Verba volant, scripta manent

miércoles, 27 de mayo de 2015

Pequeñas historias

En 1912, el káiser Guillermo realizó una visita oficial a Suiza, donde asistió a un serie de maniobras y ejercicios militares. Por aquel entonces, Suiza tenía un ejército relativamente pequeño, aunque si poseía una milicia numerosa formada por civiles voluntarios. Cuentan que el káiser preguntó a uno de los suizos: "Ustedes son sólo 250000. ¿Qué harían si un ejército de medio millón de alemanes invadiese su país?" A lo que el suizo, sencillamente, respondió: "Disparar dos veces e irnos a casa".
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Tras el estreno en 1985 de la película Rocky IV, en la que el boxeador de origen italiano se enfrentaba a un púgil soviético, empezó a circular una broma que decía que a Rocky ya no le quedaban oponentes en la Tierra y que para la siguiente entrega de la saga tendría que pelearse con un alienígena. Dos guionistas, los hermanos Jim y John Thompson, se tomaron en serio la broma y escribieron un guión basado en ella. Un guión que, tras algunos cambios, acabó convertido en una de las películas de acción más famosas de la década de los ochenta: Depredador.
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Años atrás, durante una visita al Reino Unido, el rey de Arabia Saudí fue invitado al palacio escocés de Balmoral, residencia veraniega de los reyes de Inglaterra. La reina Isabel II insistió en mostrarle personalmente la finca que rodea el castillo (más de 20000 hectáreas), conduciendo ella misma un todoterreno Land Rover. El rey no estaba acostumbrado a ser conducido por una mujer (las mujeres tienen prohibido conducir en Arabia), y su incomodidad se fue transformando en un claro nerviosismo al ver cómo la reina (que durante la guerra había conducido vehículos militares) recorría las estrechas y sinuosas carreteras rurales escocesas a gran velocidad y sin dejar de hablar con él. Finalmente, el rey, a través de su intérprete, acabó rogándole a la reina que moderase su velocidad y prestase más atención a la carretera.
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En 1976, un estudiante de la universidad de Princeton llamado John Aristotle Phillips, cuyas notas dejaban bastante que desear, entregó como trabajo de clase un diseño perfectamente viable de una bomba nuclear, utilizando información disponible en libros y publicaciones científicas accesibles a cualquiera. Obtuvo un sobresaliente, pero el FBI confiscó su trabajo y una maqueta que había construido en su habitación. Meses más tarde, un funcionario pakistaní se puso en contacto con él para tratar de comprarle su diseño. Gracias al incidente, Phillips se convirtió en una celebridad: publicó un  libro, apareció asiduamente en televisión y acabó convirtiéndose en empresario especializado en campañas políticas.
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El 30 de septiembre de 1956 un joven de 26 años llamado Thomas Fitzpatrick, en estado de embriaguez, robó una avioneta de una escuela de pilotaje de Nueva Jersey y aterrizó con ella en la St. Nicholas Avenue de Manhattan, justo enfrente del bar en el que había estado bebiendo, tras recorrer más de treinta kilómetros sin luces y sin utilizar la radio. Todo ello, al parecer, como consecuencia de una apuesta. Dos años más tarde, el 4 de octubre de 1958, Fitzpatrick estaba en otro bar, de nuevo borracho, contando su historia. Uno de los clientes no creyó que fuese cierto, así que Fitzpatrick, ni corto ni perezoso, hizo exactamente lo mismo, tomando tierra en el cruce de la avenida Amsterdam con la calle 187, no muy lejos de donde había aterrizado la anterior ocasión.
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Durante la misión espacial Mercury-Atlas 9 (15 de marzo de 1963) la nave Faith 7 sufrió un cortocircuito que dejó inoperativos los sistemas de guiado automático y estabilización. Como el control de la nave estaba diseñado para funcionar de manera automática, para la reentrada en la atmósfera terrestre el tripulante de la Faith 7, Gordon Cooper, tuvo que calcular él mismo la trayectoria, empleando sus conocimientos astronómicos de la posición de las estrellas, calculando a ojo el ángulo de reentrada, realizando a mano los cálculos matemáticos necesarios y coordinando todo el proceso con la única ayuda de su reloj de pulsera.
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En 2011, un grupo de arqueólogos de la Universidad Estatal de Texas halló en las costas de Panamá los restos del Satisfaction, buque insignia del capitán Morgan, célebre pirata galés del siglo XVII. La expedición estuvo a punto de suspenderse por falta de fondos, pero finalmente pudo llevarse a cabo gracias al patrocinio de la célebre marca de ron "Capitán Morgan".
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Sir Adrian Carton de Wiart (1880-1963) fue un soldado del ejército británico de origen belga que alcanzó el grado de teniente general y participó en la Segunda Guerra Boer (1899-1902) y en la Primera y Segunda Guerras Mundiales. A lo largo de su carrera militar fue herido de bala en once ocasiones, en el estómago, la ingle, la cara, la cabeza, una oreja, un ojo, una pierna, la cadera y un tobillo. Perdió el ojo izquierdo, parte de la oreja izquierda y la mayor parte de la mano izquierda; de hecho, se arrancó a mordiscos varios dedos gangrenados de esa mano ya que el médico no se atrevía a amputárselos. Además, sobrevivió a dos accidentes aéreos y durante la Segunda Guerra Mundial, ya sexagenario, huyó de una prisión italiana cavando un túnel. Hablando de sus experiencias en el ejército, diría "Francamente, he disfrutado en la guerra".

