Verba volant, scripta manent

domingo, 23 de abril de 2017

El secuestro de Mary McElroy

Mary McElroy (1907-1940)

Henry Francis McElroy abandonó su Chicago natal en 1895, cuando contaba 30 años, y se mudó a Kansas City en busca de fortuna. Allí se las arregló para medrar con rapidez; el que hasta entonces había sido un modesto dependiente progresó gracias a que logró hacerse amigo de las personas adecuadas. Entre sus nuevas amistades estaban Tom Pendergast, un poderoso político que durante años controló Kansas City y el condado de Jackson; y Johnny Lazia, un capo del hampa local, socio en la sombra de Pendergast. Gracias a su apoyo McElroy fue nombrado en 1922 juez de distrito, y en 1926 city manager (algo así como jefe administrativo) de Kansas City.
En 1907 nació la que sería la única hija de Henry: Mary McElroy, una niña que creció protegida y rodeada de comodidades, a la que su padre trató de inculcarle una personalidad fuerte e independiente. Tras la muerte de su madre, en 1920, Mary se volvió mucho más cercana a su padre, y entre ambos se creó un vínculo muy estrecho que hizo que la joven permaneciera a su lado incluso tras llegar a la edad adulta.
La tarde del 27 de mayo de 1933 Mary, que por entonces tenía 25 años, se estaba dando un baño de burbujas en su casa. Justo en ese momento, dos hombres, disfrazados de repartidores, conseguían convencer a la cocinera de que les abriera la puerta trasera de la mansión de los McElroy. Una vez dentro, armados con un revolver y una escopeta de cañones recortados, llegaron hasta la habitación de Mary y, tras darle unos minutos para que se secara y se vistiera, la tomaron como rehén y se la llevaron secuestrada.
Los secuestradores eran Walter McGee, un ex-presidiario natural de Oregón, y su socio Clarence Stevens. Ambos condujeron a Mary hasta una granja en Shawnee, a unos 15 kilómetros de Kansas City, donde les esperaban otros dos cómplices: George McGee, hermano menor de Walter, y Clarence Click. Mary fue escondida en el sótano de la granja, encadenada a la pared, aunque se tomó con humor la situación; cuando los delincuentes le dijeron que iban a pedir 60000 $ por su libertad respondió jocosamente que "ella valía mucho más que eso".
Al enterarse del secuestro de su hija, McElroy movilizó a su contactos, especialmente a Lazia, el cual, tras una rápida investigación, concluyó que los autores no eran gángsters locales. Cuando McElroy recibió la petición de rescate, Lazia le aconsejó no ceder a su primera petición, y así al final los secuestradores se conformaron con la mitad, 30000 $, que les fueron entregados según sus condiciones. Mary fue entonces liberada la mañana del día 29, cerca del campo de golf Millburn, totalmente ilesa, tras 34 horas de cautiverio.
Los responsables no tardaron en ser arrestados. El 2 de junio eran capturados George McGee y Clarence Click, y el 21 de junio Walter McGee era apresado en Amarillo (Texas), donde intentaba comprar un coche para continuar su huida. Clarence Stevens, en cambio, logró eludir la acción de la justicia y no fue arrestado. En total, se recuperaron apenas 16000 dólares del rescate pagado por Henry McElroy.
Tanto el secuestro como el subsiguiente juicio despertaron gran interés en la prensa y entre el público en general. Durante el proceso, causó sorpresa la actitud de Mary McElroy, quien no sólo se mostró dubitativa y reticente a colaborar con la acusación, sino que insistió en que había sido bien tratada durante su cautiverio (Walter McGee le había regalado flores al liberarla, e incluso le habían dado dinero para que pagara a un taxi que la llevara a su casa) y pidió al tribunal que fuera clemente con ellos. Su actitud levantó un gran número de rumores e incluso en algunos periódicos se llegó a insinuar que mantenía una relación amorosa con Walter McGee. Incapaz de soportar tanta atención y chismorreos, Mary sufrió una crisis nerviosa y huyó de su casa, siendo encontrada en Illinois al día siguiente.
Sin embargo, la sentencia, conocida el 30 de marzo de 1935, fue bastante severa. Walter McGee, considerado el cabecilla de la banda, fue condenado a muerte (fue la primera persona condenada a muerte por el delito de secuestro, después de que las penas fueran endurecidas tras el secuestro y asesinato del hijo del piloto Charles Lindbergh en 1932). Su hermano George fue condenado a cadena perpetua y Clarence Click a ocho años de cárcel. Esta sentencia hizo que Mary McElroy cayera en una profunda depresión. Finalmente, su padre, pese a que en su día se había mostrado satisfecho con el duro castigo, logró que el gobernador de Missouri concediera un aplazamiento de la ejecución y posteriormente la pena de muerte fue conmutada por la de cadena perpetua.
Los años posteriores fueron difíciles y dolorosos para Mary McElroy. Víctima de la persecución de los medios de prensa, criticada y ridiculizada por su comportamiento, se volvió más retraída y se refugió en su vida familiar. Muchos de sus amigos la abandonaron, sufrió varias crisis nerviosas y se dijo que se había vuelto adicta al opio. Mantuvo, eso si, el contacto con los hermanos McGee, a los que visitaba con frecuencia en la cárcel.
La muerte de Henry McElroy en septiembre de 1939 supuso un devastador golpe para su hija. Privada de su principal apoyo, incapaz de sobreponerse a su pérdida y sufriendo todavía el acoso recurrente de la prensa, Mary McElroy se suicidó en su dormitorio el 21 de enero de 1940, disparándose en la cabeza con un arma de pequeño calibre. Dejó una nota que decía: "Mis cuatro secuestradores son probablemente las cuatro únicas personas en el mundo que no me consideran una completa idiota. Ahora ya tenéis vuestra pena de muerte, así que, por favor, dadles una oportunidad. Mary".

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