades formando bandas armadas que saqueaban y destruían granjas y grandes latifundios, combatiendo a sus propietarios (ya fueran terratenientes, prelados o monasterios). Enfrentados a la oligarquía política y económica que los gobernaba, buscaban acabar con los abusos y liberarse de la autoridad imperial.
A estos rebeldes se les llamó "bagaudas" (derivado del celta bagad, tropa) y la primera vez que se les menciona es es el 285 d. C., al año siguiente de llegar al poder Diocleciano, el emperador que contuvo (temporalmente) la decadencia romana. Un ejército de campesinos de la provincia de la Galia Lugdunense se levantaron dirigidos por dos caudillos llamados Aeliano y Amando. La revuelta fue especialmente cruenta en la región comprendida entre los cauces del Sena y el Loira, sobre todo en la región de Armórica (Bretaña). Debió ser una revuelta muy seria, ya que el emperador envió a su César (y futuro emperador de Occidente) el general Maximiano a sofocarla. Durante esta campaña surge la historia legendaria de la "legión tebana", una legión procedente de Oriente que se negó a combatir contra cristianos y que fue por ello masacrada por los propios romanos (lo que les valió ser declarados "mártires" y a su líder, un general tebano llamado Mauricio, la santificación como San Mauricio); aunque posiblemente sea una invención, ya que la única fuente es varios siglos posterior y ningún autor de la época hace referencia a ella. Sea como fuere, las tropas romanas aplastaron a los sublevados y Aeliano y Amando fueron ejecutados.
Sin embargo, la represión no bastó para borrar completamente el rastro de los bagaudas, especialmente en regiones periféricas y poco romanizadas, como la Armórica. Las condiciones que los habían originado no hicieron sino empeorar y la rebelión resurgió a principios del siglo V, de nuevo propiciada por la inestabilidad política y las invasiones bárbaras. A un primer levantamiento en la región alpina le sucedió una nueva revuelta en Armórica en el 409, duramente reprimida por un ejército enviado por el emperador de Occidente, Honorio, y mandado por un general llamado Exuperancio, en 417. Pero la situación estaba lejos de calmarse y no tardaron en producirse nuevos levantamientos. En 435, un nuevo ejército campesino se movilizó en la Galia, dirigido por un caudillo llamado Tibatón, derrotado en 437. Y dos nuevas rebeliones con el mismo resultado se produjeron en 445 y 448.
Pero para entonces el movimiento bagauda había dejado de ser exclusivo de las Galias y se había extendido a Hispania, donde los sublevados pronto obtuvieron ayuda de vascones y astures, apenas romanizados. Las primeras noticias de revueltas en Hispania datan del 441, cuando el magister militum Asturio es enviado para sofocar el levantamiento. Pese a que los bagaudas sufrieron derrotas en 441 y 443, la revuelta no fue sofocada de inmediato, ya que en 449, los bagaudas, bajo el mando de un caudillo llamado Basilio y aliados con el rey suevo Requiario, saquearon la provincia Tarraconense (con especial incidencia en la región entre los Pirineos y el Ebro), tomando Zaragoza, saqueando Lérida y matando a León, obispo de Tarazona. Su estilo de lucha, agrupados en pequeñas bandas que recurrían a la guerra de guerrillas y eludiendo el combate en campo abierto, resultaba sumamente incómodo para las tropas romanas. No fue hasta 454 en que un ejército visigodo, a las órdenes de Frederico, hermano de Teodorico II, rey de los visigodos y aliado de Roma, aplastó definitivamente al ejército bagauda, aunque quedaron reductos en otras provincias (en torno a 456 están documentadas actividades de los bagaudas en las cercanías de Brácara Augusta, capital de la Gallaecia).
Paralelamente, en el norte de África surgió un movimiento parecido, el de los circunceliones, campesinos y temporeros que atacaban y saqueaban granjas, iglesias y sedes de las autoridades romanas. Este movimiento fue especialmente activo durante el siglo IV y tuvo además un componente religioso, ya que la mayoría de sus miembros eran donatistas (seguidores de Donato, obispo de Cartago, que tenía una visión extremadamente rigurosa del cristianismo) y a menudo actuaban siguiendo las órdenes del obispo contra religiosos opuestos a sus ideas. Tras el destierro y muerte de Donato, el movimiento fue radicalizándose y perdiendo seguidores, quedando reducido en la práctica a una banda de maleantes a las órdenes de los herederos de Donato, hasta que en 412 Honorio proscribió el donatismo.
Y así terminó aquella revuelta campesina contra los abusos de los poderosos. Aunque hasta el siglo VIII hubo pequeños levantamientos populares cuyas motivaciones no distaban mucho de las de los bagaudas.

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