jueves, 21 de mayo de 2015

El pirata Benito Soto

Benito Soto Aboal (1805-1830)

Nacido en el barrio pontevedrés de A Moureira en 1805, en el seno de una familia marinera, la vida de Benito Soto estuvo siempre vinculada al mar. Se hizo a la mar por primera vez muy joven y, cuando alcanzó la mayoría de edad y fue reclamado por la llamada Matrícula de Mar para servir en la Armada real, prefirió escabullirse y buscó acomodo al otro lado del Atlántico, en la marina mercante.
Excelente marino, ambicioso, con un fuerte carácter, no tardó en convertirse en segundo contramaestre del Defensor de Pedro, un bergantín brasileño de siete cañones dedicado al tráfico de esclavos entre la costa occidental africana y Brasil, mandado por el capitán Pedro Mariz de Sousa Sarmento, con una tripulación de portugueses, españoles y franceses. Pero las relaciones con su capitán eran bastante tensas y así, a finales de 1827 o principios de 1828, Soto encabezó un motín que se hizo con el control del buque y se deshizo del capitán y de los marineros que no aceptaron ponerse a sus órdenes (unas fuentes dicen que los abandonó en un bote frente a las costas de Ghana y otras, que directamente los hizo asesinar). El hecho es que Soto, dueño del barco, resolvió dedicarse al mucho más lucrativo negocio de la piratería. Renombró al navío como Burla Negra, enarboló la bandera pirata y se dedicó a asaltar a buques mercantes por todo el Atlántico, especialmente en las inmediaciones del Caribe y el Atlántico Sur. Su segundo al mando era el francés Víctor Saint-Cyr (pariente lejano del general francés Claude Carra Saint-Cyr), que se hacía llamar Víctor Barbazán, y el patrón de presa, el brasileño José dos Santos.
Una de sus primeras víctimas, de las más conocidas y que más contribuyó a extender su fama de pirata sanguinario y sin piedad, fue el mercante británico Morning Star, en ruta de Ceilán a Inglaterra, abordado el 19 de febrero de 1828 cerca del archipiélago de Ascensión. Tras saquear su valiosa carga, Soto ordenó a sus hombres asesinar a los tripulantes británicos que no habían muerto durante el asalto; pero ellos, tras violar a las mujeres que iban a bordo, no se atrevieron a ir más allá y se limitaron a encerrar a los supervivientes bajo cubierta, dejándolos abandonados en un barco averiado y con varias vías de agua como consecuencia de la lucha, esperando que se hundiese. Soto tardó un día en descubrir que sus órdenes no habían sido cumplidas y, enfurecido, ordenó dar media vuelta y volver para rematar el trabajo; pero por más que buscaron, no hallaron rastro del Morning Star, y concluyeron que se había hundido. En realidad, sus tripulantes habían logrado escapar del encierro y mantener el barco a flote el tiempo suficiente para ser rescatados por otro mercante inglés que los avistó. A partir de ese momento, Soto dejó claro a sus hombres que no había que dejar atrás testigo alguno que pudiera incriminarles.
No hay una lista definitiva y fiable de todos los buques capturados y hundidos por Soto, pero se le atribuyen entre otros los apresamientos del mercante norteamericano Topaz (del que sólo se salvó uno de sus 25 tripulantes), el inglés Sunbury, los portugueses Melinda y Cessnock, el también británico New Prospect...
