Verba volant, scripta manent

miércoles, 18 de abril de 2018

Las cartas de Madison

James Madison Jr. (1751-1836)

El recién elegido presidente de los EEUU George Washington dio su discurso inaugural ante el Congreso en el Federal Hall, la primera sede del parlamento norteamericano, en la entonces capital Nueva York, el 30 de abril de 1789. En aquel discurso, dado con una voz un tanto temblorosa que según un testigo dejaba traslucir un cierto avergonzamiento, Washington recalcaba que se sentía muy honrado por haber sido elegido para el cargo, aunque él personalmente nunca había aspirado a ocuparlo. También animaba al Congreso a compartir con él la responsabilidad de proteger su recién nacida república y defender "el sagrado fuego de la libertad". Lejos de generalidades y lugares comunes, la parte más significativa del discurso recomendaba a los congresistas recurrir al Artículo Quinto de la Constitución norteamericana (que faculta al Congreso para modificar la propia Constitución siempre y cuando obtenga una mayoría suficiente) para satisfacer las demandas de los ciudadanos norteamericanos (para los que pedía la "bendición divina"), como por ejemplo, una Declaración de Derechos; eso si, recomendando enmiendas que protegieran la libertad sin amenazar la existencia de un gobierno "unido y efectivo".

La inauguración del primer mandato presidencial de George Washington
Lo cierto era que Washington no había escrito aquel discurso. Hombre de por si poco elocuente, cansado, envejecido y un tanto agobiado por las responsabilidades de su nueva posición no buscada, temía no estar a la altura a la hora de componer su discurso inaugural ante el Congreso. Así que decidió pedirle a su íntimo amigo James Madison, mucho más hábil con la pluma, que lo escribiera por él. Madison, brillante teórico político (fue el principal redactor de la Constitución), aceptó su petición, y redactó aquel primer discurso. Pero claro, James Madison también formaba parte del Congreso, así que estaba presente mientras Washington recitaba las palabras que él mismo había escrito, sin decirle nada a nadie, por supuesto, para no menoscabar el prestigio de su amigo.

George Washington (1732-1799)
Sin embargo, no acabó ahí la cosa. Los congresistas decidieron que, ya que el presidente se había dirigido a ellos de manera directa en su discurso, era su deber corresponderle con una respuesta formal. Y a la hora de elegir entre ellos al responsable de escribir dicha respuesta, ¿quién mejor que James Madison, brillante escritor y además amigo personal del general Washington? Y así, Madison se encontró respondiendo en nombre del Congreso a su propio discurso, que había escrito en nombre de Washington.

Primera página del discurso inaugural de George Washington
Uno podría pensar que ahí habría terminado todo, pero no. Cuando Washington recibió la respuesta a su discurso (que, básicamente, se mostraba de acuerdo con todo lo dicho por Washington), el presidente quiso responder a su vez la carta del Congreso. ¿A que no adivináis a quién recurrió? Efectivamente, a James Madison. Y ahí tenemos a Madison continuando con esta suerte de autocorrespondencia, respondiendo a la carta que él había escrito como respuesta al discurso... que también él había escrito.

Y si creéis que aquí terminó todo... bueno, os diré que tras recibir la respuesta "de Washington" el Congreso decidió responderle de nuevo. Y para no variar la costumbre, Madison se encargó de la redacción de la misiva, que afortunadamente fue la última. Y de este modo, en los primeros días de la presidencia de George Washington, James Madison (quien luego sería el 4º presidente de los EEUU) mantuvo correspondencia consigo mismo en cuatro cartas bajo el nombre del presidente Washington y el Congreso de los EEUU. Y estaba tan avergonzado que no lo admitiría hasta muchos años después.

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