Después de tanta escabechina, tras acumular un buen botín y habiendo asesinado a unos cuantos de sus hombres, a los que veía poco fiables o demasiado respondones, Benito Soto consideró que era el momento adecuado para convertir en dinero contante y sonante las mercancías que habían saqueado a sus presas. Y, buscando aguas conocidas donde se sintiera seguro, se dirigió a las costas gallegas, fondeando en la ría de Pontevedra y comenzando la venta de las mercancías que portaba, con la ayuda de su tío, José Aboal. Pero la presencia del bergantín llamaba la atención y las autoridades comenzaron a hacer preguntas, así que Soto levó anclas y se dirigió al puerto de A Coruña. Allí, con documentación falsa y uno de los tripulantes haciéndose pasar por el capitán, vendió lo que le quedaba, antes de dirigirse al sur de la Península, pensando en vender el barco y retirarse a algún lugar tranquilo y acogedor a disfrutar del dinero conseguido. Pero el destino les jugó una mala pasada: frente a las costas gaditanas, confundieron el faro de la Isla de León con el de Tarifa, y el Burla Negra encalló en una playa cercana a Cádiz. Soto y sus hombres se quedaron en la ciudad, para ver si era posible reflotar el navío, pero la gran cantidad de dinero que manejaban y las "hazañas" de las que presumían en tabernas y burdeles acabaron por llamar la atención de las autoridades, que apresaron a diez de ellos (acabarían como suelen acabar los piratas, ahorcados y hechos cuartos) mientras que el resto huyó como pudo. El capitán Soto pasó a Gibraltar, creyéndose a salvo; pero la suerte que había tenido hasta entonces le dio la espalda, y en la colonia británica fue reconocido por uno de los supervivientes del Morning Star. Apresado de inmediato, fue juzgado, acusado de piratería (en el juicio se le acusó de la captura de diez barcos y del asesinato de 75 personas, aunque sólo reconoció haber matado en persona a dos) y condenado a muerte.
Benito Soto fue ahorcado en Gibraltar el 25 de enero de 1830. Hasta el último momento se mostró tranquilo y resignado a su suerte Incluso mientras el verdugo, que había calculado mal la longitud de la cuerda, hacía los ajustes precisos, Soto esperaba tranquilamente apoyado en su propio ataúd. Se despidió de los presentes con un Adeus todos antes de que el verdugo cumpliera su función. Su cabeza cortada fue clavada en una pica, como advertencia a otros a los que tentara la vida de pirata.
En 1904, unos trabajadores de una almadraba que cavaban una zanja para enterrar despojos de pescado encontraron en la playa gaditana donde había encallado el Burla Negra varias monedas de oro acuñadas en México en el siglo XVIII. La noticia corrió como la pólvora por la ciudad y gentes de todas las edades se acercaron a la playa atraídas por el hallazgo. Cuentan que se hallaron muchas más monedas (se habla de 1500), aunque no hay una certeza absoluta de que procedieran del barco del pirata Soto.
Benito Soto fue uno de los últimos piratas del Atlántico, y la fama que alcanzó en su época fue tal, que muchos lo señalan como una de las fuentes de inspiración de José de Espronceda a la hora de componer el más famoso de sus poemas, la Canción del pirata.

jueves, 14 de mayo de 2015

Jeanne de Clisson, la tigresa bretona


Jeanne de Belleville nació en 1300 y era hija de Maurice IV de Montaigu, señor de Belleville, un poderoso noble de la región francesa de Poitou. Como era costumbre en la época, la casaron muy pronto, en 1312, con el joven Geoffrey VIII de Châteaubriand, un noble bretón con el que tendría dos hijos, Louise y Geoffrey, antes de enviudar en 1326. Volvió a casarse en 1330 con otro noble bretón, Olivier IV de Clisson, reputado soldado y viudo como ella. Tendrían cinco hijos: Maurice, Guillaume, Olivier, Isabeau y Jeanne.
Por aquel entonces, el ducado de Bretaña, aunque tutelado por Francia, mantenía fluidas relaciones con Inglaterra, ya que los duques de Bretaña lo eran también de Richmond. La muerte de Juan III de Bretaña en 1341, sin herederos, desembocó en una disputa sucesoria. Juan III había nombrado heredera a su sobrina Jeanne de Penthièvre, casada con Carlos de Blois, sobrino del rey de Francia, Felipe VI. Pero en 1340 Juan se reconcilió con su hermanastro Juan de Montfort, redactando un nuevo testamento en el que lo designaba heredero. En su lecho de muerte, Juan III no quiso refrendar ninguno de los dos testamentos, con lo que tras su fallecimiento, tanto Montfort como Blois se consideraron legítimos herederos al trono. Juan de Montfort fue más rápido y se hizo con el control de las principales ciudades del ducado, a la vez que buscaba la ayuda de Eduardo III de Inglaterra, enfrentado con los franceses en la Guerra de los Cien Años. A su vez, Felipe VI entró en la disputa apoyando a su sobrino.
Olivier de Clisson se posicionó de inmediato a favor de Blois, quien había logrado recuperar varias ciudades ocupadas por los partidarios de Montfort, a quien logró capturar y encarcelar. Pero en noviembre de 1342 Eduardo III desembarcó en Bretaña al frente de un poderoso ejército que tomaría poco después la ciudad de Vannes. Olivier de Clisson, oficial al mando de la defensa de Vannes, cayó prisionero, pero sería poco después liberado a cambio de la libertad del conde de Stafford, prisionero de los franceses. Sin embargo, a los franceses les resultó sospechosa esta rápida liberación y Carlos de Blois acabó por convencerse de que Clisson era un traidor que había entregado Vannes a los ingleses.
En enero de 1343 ambos ejércitos acordaron una tregua, que habría de durar hasta 1346. Aprovechando el cese de las hostilidades, Olivier de Clisson y otros quince destacados nobles bretones fueron convocados por Felipe VI a un torneo en París. De Clisson acudió sin sospechar nada, pero se trataba de una trampa: fue arrestado y encarcelado, acusado de felonía, juzgado, declarado culpable y finalmente, decapitado en Les Halles el 2 de agosto de 1343. Su ejecución causó conmoción entre la nobleza francesa y bretona, ya que no sólo no había pruebas sólidas contra él, sino que además tras la ejecución su cadáver sufrió el trato que se reservaba para los criminales de baja estofa y que muy rara vez se aplicaba a los nobles: su cuerpo quedó colgado en el patíbulo, expuesto a los elementos, y su cabeza, clavada en una pica, fue colocada a la entrada de Nantes, a modo de advertencia. Además, el feudo que poseía en Blain quedó confiscado.

Ejecución de Olivier de Clisson (Loyset Liédet)
Jeanne, furiosa ante aquella traición, viajó desde Clisson hasta Nantes con sus hijos mayores, Guillaume y Olivier (Maurice había muerto a muy temprana edad), y allí, ante la cabeza cortada de su marido, juró tomar venganza contra el rey y contra Carlos de Blois y hacerles pagar semejante afrenta. De vuelta a su castillo, vendió la mayor parte de las posesiones de su marido y reunió a un grupo de unos 400 hombres leales, al frente de los cuales empezó a atacar al ejército francés en Bretaña y a los partidarios de Carlos de Blois, conduciéndose con especial violencia. Finalmente, la presión de los franceses (que en diciembre de 1343 la condenaron al destierro y a la confiscación de sus bienes) forzó a Jeanne a huir de Bretaña hacia Inglaterra, en una penosa travesía durante la cual murió su hijo Guillaume.
Acogido su hijo Olivier en la corte de Eduardo III, Jeanne no tardó mucho en volver a la acción. Con la ayuda del rey inglés y de simpatizantes bretones fletó tres barcos corsarios, los pintó de negro, les colocó velas rojas y se dedicó a recorrer el Canal de la Mancha, capturando y hundiendo cuanto barco francés se cruzaba en su camino, con una inusitada ferocidad que le valió el apodo de "la tigresa bretona". Las tripulaciones de los barcos capturados eran pasadas a cuchillo, salvo uno o dos que eran dejados con vida para que llevaran a Francia las noticias de lo ocurrido. La sed de venganza de Jeanne era tal, que se cuenta que ella en persona se encargaba de decapitar con un hacha a los nobles franceses que tenían la desgracia de caer en sus garras. Durante trece años, los barcos de Jeanne sembraron el terror entre los marinos franceses, y también en las poblaciones de la costa de Francia, que eran atacadas y saqueadas de cuando en cuando por los hombres de la bretona. También apoyó a las tropas inglesas que combatían en Bretaña; en 1346 sus barcos transportaron suministros para las tropas inglesas durante la batalla de Crecy. Su actividad no se detuvo ni siquiera tras la muerte de Felipe VI, en 1350.
Finalmente, en 1356 Jeanne perdió sus barcos a causa de una tempestad. Ese año se casó por tercera vez, con sir Walter Bentley, uno de los generales más apreciados de Eduardo III, dueño de amplias posesiones en Bretaña. A una de estas, el castillo de Hennebont, se retiró Jeanne hasta su muerte, en 1359.
Ese mismo año de 1359 el rey Eduardo III desembarcó en Bretaña con su ejército, acompañando a Juan V de Montfort (hijo del pretendiente original, que había muerto en cautiverio en 1345). Con ellos iba Olivier V de Clisson, el hijo de Jeanne, convertido en un brillante caballero al servicio del rey inglés. En 1360 se firmó el tratado de Brétigny: el rey francés, Juan II, que había sido hecho prisionero en 1356 en la batalla de Poitiers, recuperaba su libertad, a costa de pagar un elevadísimo rescate y ceder amplios territorios a Eduardo III, quien a su vez renunciaba a sus aspiraciones al trono francés. Como parte de aquel tratado, el rey francés rehabilitaba completamente a Olivier IV de Clisson, y al año siguiente su hijo conseguía la devolución de las propiedades incautadas a su padre.

Olivier V de Clisson (1336-1407)
La Guerra de Sucesión bretona continuaría hasta 1364, año en el que Carlos de Blois murió en la batalla de Auray, sin dejar herederos, por lo que se extinguía su reclamación dinástica. El joven Juan de Montfort se convertía en el duque Juan V de Bretaña. En esa batalla también participó Olivier V de Clisson, que perdió un ojo y se ganó el apodo de "el Carnicero" tras ordenar a sus soldados que no tomasen prisioneros.

viernes, 8 de mayo de 2015

El Toisón de Oro

Collar de la Orden del Toisón de Oro

Allá por finales del siglo XIV y principios del XV, el ducado de Borgoña trataba de mantener un complicado equilibrio diplomático entre Francia e Inglaterra, potencias ambas enfrentadas en la Guerra de los Cien Años. Aunque teóricamente el ducado era vasallo de Francia, y de hecho desde 1361, tras la muerte sin herederos del duque Felipe I de Rouvres, el gobierno estaba en manos de la casa de Valois, la misma que reinaba en Francia. No obstante, tras la gran victoria de los ingleses en Agincourt (1415), el duque Juan I Sin Miedo consideró prudente mejorar sus relaciones con el rey inglés, Enrique V.
A raiz de estos contactos, el rey inglés invitó en 1422 a Felipe III el Bueno, hijo y heredero de Juan, a integrarse en la Orden de la Jarretera, la orden de caballería más antigua de Europa, lo que puso a Felipe en un dilema: aceptar tal distinción suponía jurar fidelidad a Enrique, algo que a Felipe no convencía; y tampoco quería molestar a su pariente, el rey de Francia Carlos VII de Valois. Pero tampoco quería desairar a Enrique con una negativa directa. Así que, elegantemente, rehusó el ofrecimiento, excusándose en que tenía la intención de crear su propia orden de caballería, dedicada a la defensa del cristianismo, la lucha contra los otomanos y la recuperación de Jerusalen. Un proyecto que ya había acariciado su abuelo, Felipe II el Atrevido, y que tomaría el relevo de otra orden ya existente en Borgoña, la de la Pasión.
La Orden no sería creada, sin embargo,hasta años más tarde, con motivo de la celebración del matrimonio de Felipe con la princesa Isabel de Portugal, que tuvo lugar en Brujas el 10 de enero de 1430. Los estatutos de la orden fijaban en 31 el número máximo de caballeros (aunque en un principio sólo 24 fueron nombrados), todos ellos nobles, y ninguno, salvo el Gran Maestre de la orden, podía pertenecer a otra orden de caballería. Todos debían jurar lealtad al duque, y la pertenencia a la orden era vitalicia, si bien podían ser expulsados si eran hallados culpables de delitos graves como herejía, traición, felonía o cobardía.

Retrato de Felipe III el Bueno (1396-1467) luciendo el collar de la Orden, obra de Rogier van der Weyden
El símbolo de la orden es un collar de oro, formado por eslabones en forma de B, unidos por pedernales de los que parten llamas y con un toisón o vellocino dorado colgado de su parte anterior. Se eligió el vellocino como símbolo por varios motivos: en homenaje a Brujas (ciudad con una poderosa industria lanar) pero también por ser símbolo de Jerusalén, y como referencia a la leyenda griega de Jasón y el vellocino de oro. Como patrón de la orden, se eligió a san Andrés, asimismo patrón de Borgoña. Cada cierto tiempo, los miembros de la orden se reunían en un capítulo que duraba cuatro días, en el que revisaban el comportamiento de sus miembros, para asegurarse de que hubiesen sido dignos de pertenecer a la orden, y asistían a diversas ceremonias y actos religiosos. El primero de estos encuentros tuvo lugar el 22 de noviembre de 1431 en la ciudad de Lille, y en él se promulgaron los estatutos de la Orden del Toisón.
El cargo de Gran Maestre de la Orden quedó vinculado al de Duque de Borgoña, y como tal, pasó de Felipe a su hijo, Carlos I el Temerario. Cuando éste murió, en 1477, sin descendencia masculina, el rey de Francia Luis XI se anexionó Borgoña. Sin embargo, María, hija de Carlos, se negó a aceptar la anexión y conservó el título de duquesa de Borgoña, reivindicando sus derechos dinásticos, y se casó con el archiduque de Austria, Maximiliano (futuro emperador Maximiliano I). El ducado (y con él el maestrazgo de la Orden) pasó luego al hijo de Margarita, Felipe el Hermoso, quien a su vez se casaría con Juana, hija de los Reyes Católicos, y acabaría siendo brevemente rey de Castilla. Y a su muerte, el título pasó a su hijo mayor, Carlos, futuro Carlos I, vinculando de este modo el liderazgo de la Orden del Toisón a la corona española.
Carlos I dio nuevos bríos a la Orden. Consiguió una bula del papa León X para elevar el número de miembros a 51 y celebró el 19º capítulo de los miembros de la Orden, que tuvo lugar en 1519, en la catedral de Barcelona. Su hijo, Felipe II, en cambio, puso fin a aquellas reuniones, demasiado engorrosas: por aquel entonces, los miembros de la Orden provenían de toda Europa y debían recorrer cientos o miles de kilómetros para acudir a los encuentros. La última de aquellas asambleas se celebró en la ciudad de Gante, en 1559.

Archiduque Carlos Franz Joseph Wenzel Balthasar Johann Anton Ignaz de Austria (1685-1740), emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico y rey de Hungría y de Bohemia
A la muerte en 1700 de Carlos II, el último rey de la Casa de Austria, estalló la Guerra de Sucesión entre los dos aspirantes al trono: el francés Felipe de Anjou y el archiduque Carlos de Austria. Ambos se atribuyeron el título de rey de España, con todos los honores y dignidades que llevaba aparejadas; entre ellas, la de Gran Maestre de la Orden del Toisón. Felipe comenzó a nombrar nuevos miembros ya en 1701, mientras que Carlos no lo hizo hasta 1712, apenas un año antes del final de la guerra. Los tratados posteriores no acabaron de clarificar la situación, lo que provocó el nacimiento de una rama austríaca de la Orden, independiente de la española. Una rama que, además, se quedó con el tesoro y el archivo histórico de la orden original: estaban guardados en Bruselas, que pasó, junto al resto de los Países Bajos españoles, a manos de los Habsburgo merced al Tratado de Utrecht. En 1797 el tesoro fue trasladado a Viena, donde se custodia en el Kunsthistorisches Museum. Esta rama se ha mantenido hasta hoy, con una breve interrupción entre 1922, año de la muerte del ex-emperador austrohúngaro Carlos I, y 1957, en que el gobierno austriaco reconoció la entidad jurídica de la Orden y a Otto de Habsburgo-Lorena, hijo de Carlos y jefe de la casa de Habsburgo, como Gran Maestre. Hoy en día, esta rama austriaca, bajo el liderazgo del hijo de Otto, Carlos de Habsburgo-Lorena, mantiene una cordial relación con la rama española, hasta el punto de que hay personalidades como el rey de Bélgica, Alberto II, o el gran duque Enrique de Luxemburgo, que son miembros de ambas órdenes.

José I Bonaparte (1768-1844)
Cuando en 1808, tras las abdicaciones de Bayona, Napoleón nombró rey de España a su hermano José, éste también se proclamó Gran Maestre de la Orden, y concedió varias distinciones. De hecho, al parecer, Napoleón proyectaba unir las ramas española y austriaca de la Orden junto a una tercera, creada por él representando a Francia, el llamado "Toisón josefino", para crear así una nueva Orden que se llamaría Orden de los Tres Toisones de Oro. No obstante, tal proyecto nunca llegó a cristalizar. En 1812, la Regencia concedió el Toisón al Duque de Wellinton, que se convirtió así en el primer protestante en recibir la distinción. Tras el regreso al trono de Fernando VII, éste anuló todos los nombramientos de José I; aunque, curiosamente, no los del propio José y sus hermanos Napoleón y Luis, ya que éstos habían sido hechos miembros de la Orden por Carlos IV en 1805.
Alfonso XIII mantuvo el maestrazgo de la Orden tras su abdicación en 1931 (curiosamente, su último acto como rey fue una entrega de medallas de la Orden) y a su muerte pasó a don Juan de Borbón. Siguiendo la costumbre de que sea el rey quien ostente el cargo, Juan Carlos I asumió el maestrazgo en 1977, al acceder al trono, y en 2014 fue Felipe VI quien a su vez ocupó el liderazgo de la Orden.
Hoy en día poseen el título de miembros de esta orden diecinueve personas (aunque los estatutos permiten hasta sesenta nombramientos), entre ellos los reyes de Suecia, Reino Unido, Dinamarca, Bélgica, Noruega y Tailandia, además del emperador de Japón y el gran duque de Luxemburgo. También son miembros el ex-rey de Grecia Constantino II, la ex-reina Beatriz de Holanda, Simeón de Bulgaria y el ex-presidente francés Nicolás Sarkozy.

Felipe VI es el actual Gran Maestro de la Orden del Toisón de Oro
Un detalle peculiar de esta orden es que los collares que distinguen a los miembros son propiedad de la Orden y no de los caballeros que lo lucen: a su muerte, el collar debe ser devuelto por su familia, aunque a ésta se le concede una pequeña insignia como recordatorio de la pertenencia del difunto a la Orden. Aunque no todos los collares han vuelto; el entregado al emperador Akihito fue robado durante una escala del avión que lo llevaba en Moscú, en el año 1994, y nunca fue recuperado.

sábado, 2 de mayo de 2015

Las vírgenes juradas

Fatime Xhedia, una de las últimas burrnesh

En las regiones más remotas de las montañas albanesas pervive hoy en día una insólita tradición que se remonta a hace mas de trescientos años y que no tiene parangón con ninguna otra de Europa. Mujeres que renuncian a su condición femenina para ser a partir de ese momento consideradas como hombres por el resto de su sociedad. Son las vírgenes juradas o burrnesh.
La tradición de las burrnesh (término derivado de la palabra albanesa burré, que significa "hombre") tiene su origen en el Kanun, el conjunto de las leyes tradicionales albanesas, atribuido al príncipe albano del siglo XV Lekë Dukagjini. Una joven se presenta ante una asamblea de los hombres más respetables de su aldea, y ante ellos jura mantener su castidad de por vida. A continuación, uno de los hombres le corta el pelo. A partir de ese momento, a los ojos de los demás, esa mujer ya es un hombre a todos los efectos, y le está permitido todo aquello que la conservadora sociedad albanesa veta a las mujeres: beber alcohol, fumar, portar armas, vestir ropa masculina, administrar los bienes de su familia, comprar y vender propiedades, recibir herencias, confraternizar con otros hombres o acceder a determinados trabajos. También, en una sociedad que da tanta importancia al honor y donde las vendettas y las deudas de honor están a la orden del día, pueden ejecutar una venganza o ser objeto de ella.
El motivo más común por el que una mujer se convierte en burrnesh es la falta de hombres en una familia. Cuando un hombre moría sin herederos varones, era habitual que alguna de sus hijas pasase a ser una de estas vírgenes juramentadas para así poder heredar sus propiedades y cuidar de su madre y sus hermanas. Otras veces, se hacía como homenaje a algún pariente varón muerto. Tampoco faltaban las mujeres que accedían a esta condición huyendo de un matrimonio concertado o buscando una libertad de la que no podría disfrutar de otra forma, aunque fuese a un precio tan alto. Y aunque en teoría es un acto voluntario, a menudo pesa mucho la influencia de las familias, para las que tener una burrnesh entre ellos es un honor.
Si una burrnesh rompía su juramento, se consideraba un crimen muy grave. El castigo establecido para estos casos era la pena de muerte; sin embargo, no hay constancia de que ese castigo haya sido aplicado nunca. No obstante, la infractora generalmente era expulsada de su aldea, y para su familia suponía una humillación y un gran descrédito. Tan profundamente enraizada estaba esta costumbre dentro de la sociedad albanesa, que ninguno de los gobernantes que ha tenido Albania ha tomado medida alguna al respecto. Ni siquiera Enver Hoxha, el dictador estalinista que durante casi cuarenta años dirigió el país, se atrevió a tomar medidas contra ella; hasta el punto de que permitió que en los documentos oficiales se pudiese dejar vacía la casilla referente al sexo.
La costumbre de las burrnesh estuvo en tiempos bastante extendida, no sólo en Albania, sino también en Serbia y Montenegro. Esta tradición, además, estaba por encima de consideraciones religiosas o étnicas: se da tanto en familias cristianas como musulmanas, y no sólo en albaneses, también en eslavos meridionales, arrumanos (etnia de origen valaco) y griegos, e incluso entre los gitanos.
Sin embargo, esta tradición está hoy en desuso. No hay un censo fiable, pero se estima que no queden más de un centenar de burrnesh, la mayoría ancianas y procedentes de la región montañosa entre Albania y Kosovo, la menos desarrollada y con carácter más conservador, más aferrada a las tradiciones. El progreso ha ido arrinconando esta costumbre, y es muy posible que en apenas unas décadas las burrnesh sean ya sólo un recuerdo.

Dos soldados albaneses, uno de ellos una burrnesh (1912)